Tierra baja es una obra emblemática del teatro catalán, una de las más representadas. Ha sido traducida a una docena de idiomas, fue llevada al cine dos veces, inspiró una ópera, se la vio en Broadway y se la estudia en el bachillerato. Escrita por Angel Guimerà, estrenada en 1896, tiene una reciente versión en la que el actor Lluís Homar --conocido entre otras cosas por su trabajo en Los abrazos rotos y La mala educación, de Almodóvar-- asume el desafío de encarnar a todos los personajes principales. La dirección es de Pau Miró. Se verá en la cartelera porteña en el marco del Festival Temporada Alta, organizado por la compañía Timbre 4, clásico del verano que ofrece teatro internacional. "Mi alma de actor": así es como definió Homar su intensa y extensa relación con este texto.

  El actor multipremiado por su robot-mayordomo en Eva (film de Kike Maíllo) interpreta a los cuatro personajes centrales de Tierra baja: Manelic, Marta, Sebastiá y Nuri. Su relación con el texto se remonta a 1974, cuando con nada más que 17 años se puso en la piel de Manelic, en una puesta en un centro parroquial. Lo retomó en el Teatre Lliure, en 1990. Es decir que Tierra baja ha sido una referencia durante toda su vida, al punto tal que le reafirmó la decisión de ser actor. La historia plantea --entre muchas otras cosas-- un triángulo amoroso entre una joven de pueblo, el terrateniente local y un pastor que ha vivido toda su vida en la montaña. Se la suele definir como un drama a medio camino entre el romanticismo y el naturalismo.

  "Manelic fue el primer personaje con el que me identifiqué. No me había pasado nunca antes. Empecé a los seis años a hacer teatro. El personaje es un enamorado del amor, una especie de Romeo que baja de las montañas, que tiene algo de primitivo en el sentido de autenticidad. Para mí hay tres referentes: Manelic, Marlon Brando y Michael Jordan. Ese punto en que el hombre y la bestia se juntan", se define Homar, también director de teatro, de 61 años. Viaje emocional que pone en escena el lado oscuro y el puro que habitan en cada ser, Tierra baja se presenta en Timbre 4 (México 3554) este jueves a las 20.30 y el viernes a las 22.30. Las entradas ya están agotadas. Antes, pasó por Montevideo y luego le toca viajar a Lima.

--¿Qué recuerda de aquella experiencia a los 17?

--En el teatro de aficionados ésta era una obra cumbre. La hacíamos en el teatro de la parroquia. La ensayamos tres, cuatro meses, y la representamos un solo día: el 7 de julio del año '74. Se convirtió en una especie de suceso en el barrio. De repente, mi abuelo, que estaba siempre sentado ahí en ese centro parroquial jugando a las cartas, se sentó y vio a su nieto haciendo teatro. Luego me llamó a su casa, a la semana siguiente, y me regaló una figura de madera del Manelic, un referente dentro del repertorio del teatro popular. Con 17 años le hinqué el diente a ese personaje y fue un acontecimiento dentro del barrio. 

--¿Qué lo impulsó en 2014 a hacer los cuatro personajes?

--No puedo hacer ya el personaje principal… Por edad, me tocaría hacer el de Sebastiá, el malo, el de las sombras. Y no quería montar la obra sólo para hacer eso. Pensé en dirigirla y que la hicieran otros. Había visto a Nuria Espert haciendo La violación de Lucrecia, ella sola. Cuando salí del teatro tuve la sensación de que había visto cuatro actores… vi la magia del teatro, de que a veces puedes jugar a inventar cosas, y me atreví a plantear la idea de hacer esta obra yo solo. Tuve la suerte de encontrar unos profesionales maravillosos. Había que pasar de la obra original a hacerla para un solo actor. Todo el equipo hizo suyo el proyecto. El festival Temporada Alta (de Girona) quiso producirlo. Aquí haré la función 181. La he hecho en catalán y llevo unas cuantas representaciones en castellano.

--Desde el punto de vista actoral, las críticas resaltan que no hay grandes transformaciones entre un personaje y otro. ¿Cómo trabajó esto?

--Siempre soy yo. Mi voz, mi gesto. Interpreto a una adolescente de 14, una chica de 30, un chico de 30 y un señor de 50. En ningún momento nos planteamos el hecho de que me transformara. Es más un viaje por dentro de la emocionalidad de cada uno de los personajes. No es tanto un ejercicio de virtuosismo: no era la pretensión. Era un ejercicio de ser humano, de la persona que está detrás del actor. Cuanto más me muestro y desnudo emocionalmente, más estoy sirviendo a la obra. Todo es muy sutil. Es una especie de danza muy suave cómo paso de un personaje al otro. Empiezo vestido de mí y me voy quitando cosas. Siempre quedo vestido (risas). Voy jugando a desnudarme, pero es un solo vestuario. Hay una excepción cuando me pongo un vestido de novia, y en otro momento me pongo un chall. Pero básicamente siempre soy yo. Nuri es la inocencia, una visión limpia de todo; Manelic, la parte bruta y primitiva; Sebastiá, una más cerebral y oscura. Marta es el personaje más rico. Tiene la autoestima por los suelos. Para sentir que es alguien necesita que otra persona le pegue, la arrastre por el suelo. Apelamos un poco a lo que todos somos. Porque todos tenemos todo eso en nosotros, en menor o mayor medida.

--Entonces, el deseo de hacer la obra solo, le terminó dando un sentido… 

--Exacto, lo puedes hacer con los grandes autores. Siempre he creído que éste es un gran texto. Guimerà es nuestro clásico más universal. Nuestro trozo de Shakespeare. Los grandes autores saben reflejar los recovecos del ser humano. Hemos optado por un viaje emocional. En el año '75 la hice como una obra política: el cacique era el poder, Manelic era el anarquista, los otros eran los socialistas… la obra se podría hacer desde un punto de vista social y también tiene fuerza. Si hay algo que tengo claro es que somos analfabetos emocionales, pero convencidos de que estamos a la altura de lo que creamos. Somos capaces de crear esto (señala el celular), pero emocionalmente estamos en la edad de piedra. En el teatro siento que puedo ser útil para poner mi granito de arena en que nos reconozcamos. Para que eso se mueva, tenemos que reconocer que estamos pillados todos. No se salva ni el apuntador. Intento mostrar esa especie de combinado emocional. ¿Por qué la vida es tan complicada? Porque no sabemos gestionar lo que nos pasa. Es difícil, nadie nos lo enseña. Hay algo de esto que he ido removiendo, quizá por la necesidad que he tenido de intentar manejarme con mis disfunciones emocionales. Ya que llevo haciendo este trabajo, quiero ver si puedo ayudar, y haciendo lo que más me gusta. Durante un tiempo quería ser el mejor actor del mundo. Ser era estar desde una plataforma, un sitio, para ser visto. En un momento percibí que lo importante no era tanto aprender a ser actor sino aprender a ser persona.