No te sientes con las piernas abiertas. Puede entrarte un bicho, un tren, un fuego, un fantasma. Con todo, menos tornillos, el lenguaje le puso un diente rojo a mi escritura desde siempr/e.

Yo apretaba las piernas metafísicas y en apariencia actuaba naturalmente, muy cohibida por razones y resortes. Era una cosa más real que un pensamiento eso que tenía entre las piernas. Anterior a la literatura y al poema. Anterior a los viajes de Gullive/r y a la vuelta al mundo en ochenta día/s. 

Como una señal vial o un recurso divin/o, seguía el camino que trazaba mi mano y parte del brazo por los conductos de mi organismo. Platón sobre la idea de Aristóteles, Bambi sobre el rastro de Walt Disney, yo construyendo mi lenguaj/e. Acaso confundiendo el amanecer con el crepúsculo. Pero metiendo todo, tod/o entre las piernas.

Si escribía la palabra buey para representar bue/y, o escribía la palabra mariposa para representar maripos/a, iba entre las piernas. Corría un poquito la bombacha roja y todo lo que allí veía era un lugar en el centro de mi estructura. El hogar de mi feminida/d. Allí mis dedos palpaban p/ensamientos que no hablaban todavía.

Con i/maginación moral e inmoral caía frecuentemente en rituales sagrados. A mis pies caían perlas blanquísimas e invisibles. Cuántas perlas. Cada una con su nombre. Tenían la particularidad de estar sueltas a medias y podía hacerlas girar con la punta de un ded/o.

Mientras estaba allí sentada, jugando con los dedos, le dejaba la culpa de todo lo malo que sucedía en el mundo a las hormigas coloradas, y no sólo a ellas, sino también a los diez mandamientos.

Una vez, preguntándome de qué se alimenta un poeta, mamá dijo que de hongos, pero en seguida aclaró, hongos nacidos en la luna.

¿Hay hongos en la lun/a? Entonces por la noche, corría las cortinas, me acomodaba a los pies de la cama y abría las piernas prohibidamente para que los hongos de la luna me hechizaran. Yo decía: hongo/s. Y la lun/a se estremecía.

De todas las memorias que poseo, a ésta la conservo por fuera de su contorno. Presionaba con más fuerzas mis ojos y a veces veía en el espacio exterior un animal muy parecido al destin/o que me salía al encuentro.

Entonces, de un tirón, se restablecía la rigidez de mis rodillas trémulas y el pico del animal bajaba hasta mí, y omitíamos que  él mismo solía jugar con las hormigas. Siempre inmediato a la inexistencia, criatura del inconscient/e, yo con azoramiento lo veía entre los visitantes de la noche. Estaba allí, con disimulo, con señorío, y se ofrecía para ser mi guía en el terrible trayecto de sus sueño/s.

Había un susurro alrededor de la cama y él reía, y me llamaba por mi nombre. Cuando se desprendía de la lámina metalizada que lo sujetaba, comenzaba a rodar por mis conductos para luego caer fuera de mi organism/o. El tamaño era como el de una pastilla tic tac de menta. Caían muchas. Doce, trece o más. No podría decir que formaban parte de esos auto-poema/s que se agravaban y se extendían en la noche, de una evolución a otra, sobre todos los imposibles abiertamente usados.

Cada una de las relaciones que tenía con todo lo que no era yo misma, estaba hecha de curiosida/d. Mientras construía la vida de ese animal, los valles y los alvéolos de su territorio orgánico e inorgánico, su humus y sus tentaciones, no era algo intangible, podía reconocerlos sin la presencia misma del animal-destin/o.

Cada una de esas pastillas tic tac, cada una de sus partes, eran el mismo anima/l. Y yo no me explicaba cómo él, siendo tan inmenso y a la vez tan pequeño, quedaba aprisionado entre mis piernas, y trabajaba tan denodadamente en mi d/esarrollo.

Los éxtasis órficos se oían como uno solo pero se desdoblaban en varios. El anima/l se ponía de costado como si me fuera a amamantar. Yo separaba un poquito las piernas y todas las pastillas de ment/a salían de mi organismo y se acomodaban en cada una de las ubres. Era una vac/a sagrad/a y loc/a que podía alimentar a la humanidad entera, si la humanidad hubiera querido.

Yo estaba casi segura de que  había existido antes de nacer y que sabía el suceder futuro, todo lo que pensaban las visitas, lo que decían los vecinos, y también, todo sobre otros mundos imposibles que reclamaban que los tejiera con mi propio hil/o macram/é.

Pero diré que lo mejor que hacía el animal-destino era dejarme sola, con mis piernas desnudas. Un metro de piernas descosidas del suelo que se levantaban como párpados, de a una por vez, y parecía que no eran órganos esenciales de la motricidad. Eso me inquietaba y presentía que en cuanto se multiplicaran, el incienso nebuloso de las estrellas me iba a curvar los pies para siempre, para que emergiera a la vibración del espacio cuajado de cristales y volara como un pedazo de  antimateria.

Gracias, gracias, gracia, criatura sagrada e indecente, por consentir que mi ser del yo misma existiese y resistiese a las tentaciones de no ser. Pude haber obedecido a las voces que prohibían escuchar el lenguaj/e de las flores. Porque eran muchas y porque eran fuertes. Pero al escuchar el animal-destino que venía del espacio exterior, que era mi propio organism/o, me quité una venda de los ojos. En ese momento tembló el himen de la p/oesía y me abrió las piernas para que yo la amara para siempre.

cairo367@yahoo.com.ar