“Estos días azules y este sol de la infancia”… El poema inacabado más bello de la historia del último siglo lo escribió Antonio Machado (1875-1939), con el pulso exangüe y el alma demasiado herida, como él mismo vaticinó por “una de las dos Españas”, en la habitación de un hotelito de Bougnol-Quintana, en Collioure, Francia. El poeta de 63 años necesitaba volver, a través de la escritura, al niño que jugaba en el patio de Sevilla, al huerto claro donde maduraba un limonero. El asma lo asediaba con saña y estaba muy enfermo: el peor panorama para un fumador empedernido, que había estado caminando bajo la lluvia durante horas, los últimos días de enero de 1939, para cruzar la frontera de España, acompañado por su madre Ana Ruiz, su hermano José y la esposa de este, Matea Monedero. Huían de las tropas franquistas, escapaban de la barbarie fascista, junto a miles y miles de republicanos. Ana, una octogenario delgadísima y más agotada y desorientada que su hijo, hizo una pregunta que se convirtió en símbolo: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”. El corazón de Machado, desgarrado por el destierro, dejó de latir a las 15.30 del 22 de febrero, horas antes de que llegase la carta de la Universidad de Cambridge en la que le ofrecían un puesto como lector de español. Era miércoles de Ceniza. Tres días después, en el mismo cuarto, moría su madre. El poeta español murió hace 80 años, “ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Los aniversarios –ya sean nacimientos o muertes– suelen traer novedades. “Profeta ni mártir/ quiso Antonio ser./ Y un poco de todo lo fue sin querer”, dice Joan Manuel Serrat en Collioure… Los días azules de Antonio Machado, coeditada por FAM (Fundación Antonio Machado de Collioure) y la editorial Trabucaire, un libro que recopila textos e imágenes sobre el poeta sevillano y sobre el pueblo donde murió. El hispanista irlandés Ian Gibson –autor de las biografías de Salvador Dalí y Federico García Lorca– publicó Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa). “Como Lorca representa a los fusilados, Machado, a todos los exiliados que pasaron por la costa”, comparó Gibson y recordó que el fusilamiento del poeta de Granada afectó mucho al autor de Campos de castilla: “Mataron a Federico/ cuando la luz asomaba.// El pelotón de verdugos/ no osó mirarle la cara”, se lee en uno de los poemas que le escribió. La exposición Los Machado vuelven a Sevilla –un título que escamotea “la grieta” española– fue inaugurada en la ciudad que lo vio nacer, el 26 de julio de 1875, en el nuevo Centro de la Fundación Unicaja. El conjunto documental de los hermanos Machado (Antonio y Manuel) fue comprado por Unicaja en 2003 y en 2018 y reúne textos originales de los poetas Antonio y Manuel y también de otros miembros de la familia, además de manuscritos inéditos del poeta. Entre los textos, se encuentra la primera carta de Antonio, dirigida a su padre, fechada en 1892, que constituye el primer documento escrito conocido del autor. También hay varias obras teatrales inéditas de los hermanos Machado en distinto grado de elaboración: La Diosa Razón, Las tardes de la Moncloa, Las brujas de D. Francisco, Adriana Lecouvreur y Candelas, guión teatral o cinematográfico escrito por Manuel Machado, que pasó del fervor republicano inicial a escribir la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera y el poema “Al sable del Caudillo”, donde selló su compromiso definitivo con la dictadura franquista.

Se podría volver a revisitar los exquisitos textos en prosa que bosquejó en los años 20 del siglo pasado, y que se integraron a ese inagotable artefacto filosófico-literario que es Juan de Mairena (1936), uno de los heterónimos utilizados por Machado. Cuánta tela para cortar hay en esas páginas zumbonas, irónicas, bajo el formato de las recomendaciones, consejos, sentencias y donaires de un apócrifo profesor de retórica y poética, un tanto alérgico al barroquismo y al culto de lo enrevesado. “Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda. De este modo premia Dios al escéptico y confunde al creyente”. Probablemente este Machado filosófico -en la pendiente de lo “herético”- haya sido menos transitado, obturado  por la canonización de una zona de su obra y su ideario político republicano. Al inicio de la Guerra Civil permaneció en Madrid para apoyar la legalidad republicana. León Felipe y Rafael Alberti intentaron convencerlo de que debía salir hacia Valencia, como lo había hecho el gobierno de la República. No pudieron. Pero insistieron una vez más y lo lograron. Estuvo en la localidad de Rocafort, desde noviembre de 1936 hasta marzo de 1938. La inminente ocupación de Barcelona, segundo escala de un éxodo que parecía interminable, marcó el principio del epílogo. Tras unos días en Raset (Girona), pasó su última noche en España, entre el 26 y 27 de enero, en Viladasens. Después cruzó la frontera y llegó a Collioure el 28 de enero de 1939.

“Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo”, confesó en su Autobiografía (1913). El cuerpo de Lorca no aparece; los huesos de Machado están en Collioure. Son dos caras de la misma moneda: “ni el pasado ha muerto/ ni está el mañana –ni el ayer– escrito”.