El mayor retirado del Ejército Juan José Gómez Centurión es MM, más de lo mismo, solo que en versión carapintada. Lo mismo que se repite y se repite está representado por la visión que tiene el propio MM sobre la dictadura. No es un ejercicio de adivinación. Varias veces el Presidente dejó en claro su pensamiento. 

El 24 de marzo de 2016 Mauricio Macri recibió a su entonces colega de los Estados Unidos Barack Obama. En la conferencia de prensa conjunta que dieron en la Casa Rosada, MM recordó con vaguedad qué había sucedido en la Argentina 40 años antes. Fue el momento “que consolidó la época más oscura de la Argentina”, afirmó. Es decir que para él no fue el comienzo de la época más oscura sino solo su consolidación. ¿Una alusión, tal vez, a la Triple A? Es una chance, porque el Ku Klux Klan argentino empezó a funcionar con asesinatos y acciones terroristas como grupo paramilitar y parapolicial en 1974. Luego muchos de sus miembros pasaron a integrar los pelotones de tortura en los campos clandestinos de concentración. Lo mismo ocurrió con miembros de la ultraderechista Concentración Nacional Universitaria. La dictadura, efectivamente, consolidó como sistema y de manera coordinada lo que hasta entonces carecía de diseño industrial para la muerte. 

Frente a Obama Macri no detalló historias ni dejó un concepto preciso. Tampoco usó la expresión “terrorismo de Estado”. Si pensó que esas tres palabras serían una concesión al kirchnerismo y que a él le convenía diferenciarse, se equivocaba. La frase era ya un concepto aceptado en los primeros meses de la democracia recuperada, luego de la asunción de Raúl Alfonsín el 30 de diciembre de 1983. En 1984 la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, la CONADEP, escribió en el Nunca Más una enciclopedia notable sobre el terrorismo ejercido de manera clandestina y organizada desde el vértice del Estado. Una lectura liviana centrada en frases sueltas del prólogo hizo pensar erróneamente que el Nunca Más era el compendio de la Teoría de los Dos Demonios, o sea la concepción según la que un país había sido tironeado por dos fuerzas simétricas, la guerrilla y los militares, que habrían incurrido respectivamente en violencia y en excesos. Lejos de eso, el Nunca Más fue una precisa radiografía de los campos clandestinos y de la agresión estatal contra la sociedad argentina, sobre todo en sus expresiones más rebeldes y tenaces como los delegados sindicales. Luego el Juicio a las Juntas de 1985 convirtió esa radiografía en condenas. El proceso de juzgamiento quedó interrumpido por los alzamientos carapintadas que comenzaron en 1987, hace nada menos que 30 años, y por la voluntad de Alfonsín de regresar a su doctrina original de juzgar a las cúpulas y poner límites al procesamiento del resto.

Hace casi un año frente a Obama, Macri parecía un presidente argentino que no había leído el Nunca Más. ¿O lo leyó y lo cuestiona? Misterio. El ministro de Justicia Germán Garavano dijo en réplica a Gómez Centurión que la Justicia ya había establecido la verdad represiva del pasado. Macri, sin embargo, jamás menciona esa historia en detalle. Tampoco acostumbra hablar del proceso de Justicia que comenzó en 1985, se interrumpió en 1987, fue obturado con el indulto de Carlos Menem a los comandantes condenados, volvió en parte con los juicios de la verdad y retornó a pleno con los procesos judiciales después de la asunción de Néstor Kirchner y la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. 

Macri insistió en su tono genérico incluso tras el escándalo desatado cuando el entonces secretario de Cultura porteño Darío Lopérfido no solo cuestionó la cifra de 30 mil desaparecidos. También dijo, quizás en el tramo más fuerte de sus declaraciones, aunque no las que produjeron más polémica, que el número se había acordado en una mesa y le atribuyó motivos económicos que no explicó.  

En una entrevista con el sitio BuzzFeed dijo MM en agosto de 2016 que “es importante saber lo que pasó y que los familiares sepan definitivamente, después de esa horrible tragedia, qué fue esta guerra sucia, qué fue lo que pasó, porque hay muchas víctimas y tienen derecho a saber qué pasó con sus familiares”. En rigor tanto la historiografía como la investigación judicial establecieron que en la Argentina no hubo guerra sucia sino cacería y que, para colmo, el golpe del 76 no tenía ni siquiera derecho a esgrimir la guerrilla como coartada. A fines de 1975, después de la derrota del Ejército Revolucionario del Pueblo en el intento de toma del cuartel Domingo Viejobueno en Monte Chingolo, tanto el ERP como Montoneros tenían un poder de fuego solo residual. 

“Lo que sucedió fue lo peor que nos pasó en la historia”, dijo también Macri sin detallar qué sucedió ni explicarlo como jefe de un Estado cuyos tres poderes investigaron durante muchos años al Estado terrorista. 

Sobre la cifra de desaparecidos afirmó: “No tengo idea de cuántos fueron, si 9 o 30 mil”. Añadió que no le interesaba. 

Si el Presidente se tomara el trabajo de pedir la argumentación de los represores en los procesos civiles –constan en miles de actas judiciales– vería que los argumentos no cambiaron en los últimos 32 años desde el Juicio a las Juntas. Sobresalen tres puntos. En la Argentina hubo una guerra. En la guerra se cometen irregularidades. Los militares solo cumplieron una orden de aniquilamiento de la “subversión” emitida por el presidente interino Italo Lúder en 1975. Una variante sostiene que se trató de la necesaria respuesta a la guerrilla en medio de la Guerra Fría. Otra variante dice que a esta altura los “combatientes” deben deponer rencores. Los carapintadas como Gómez Centurión, que por simples motivos de edad o no participaron de la represión y la valoran positivamente o participaron como oficiales operativos y la justifican, a veces agregan un cuestionamiento a generales, brigadieres y almirantes. Como si formar parte de un grupo de choque o reivindicar la tortura como un hecho necesario los exculpara frente a los autores de un plan que, por otra parte, terminan negando.

Gómez Centurión es un hombre de extrema confianza de MM. Fue su jefe de control en el gobierno porteño y ocupa la cabeza de la Aduana desde el primer día. Solo quedó en cuarentena entre agosto y octubre de 2016, por supuestos actos de corrupción, pero Macri lo bendijo y siguió en el cargo. Algo idéntico está sucediendo después de las declaraciones del domingo. MM solo se desprende de los Gómez Centurión cuando las papas no solo queman sino que se hacen carbón entre las brasas y las brasas, entonces, amenazan con derretir su popularidad. Pasó con el comisario Jorge “El Fino” Palacios, a quien había designado jefe de la Metropolitana a pesar de sus lazos con el encubrimiento de la causa AMIA. Pasó con el agente de inteligencia Ciro James. No es ensayo y error. Es sintonía pura.  

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