El coreógrafo y bailarín español Daniel Abreu acostumbra a abordar en sus trabajos asuntos vinculados a la percepción sobre uno mismo y los demás. Ocurre que, además de artista, es licenciado en Psicología (hace apenas un año y medio que no ejerce). La desnudez es una obra que se adentra en aquellas aguas y que bucea especialmente en la relación de pareja; es una “propuesta poética alrededor de la posibilidad de querer y quererse”, según la define el catálogo del FIBA, marco para la realización de tres funciones del espectáculo en la ciudad de Buenos Aires (quedan las de hoy y mañana en el Centro Cultural 25 de Mayo, Avenida Triunvirato 4444). Abreu no sólo dirige sino que también es intérprete junto a Dácil González. El músico en escena es Hugo Portas.

  Formado en ballet clásico y en danza contemporánea, Abreu fundó su propia compañía en 2004. Lleva su nombre. Además, es director artístico de una compañía oficial en Tenerife. En La desnudez (2017), multipremiada en su país de origen, apuesta a imágenes oníricas, un marco sonoro y pasajes que apelan a la dimensión sensorial más que a un hilo narrativo. “Todos mis espectáculos tienen una connotación, una mirada desde el campo de la psicología. Me gusta más sugerir y hablar de algo que no podemos poner en palabras más que narrar una historia de personajes. Acá tratamos de hablar del mito de la pareja, de qué es lo que la funda y la sostiene, sin cuestionarnos demasiado. Escogí una temática, que tiene que ver con el mal cuidado, el no saber quererse”, cuenta Abreu. “Esta pareja pone en escena de una manera poética y estética escenas de cierto encogimiento, situaciones conflictivas”, anticipa el director de Y eso que no me dejaban ver Dallas, Mínimos, Ojos de pez, Negro y Nuevamente ante ti fascinado, entre otros títulos.

–Cuando los espectáculos no poseen un hilo narrativo, en general se han fundado en procesos creativos también por fuera de lo convencional. ¿Cómo fue en este caso?

–Todas mis obras funcionan más o menos igual. Trabajo de la misma forma siempre. El proceso de investigación y búsqueda es muy importante, y siempre parto desde el cuerpo. Me refiero a construir una nueva manera de moverse, poner la práctica del cuerpo, de danza pura y dura en otro lugar, diferente al que estaba. Es difícil. He estado muchos años creando. Pero no le tengo miedo a la creación, me dejo llevar. Todo el imaginario, el universo escultórico que pueda tener la obra, surge de una manera intuitiva. Es una criatura que se presenta de esta forma. No la puedo racionalizar. Trato de respetar la magia de la creación: no podemos conducir a un bebé sabiendo qué es lo que estamos haciendo. Si estuviéramos pensando qué estamos haciendo seguramente sucedería un accidente, porque seríamos torpes. Un bebé nace y no estamos observando cómo se juntan las células y cómo se separan... Con las obras pasa un poco lo mismo. Ahora puedo hablar de ella, pero hay cosas que se me escapan, y no sabe lo feliz que me hace.

–¿Cómo es la experiencia de ser director e intérprete a la vez?

–Para mí es más interesante, porque vivo la obra de manera más corporal. Cuando estoy sólo dirigiendo tengo una mirada, pero me cuesta seguir el ritmo de lo que está sucediendo dentro de una manera física. Puedo intentar entenderlo, pero eso siempre estará muy lejos de la vivencia. 

–¿Por qué decidió trabajar sobre la temática de la pareja? 

–Yo parto del cuerpo. Pero cuando el público ve en el escenario a un bailarín y a una bailarina, lo primero que recibe es una historia de amor. Porque ver a un hombre y a una mujer que se relacionen en un escenario siempre va a hablar de la historia de una pareja. Es decir: yo no quería narrar una historia de pareja, pero esos elementos que estaban allí estaban hablando de eso. Los elementos se apropian, cogen una idea, se transforman; yo simplemente soy el que va a dejarse llevar por esa serie de elementos que están ahí para construir esa pieza.

–¿Ya había abordado el tema del amor anteriormente?

–Aunque siempre está presente en cualquier manifestación artística, yo nunca he tratado historias de amor en una obra. Sí otras cosas del campo de la psicología, como las apariencias, el instinto, la supervivencia. Esto coincidió con que yo estaba terminando un máster en Psicología Sistémica. Estoy seguro de que eso impregnó la forma en que estaba mirando el mundo. Ahora mismo mi cabeza está en otra construcción, en otra manera de entender las obras. Con la compañía del Auditorio de Tenerife estoy trabajando desde lo más abstracto posible en el sentido de la fisicalidad. No hay temática, ninguna idea de paisaje emocional. Me parece interesante. No sé si luego se bañará de esta mirada que siempre he tenido hacia el mundo, de cómo nos percibimos a nosotros y a los demás o si quedará una cosa bastante fría. Estoy en búsqueda, por eso estoy feliz.

–¿Por qué a veces las parejas no saben quererse?

–Creo que la pregunta sería si eso no nos lo hacemos a nosotros mismos. En tal caso, la pareja sería un marco donde se hace pública una sensación, una mirada interna. Es una época en la que estamos bastante castigados, alejados del placer; esto está muy expuesto en las redes sociales. La imagen que queremos dar es la de éxito, bienestar y salud, pero quien tiene realmente salud y bienestar no pierde el tiempo publicándolo. Ese tiempo lo dedica a vivirlo y ni siquiera se lo plantea. Me da la sensación de que estamos viviendo una época de mucho dolor, de vacío interno, que tratamos de llenar con una imagen pública y con los “me gusta” de los demás. Se traspasa a la pareja y al ambiente en que vivimos. Somos, en general, poco felices. Es una opinión. Y la pareja es un marco más.