Canciones hispanoamericanas, corridos, rancheras, cumbias, boleros, jazz, hip hop, suenan bien mezcladas con naturalidad en la música de Lila Downs. Canciones en español e inglés, también en idiomas nativos como mixteco y zapoteco, purépecha y náhuatl. Es bastante lógico que suenen también los arreglos sinfónicos “de manera natural”, como ella dice. Desde mediados de los ‘90, cuando surgió su figura con fuerza a nivel internacional, Lila Downs hizo del mestizaje su bandera. Ha ostentado el título de “sucesora” de Chavela Vargas. Y ha llegado a cantar como invitada de quien dice fue la figura que la inspiró para dedicarse a la música, Mercedes Sosa, además de las cantantes legendarias de música ranchera como Lucha Reyes, Lola Beltrán y Flor Silvestre, o de Amparo Ochoa.

Su padre era un profesor de arte estadounidense de ascendencia escocesa. Su madre, de sangre indígena mexicana, se ganaba la vida en CDMX como cantante de cabaret. De esa mixtura viene Lila Downs. De una niñez vivida entre Oaxaca y Minnesota, de ir y venir entre el sur de México y el norte de Estados Unidos. Antes de dedicarse profesionalmente a la música estudió Antropología y eligió como tema de tesis las tramas textiles de sus ancestros mexicanos.

La fama le llegó con su disco La sandunga en 1999, al que siguieron otros como La línea / Border, Ojo de culebra, Raíz, Pecados y milagros, Balas y chocolate y Salón, lágrimas y deseo. Su modo de vestir es una de sus marcas fuertes, hecha de coloridos trajes típicos. “A veces me pongo un huipil, que es una túnica cuadrada, y muchas personas me tratan con desprecio porque piensan que soy una india y que no tengo valor. Entonces me doy cuenta de que es bueno usar esas prendas. Yo me doy tiempo para corregir a las personas. Les pregunto qué les molesta del indigenismo. A veces tengo conversaciones civilizadas y, a veces, acaloradas. Resulta interesante ver cómo va cambiando mi país. Creo que ahora es más positivo que cuando era pequeña”, reflexiona.