“Mi corazón se fue con ella”, asevera romántica la voz en off. Hay un problema: “ella” tiene 9 años; la voz en off, cerca de 40. ¿En qué circunstancia se grabó esa cinta? No está claro. Lo que sí está claro es que el dueño de la voz, Bob Berchtold, quería que no sólo su corazón se fuera con Jan Broberg, la niña aquella que lo había hechizado. E hizo lo necesario para que así fuera: se ganó la confianza de los Broberg, sus vecinos de al lado, estrechó lazos con la niña, llegado el momento puso a Mary Ann y Robert (los padres de Jan) en situación de debilidad y dependencia y en cuanto vio la oportunidad… ¡zas! Bob y Jan se fueron. La plataforma Netflix subió hace algunas semanas Abducted in Plain Sight (“Secuestrada a la vista de todos”), documental sobre este caso que desafía la razón, y que tuvo lugar en los años 70. 

El documental está narrado desde el interior de la casa de los Broberg, en la pequeña localidad de Pocatello, Idaho, y está bien que sea así, porque es en ese interior donde se armó todo. La amistad familiar en 1972 con ese nuevo vecino tan simpático, tan “entrador”, tan buena onda, que rápidamente se ganó el aprecio y el cariño de toda la familia. Incluidas las tres hermanas Broberg y sobre todo la mayor, Jan. En ese punto, Berchtold pasó a ser “B”, trato de máxima confianza, y un segundo padre para las chicas. Lo cual no era muy difícil, ya que tanto él como Broberg se llamaban igual, Bob. La confianza permite que “B” duerma la siesta con Jan. ¿La confianza permite que un tipo de cerca de cuarenta duerma la siesta con una nena que en ese momento tenía 10 u 11? ¿No serían los padres de Jan los que estaban durmiendo la siesta? Bob Broberg, un señor muy parecido a Ricardo Balbín, se lamenta al día de hoy en el living de su casa, y a partir de determinado momento comenzará a dejarse llevar por la emoción. Su mujer, Mary Ann, sonríe.

Las siestas se hacen más profundas. Las pastillitas que “B” suministra a Jan se ocupan de eso. Un día Jan se despierta y “B” la está rozando. Otro día se encuentra con la bombacha bajada, a la altura de los tobillos. Le apretaba mucho, por eso “B” tuvo la deferencia de aflojársela. ¿Se puede creer eso? “Era ‘B’”, ¿qué daño podría querer hacerme?”, dice la cincuentona Jan al día de hoy. La teoría del cheque en blanco, para explicar la confianza total ofrecida por los Broberg a Berchtold. Todo lo que “B” hiciera sería en bien de ellos. ¿No hay algo de fe religiosa en esto, no puede haber algo de esto en algunos silencios de novicios y familiares ante abusos en la Iglesia? Los Broberg eran mormones practicantes. Por otra parte hay algo que es cierto: en los 70 todavía no se hablaba de “abuso de niños”, por lo cual puede ser que ese escenario simplemente no formara parte de la agenda de los Broberg. Aun así, llegado un punto tiene que haber una forma de encantamiento, practicado por un psicópata matriculado, para negar tanto.

Encantamiento y dominio sexual, alla Rasputín. No conforme con Jan, “B” comienza a mostrarse amable y zalamero con Mary Ann. La invita a salir, se van de paseo a un lugar apartado, se ponen afectuosos y se dan unos besos (hasta ahí cuenta ella). “Me gustaba, me resultaba atractivo”. Ahora toca el turno… ¡a Bob! Salen a dar una vuelta en auto, su tocayo le cuenta que está mal con su esposa, que hace semanas que no tienen sexo. “En verdad se lo veía nervioso”, comenta Bob, que aún hoy, a los casi 80, es un pichoncito que da pena. “B” necesita un servicio para calmar un poco el plus libidinal… ¡y Broberg se lo provee! “¡Cómo pude no darme cuenta!” se lamenta Broberg al día de hoy. La pregunta admite una respuesta taxativa, pero también una más especulativa. Cómo pudo. Porque estaba bajo el influjo de alguien poderoso, que manejó a una familia entera como títeres. Es la variante Teorema, con Terence Stamp  remplazado por Silvio Soldán (ver foto).

