“Salinger vive” en las paredes pintadas en Cornish, ese lugar en el mundo que eligió para practicar la religión de la escritura, tan necesaria, en su caso, como el aire que respiraba. Vive, también, en las bibliotecas y en los corazones de sus lectores. Cuando parecía que no habría nada nuevo bajo el sol del verano –más allá que en enero, justo el primer día de este año, habría cumplido cien años– irrumpe una estampida que arrolla la sed de lectura y augura un porvenir con más libros del centenario autor de El guardián entre el centeno o El cazador oculto, el título con que se tradujo por primera vez al español. La confirmación, esa gran alegría que se desparramó desde las páginas del diario The Guardian, llegó a través del actor y productor Matt Salinger, hijo del escritor estadounidense: existen otros escritos; su padre “estaba lleno de ideas y pensamientos, conducía el auto y se detenía para escribir algo y reírse” –a veces se lo leía al pequeño Matt, otras no– y tenía “un cuaderno sobre cada silla”, donde anotaba y registraba ideas. “Casi todo lo que escribió en algún momento se compartirá con las personas que aman leer sus cosas”, anuncia el hijo, aunque no precisa cuándo será editado. “Debido al alcance del trabajo, sabía que llevaría mucho tiempo; es alguien que estuvo escribiendo durante 50 años sin publicar, por lo que es mucho material. Así que no hay renuencia ni protección: cuando esté listo, lo vamos a compartir”.

El primero en “decir” que “Salinger vive” es su hijo. El actor, conocido por haber interpretado a Capitán América en la película de 1990, productor de cine y de teatro, ha estado inmerso en el material que dejó Jerome David Salinger, cuando murió hace 9 años, el 27 de enero de 2010. “Leer todo esto por primera vez ha sido algo emocional”, como tener un diálogo incesante con su padre. “Los padres de mis amigos a esta edad se están muriendo, han muerto o se han ido. Mi padre no se ha ido. Él no ha muerto para mí”, dice Matt y confiesa que siente la presión del trabajo que está haciendo junto a la viuda de su padre, Colleen O’Neill –ambos a cargo del legado literario del escritor– para que los textos inéditos puedan llegar cuanto antes a las librerías del mundo. A menudo las personas se acercan a Matt para saber si aparecerán más historias. Una mujer mayor le dijo que no quería morir sin haber leído otro libro de Salinger. “No tomo nada de esto a la ligera; sus lectores deberían saber que vamos a ir tan rápido como podamos”, advierte Matt. 

El primer éxito literario de Salinger fue con el relato “Un día perfecto para el pez banana”, publicado en 1948 por The New Yorker, historia que gira en torno a su gran héroe, Seymour Glass, veterano de guerra y suicida inocente. Entre 1951 y 1963 editó cuatro libros: la novela El guardián entre el centeno, considerada por William Faulkner como la mejor novela de su generación; Nueve cuentos, Franny y Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado. Desde el principio sus obras fueron diseccionadas hasta un extremo difícil de soportar. La reacción del escritor, de naturaleza extremadamente tímida, fue el repliegue. No quiso leer las críticas, eliminó la fotografía de las ediciones de sus libros y, finalmente, dejó de publicar. Pero continuó escribiendo en su guarida sin intención alguna de volver a editar en vida. ¿Cómo explicar ese ostracismo prematuro, inesperado, ese silencio inquebrantable que moldeó conjeturas de largo alcance? ¿Se borró del mapa porque había escrito todo lo que tenía que escribir? Estas y otras preguntas de respuestas inciertas no hicieron más que atizar el fuego de este “nuevo Bartleby”, ese personaje de Melville que esgrimía su lacónico “preferiría no hacerlo” cada vez que su jefe le pedía algo. 

Lo último que publicó fue un cuento corto, “Hapworth 16, 1924”, en The New Yorker, en junio de 1965, defenestrado por la mayoría de los críticos que afirmaron que fue “lo peor que escribió”. “‘Hapworth’ es como los Rollos del mar Muerto para el culto de Salinger”, comparó el crítico Ron Rosenbaum. “La fascinación que tiene este texto es que en algún lugar yace el secreto del silencio de Salinger desde entonces”. Ese relato es la carta que desde un campamento de verano envía Seymour Glass a sus padres. Le duele a ese niño de siete años no estar en su casa, pero más le molesta la obligación de aprender a ser mayor en contacto con seres de su edad. Los niños de Salinger son criaturas prodigio, escritores y actores precoces, políglotas con superpoderes, campeones del baile y el deporte, tremendos desgraciados, futuros suicidas. “Pocos de estos niños magníficos, saludables y a veces muy guapos, madurarán. La mayoría –doy mi desgarradora opinión– se limitará a envejecer”, escribía Seymour con un escepticismo pavoroso. Crecer es como subir a un cerro con un gran cartel atado al cuello que dice “Olvida”.

Matt no está dispuesto a revelar demasiado sobre lo que vendrá. Entre los materiales, habrá más sobre la familia Glass. “Se hace evidente que buscaba un juego diferente”, anticipa y plantea que no había nada misterioso en el deseo de su padre de escribir sin publicar. “Simplemente decidió que lo mejor para su escritura era no tener muchas interacciones con las personas, en particular con el ambiente literario”. El resto, subraya Matt, “es sólo ruido y mitologización”. No hay que confundir el mito del hombre huraño y discreto con un escritor que nunca prohibió la circulación de sus libros, si contaba con su debida autorización. La opción existencial por borrarse de la vida pública tuvo una excepción cuando en 1974 aceptó una entrevista telefónica con The New York Times, en la que declaró que editar sus cuentos sin su permiso suponía “una terrible intromisión en mi vida privada”.

El hijo de Salinger cuenta que está decidiendo qué se debe incluir en una exposición en la Biblioteca Pública de Nueva York, que se inaugurará en octubre. Habrá algunos manuscritos, fotografías, objetos, cartas. Pero Matt aclara: “Nunca vamos a comercializar nada. Nunca va a haber un vodka de Salinger”.