El rol de narrador oral de Casciari es nuevo para la TV, pero no para la radio. Hace años, Mario Pergolini fue el primero en invitarlo a contar sus cuentos en Vorterix. “No me lo imaginaba ni en televisión ni en ningún otro lado. Nunca pensé que la lectura de cuentos fuera un destino mío. No era ni siquiera una fantasía ni un pensamiento”, reconoce. Casciari confiesa que el tener que adaptar los cuentos para la radio y la TV se convirtió en un “sistema de edición” que le sirvió muchísimo a la redacción. “Me gustó –cuenta– el desafío de tener que acortar los cuentos. ¿Cómo hacía para llevar un cuento de una lectura de 15 minutos a 6 minutos? Ese desafío de edición significó un nuevo sistema de corrección. No es fácil corregir cortando ego. Hacés en el mismo párrafo tres chistes parecidos y hay que eliminar dos. Te empezás a dar cuenta del vicio que produce gustar de tu propia voz. Con cuánto menos podés decir lo mismo e, incluso, mucho mejor. Es muy gratificante darte cuenta que podés soltar adjetivaciones y otros recursos sobrevalorados”.

–¿O sea que la narración oral te sirvió como escritor?

–Sobre todo. La narración oral me pulió como escritor. No hubiera narrado tantos cuentos si no fuera por lo que me significó como autor. Fueron más de doscientos lo que tuve que adaptar. Hoy día sé cuánto tardo en hablar. Si me dicen que hable durante un minuto y 25 segundos, yo te hablo casi el tiempo exacto. Conseguí una suerte de expertise en eso, que no sólo es ridículo sino que además no sirve para nada. Ahora tengo un manejo más oral de los textos, y me di cuenta que no debería hacer una interpretación de los cuentos, sino más bien impregnarles desde mi voz la apariencia de que estoy pensando algo nuevo o recordando esa historia. Es muy divertido. Me encontré con un “alfabeto” más.

–En tu caso, se da la particularidad de que tus cuentos son muy personales, por lo que la narración desde tu propia voz les imprime una autenticidad que trasciende a la técnica. 

–Lo mismo sucede en el teatro. Hay una especie de contrato tácito de que estamos charlando. Si bien el otro sabe que está escuchando un monólogo todo el tiempo, en su cabeza tiene la sensación de que hay un ida y vuelta. Creo que esa sensación se genera por ausencia de estrategia. Es la necesidad de tratar de que nadie piense que estoy leyendo literatura.