La cuestión es que una mañana “B” pasa a buscar a una Jan por entonces de 12 años, la invita a cabalgar, le da unas pastillas “para la alergia” y parten. Durante cinco semanas no se sabrá nada de ellos. Ahí sí los Broberg reaccionan, pero la que no reacciona es la policía. El FBI intentó intervenir (el agente a cargo del caso da testimonio en la película), pero los Broberg se negaron a presentar una denuncia. Es la policía mexicana la que cerca el motor-home de Berchtold y lo atrapa, mandándolo de vuelta. Berchtold se declara culpable de secuestro, recibe una condena de 6 años, se la reducen a 45 días y sale unos días antes por buena conducta. Argentina no es el único paraíso de abusadores y violadores.

Créase o no: ya regresados, Berchtold explica a Mary Ann y Bob que su psicólogo le recomendó que durmiera en la misma cama con Jan… ¡y lo dejan, cuatro días por semana, durante seis meses! Jan no es la misma que cuando se fue, la relación con el resto de la familia está muy enrarecida. “B” levanta la apuesta y les dice que se quiere casar con la nena. Ahí les funcionan las alarmas, y Berchtold y Jan vuelven a desaparecer. Jan ahora tiene 14, es el año 1976. Jan despierta una mañana atada en el motor-home. Piensa que la secuestraron los alienígenas. Berchtold usa esto en su beneficio, con una historia de dos aliens que le hablan a Jan en medio de la distorsión sonora, desde “un aparatito” que es un simple grabador. Los aliens le “explican” que ella es en parte alienígena, y que para salvar el mundo, su misión es dar a luz a un hijo que será el Salvador. ¿Un hijo con quién? ¿Hace falta decirlo? 

No está claro cómo fue que no lo tuvieron, porque Jan volvió a la casa mucho más convencida que antes. O con el cerebro mucho más lavado, si se prefiere. Quería casarse con “B”, quería tener un hijo con él y estaba enojada con toda la familia. “Ella no era la misma”, recuerda una de sus hermanas. “No podía dejar de pensar en él”, dice Jan. Ella tiene 14, él 40. Más allá de la credulidad (no cualquier chica de 14 cree en historias de alienígenas, hay que tener una preparación previa en fantasías disparatadas, como las de ciertas sectas cristianas, para creerlo), ¿no aflora acá un paradigma de la infatuación por el príncipe azul, del amor absoluto, por más que el “príncipe” en cuestión recuerde muy poco a los de Disney?

Mientras tanto reaparece el “ángel” de Teorema: “B” sale con Mary Anne una segunda vez, y esa vez no perdona. Serán amantes por ocho meses, de modo que “B” sale a la vez con la nena y la mamá. Que se sepa no repitió su invitación a Mr. Broberg, pero si lo hubiera hecho es difícil que su tocayo se hubiera negado. Lejos de Jan, Berchtold no para de llamar desde teléfonos públicos, intentando verla como sea. Apela al diálogo, a la amenaza, a la fábula, al chantaje. Es patético escuchar a Mary Ann tratarlo cariñosamente de “B”, después de que él secuestró dos veces a su hija, y después de que amenazó por ejemplo con matar a su marido: ella sigue ensoñando a un ser deseado, aunque este ser dio abundantes pruebas de quién era en realidad. La pregunta es: ¿fueron presas fáciles los Broberg por estar envueltos, por su formación, en relatos fantásticos que daban por reales? ¿O lo fueron porque se toparon con un psicópata que supo tocarles todos los botoncitos adecuados, tal como lo hubiera hecho con cualquiera de nosotros?