“Qué suerte que yo ya tengo la libertad de mi pecho. Ya no tengo quien me diga ‘ande has ido, qué te has hecho’”. La copla resiste en la estructura de resguardo que le construyó Leda Valladares, en su recorrer quebradas recopilando bagualas, vidalas y tonadas con su grabador de cinta abierta por el territorio argentino. Aquella mujer pequeña de rostro circunspecto, sola y audaz. Audaz porque logró llevar el canto con caja a todo el país y explicar –con voz de mando, que la tenía– que todos pueden cantar, que no canta el que no quiere. Y audaz porque se atrevió a lo que ninguna otra mujer de su generación hizo abiertamente en su época: unirse en un dúo artístico en París con una mujer nueve años menor y criada en un contexto muy diferente. Una criolla tucumana y una gringa irlandesa de Ramos Mejía, mala yunta. “Si son artistas son putas, si no son parientas y viven solas sin hombres, han de ser marimachos”. Qué no habrán dicho de ellas.

UN TIEMPO PROPIO

En casa de Barda (Cecilia Gebhard) hay una pila de vinilos con el sobre de Entre valles y quebradas, el cancionero de Leda y María editado en 1957, al tope. “Fue uno de los regalos que recibí para mi cumpleaños. Y lo atesoro tanto como el recuerdo de haberme cruzado en un aeropuerto a Liliana Felipe, que había ido a recibir a Jesusa Rodríguez. Equiparo esas dos imágenes”. 

Barda es productora electrónica. Hay pocas mujeres produciendo música electrónica (y menos aún lesbianas, trans, travestis y no binaries). Participó desde el primer momento en este proyecto homenaje. “Tuvimos un taller de caja con Miriam García (discípula de Leda), que nos explicó cómo definía ella el canto con caja: es una tensión entre la voz, que es un instrumento de aire y por eso remite al Cielo, y la caja, que está fija en la Tierra. Hay que fijarse de no tener una métrica muy rigurosa para que se genere esa tensión entre la caja que tira para abajo y la voz, que tira hacia arriba. Nos preocupaba cómo hacer la fusión con la música electrónica, que es muy métrica. Miriam nos tranquilizó: no importa que los elementos humanos (la voz y la caja) se corran un poco. Es preciso que no se pierda esa tensión”. Con esta herramienta a la mano, no le temieron al Festival Cultura Junín, un ámbito folklórico. “Nos fue muy bien. Les niñes bailaban con nuestra música y les adultes escucharon sentados”.

En El camino de Leda, Barda produjo el tema “Las hojas tienen mudanza”, que canta Celeste Gómez Machado. “Elegimos este tema porque muestra el empoderamiento de alguien que se libera de una relación que le quita libertades y dice ‘por fin tengo mis tiempos’”.

Más allá de su tarea como colaboradora de Fértil, Barda organiza un grupo cerrado de Electrónicas mujeres: trans, cis, no binarias de Latinoamérica y el mundo (en Facebook), donde intercambian cerca de 70 personas “sin moderar mucho”. Dentro del espectro de la diversidad sexual se mantiene “abierta, aunque las relaciones importantes en mi vida son con mujeres y mi vida sexual hasta ahora ha sido mayoritariamente ha sido lesbiana”. Considera importante decirlo (lo que no se nombra no existe).

Andrés Schteingart (El Remolón), productor ejecutivo, señala que “no buscamos que sea un disco demasiado amable, no queríamos hits de tres minutos para pasar por la radio sino apostar a que haya mugre, con temas más radiales y otros sin ritmo, más tristes y más alegres, que permita jugar con un abanico de posibilidades. Lo que hacía Leda parece sencillo y despojado pero no lo es. Da mucho aire como para revisar y seguir trabajando”.

Hay temas más inhóspitos y abiertos como “Ay pajarillo” y “Baguala de Tucumán”, por Pol Nada, coros que trascienden el límite del canto con caja y que explora Shaman Herrera en “Yo he sido”, y uno con mote perfumado del que se puede adivinar que nos acechará como Leda con su caja, “Ay naranjal”, por Jin Yerei y Dat García. Hitazo, “qué me han de hacer estos tigres llenos de azahar”. Y el que no canta es porque no quiere.