Desde París

Eramos medianamente libres y amanecimos bajo tutela internacional y hasta con el riesgo de que se reproduzca una solución militar extranjera como la que se dio en Costa de Marfil en 2010. Con París y Madrid a la cabeza, varios Estados europeos terminaron por reconocer al opositor Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Junto a otras del Viejo Continente, ambas capitales habían dado al presidente Nicolás Maduro un plazo de ocho días para que organizara nuevas elecciones y, en caso de no hacerlo, se reconocería al dirigente del Partido Voluntad Popular como el encargado de “llevar a la práctica un proceso electoral” según los términos empleados por el jefe del Estado francés, Emmanuel Macron. Es conmovedor comprobar el intenso y cínico compromiso de los occidentales con las democracias de América Latina y su indiferencia ante el destino de otras. Como tienen que amigarse con el presidente de Estados Unidos luego de infructuosos esfuerzos para seducirlo, Venezuela les viene como un número de lotería ganador. Es un país debilitado por la crisis, con un poder cuestionado, una oposición manipulable y una región cuyos dirigentes le rezan cada noche a los ángeles de Wall Street y han demostrado escasa valentía y una impericia diplomática que dan terror. Algo feo parece estar en plena elaboración, de lo contrario el vespertino Le Monde no habría publicado el lunes 4 de febrero un editorial donde defiende reiteradamente la idea de “respaldar sin intervenir” y termina escribiendo: “en una situación tan volátil, hay algo seguro: una intervención militar norteamericana, con la cual amenaza el presidente Trump, sería un grave error”. Precisamente, el ultimo ejemplo de una aventura colonial semejante data de 2010 y la protagonizó Francia en Costa de Marfil gracias al respaldo de las Naciones Unidas. 

En total, unos 19 Estados de los 28 europeos se sumaron al tren franco español luego del ultimátum del pasado 26 de enero: además de Paris y Madrid están el Reino Unido, Alemania, Holanda, Portugal, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Lituania, Estonia, Letonia, Luxemburgo, República Checa, Polonia, Bélgica, Croacia, Hungría y Austria. El pasado 31 de enero, la buena conciencia de la Unión Europea, es decir el Parlamento Europeo, aprobó tanto el reconocimiento de Juan Guaidó como un llamado a los 28 países miembros de la Unión a hacer lo mismo. La tarea de poner a los 28 de acuerdo no es nada sencilla, tanto más cuanto que algunos dirigentes como Emmanuel Macron y Pedro Sánchez (foto) en España parecieron debilitar premeditadamente los esfuerzos que estaba haciendo la UE para acercar una solución. Madrid sacó el hacha de la amenaza y Macron fue uno de los primeros en dinamitar el trabajo que la Unión Europea había emprendido en Caracas a favor de una solución negociada entre la Asamblea Nacional y la presidencia. El 21 de enero, la Alta representante de la Unión Europea para la política Exterior, Federica Mogherini, adelantó que el Grupo de Contacto Internacional de la UE, donde estaban países moderados como México y Uruguay, iniciaría el 7 de febrero en Montevideo una primera reunión de trabajo. Federica Mogherini firmó un comunicado común con el presidente uruguayo Tabaré Vázquez donde ambos explicaban que la reunión apuntaba a generar las “condiciones necesarias para que emerja un proceso político y pacífico para que los venezolanos determinen su propio porvenir”. Entre tanto, Emmanuel Macron copió a Donald Trump y en un tuit denunció el carácter “ilegitimo” de la elección de Nicolás Maduro. Resulta por demás obvio que con un gesto así ningún grupo internacional de contacto tiene legitimidad para sentar a las partes a negociar. Washington, Ottawa,  Buenos Aires, Brasilia, Bogotá, los otros países latinoamericanos que reconocieron a Guaidó más París, Madrid y Berlín, ya habían tomado posición contra Maduro antes de cualquier nueva negociación. El famoso e inútil Grupo de Lima es sólo una cortina de humo. Y si Europa no pactó un reconocimiento en conjunto fue porque el pasado primero de febrero, en la reunión que tuvo lugar en Bucarest entre los 28 cancilleres de la UE, países como Italia, Grecia y Hungría bloquearon la adopción de una posición común. Roma alegó que el texto propuesto por le UE equivalía a una “injerencia” en los asuntos internos de Venezuela. El papel que desempeñó Madrid ha sido grotesco, tanto como el diario propagandístico que es el portavoz del socialismo liquido, El País. En Francia, sólo el líder de la izquierda radical de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, llamó a “resistir” y a no reconocer a los “golpistas” sino a Maduro como presidente. 

Por lo pronto, queda en pie la apuesta de la diplomacia de la UE. Este jueves se llevará a cabo en Montevideo la reunión del Grupo Internacional de Contacto antes anunciada por Mogherini. El espectáculo será espléndido: la Unión Europea jugando de equilibrista entre sus propias contradicciones y América Latina haciendo el papel de nenito inmaduro que no puede hacer sus deberes solo si no vienen a ayudarlo los adultos. En el centro están los gringos y su prepotencia verbal y armada. Trump está rodeado de halcones especialistas en golpes de Estado y encubrimientos de crímenes contra la humanidad en América Central, Elliot Abrams, o en falsificadores de armas de destrucción masiva para invadir un país (Irak), John Bolton, consejero de Seguridad Nacional de la Administración de Donald Trump. Bolton, grosero y matón como su referente, mandó un tuit en el que le recomienda a Nicolás Maduro consagrarse a “un retiro agradable y tranquilo en alguna bella playa (…) en lugar de estar en otra zona playera como Guantánamo”. La opción armada norteamericana está en pie. En 2010 se dio un caso similar de un país con dos presidentes. Fue en Costa de Marfil cuando, luego de las elecciones, Laurent Gbagbo, el Jefe del Estado saliente, y Alassane Ouattara, reivindicaron sus respectivas victorias en la consulta presidencial. Ambos bandos se enfrentaron con un saldo de muchos muertos. Igual que ahora con Venezuela y la diplomacia latinoamericana, los países africanos no fueron capaces de componer una solución. La Misión de la ONU en Costa de Marfil (ONUCI) y la potencia colonial, Francia, intervinieron militarmente: las tropas francesas (Operación Licorne), al amparo de una resolución de las Naciones Unidas (N°1975), bombardearon el palacio presidencial y campamentos militares de Laurent Gbagbo. El ex mandatario fue destituido y Alassane Ouattara se hizo cargo de la presidencia. Aquí la potencia colonial es Washington. La diferencia es que el patoterismo trumpista bien puede pasarse por encima la ONU o cualquier instancia internacional. Si ocurre, los aliados latinoamericanos de Washington tendrán la responsabilidad histórica de haber traicionado a todo el mundo, incluso a la misma oposición venezolana.

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