La reunión convocada por Francisco sobre “La protección de los menores en la Iglesia” que se inicia hoy en el Vaticano y de la que participan los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo se constituye en uno de los hechos político institucionales de mayor trascendencia en el pontificado de Jorge Bergoglio. Ello porque, aun por encima de la voluntad del Papa, el tema de las abusos sexuales en la Iglesia –que se arrastra como reguero de pólvora y se expande como una bola de nieve a lo largo y ancho de la institución y del mundo desde 2002 cuando se conocieron los primeros escándalos en Estados Unidos– se ha convertido también en la mayor dificultad que enfrenta Francisco en su gestión. 

Todas las miradas estarán centradas en Roma en los próximos tres días. Advertido tanto de la gravedad que alcanza el problema como de las expectativas generadas, el propio Francisco intentó bajarle el tono al cónclave. “Mayores son las expectativas, mayor es la frustración”, dijo. Y argumentó que “no se pueden resolver todos los problemas en tres días, sería una expectativa irracional”. Prefirió poner el acento en “el seguimiento después del encuentro”.

La intención de Bergoglio es asumir colectivamente y tomar decisiones con los presidentes de las conferencias episcopales para adoptar procedimientos que puedan aplicarse de la misma manera en toda la Iglesia Católica en cualquier parte del mundo. Cada uno de los 190 participantes además de escuchar reflexiones de los expertos, aportará su propia mirada y propondrá caminos a seguir tomando en cuenta la información recabada y de la experiencia generada ante las situaciones afrontadas.

Entre los lineamientos ofrecidos por Francisco para la reunión se destacan dos que serán ejes de los debates y también base de las decisiones que se adopten. 

El primero es “tolerancia cero” para los abusadores. Un fuerte mensaje en ese sentido envió Bergoglio cuando, la semana anterior y a pocos días de iniciarse esta reunión, decidió despojar del estado clerical (la máxima sanción canónica que puede recibir un sacerdote) al ex cardenal y ex arzobispo de Washington (Estados Unidos), Theodore McCarrick, de 88 años (foto). Un tribunal eclesiástico especial para casos de pederastia sacerdotal, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo encontró culpable de violaciones a niños, jóvenes y adultos, con el agravante de abuso de poder. La sanción es “definitiva” y, por decisión del Papa, no podrá ser apelada. El ex arzobispo, que en julio pasado había renunciado a su condición de cardenal, se encuentra actualmente detenido en una celda del Vaticano cumpliendo con “oración y penitencia” impuesta por el papa Bergoglio.

La otra directiva de Francisco apunta a la transparencia, una asignatura que ha estado pendiente en la institución eclesiástica católica. Lo expresó con toda claridad el arzobispo maltés Charles Sciluna, Subsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y uno de los coordinadores del encuentro que hoy se inicia. Ante la prensa Sciluna dijo que “la negación es un mecanismo primitivo; debemos alejarnos del código de silencio, romper la complicidad, porque el silencio no es aceptable”. Y como gesto que avala lo anterior, el Vaticano anunció que gran parte de la conferencia que se llevará adelante en el Aula Nueva del Sínodo será transmitida en directo por streaming. Además se prometió amplia difusión de los debates. Se trata de un hecho inusitado para las reuniones eclesiásticas habitualmente reservadas y envueltas en el secreto.

En la misma ocasión Sciluna afirmó que la reunión girará en torno a tres ejes: “responsabilidad, rendición de cuentas y transparencia”. 

La Iglesia Católica y el papa Francisco están frente al problema institucional que hoy reviste la mayor gravedad. Vale la consideración y la calificación hecha por el Director de la Sala de Prensa del Vaticano, el italiano Alessandro Gissoti, cuando afirmó que “se necesita el empeño de todos para mirar a la cara a este monstruo”.

La discusión se circunscribirá a la cuestión de abuso de niños, niñas y jóvenes. Otros delitos como el abuso a mujeres (consagradas o no), a varones adultos, la cuestión de la sexualidad en los seminarios y la homosexualidad, no entrarán ahora en la agenda, aunque se reconozca que todos ellos son temas que ganan titulares en los medios de comunicación del mundo y siguen generando escándalos dentro y fuera de la Iglesia. “No queremos subestimar las otras problemáticas, pero si hacemos bien nuestro trabajo seguramente habrá un efecto benéfico en otras cuestiones”, anticipó Sciluna.

La intención del Vaticano es que los obispos retornen a sus países asumiendo responsabilidades frente al problema, acuerden “procedimientos” y un “programa de salvaguardias” que evite la repetición de lo sucedido antes. Se trata de protocolos que preserven a las eventuales víctimas, pero que a la vez introduzcan cambios en los modos de actuación y en la asignación de responsabilidades de la Iglesia como institución y de sus ministros en particular.

No hay optimismo exagerado respecto de los resultados, aunque existe conciencia de que se está frente a una instancia en la que la Iglesia y el Papa se juegan gran parte de su credibilidad. Francisco lo sabe y también los colaboradores a quienes le ha confiado la misión. “No podemos decir que se acabarán los abusos en el mundo y en la Iglesia, pero sí que este problema será nuestra prioridad”, afirmó Blase Cupich, cardenal arzobispo de Chicago, otro de los organizadores del encuentro romano. 

[email protected]