Jacinto Chiclana es el nombre de un probable malevo de la brava Balvanera de principios del siglo XX, a quien Borges --mirando a su maestro Macedonio-- evoca en un poema escrito en 1965. Un texto al que Piazzolla luego le puso una música en forma de milonga pa´ que canten muchachos y muchachas... Edmundo Rivero y Nelly Omar, por caso. Ese tal Jacinto Chiclana es, por correlato, el nombre que eligió el todoterreno Roger Helou para titular un disco que no le va en saga al peso específico del personaje. Y de la milonga, claro.

Pero, además de traer ese álbum bajo el brazo, Roger Helou aprovechará su estadía en Buenos Aires para interpretar Canciones criollas, de Saúl Salinas, junto al Tata Cedrón en guitarra y voz, Horacio Presti en guitarrón y César Nigro en guitarra (esta noche en Hasta Trilce, Maza 177). Salinas, apodado “El Víbora”, no solo es considerado uno de los padres fundadores de la música de raíz argentina, sino que también es uno de los personajes clave del tango de la década del ‘10 del siglo pasado. Nacido en San Juan en 1882, fue guitarrista del primer cuarteto de guitarras de Carlos Gardel (Gardel-Razzano-Martino-Salinas), además de ser considerado uno de los principales referente de la tonada criolla. Fue asesinado en la ciudad que lo había visto nacer en 1921, por razones políticas.

¿Por qué Helou no presenta Jacinto Chiclana? Porque fue grabado junto a dos históricos del tango a los que se les complica viajar. “El disco no tiene arreglos escritos. Con el grupo nos juntábamos, ensayábamos y nos metíamos en el estudio a grabar e improvisar. Algo que es modalidad de otra época, y también lo que elegimos hacer porque Ciro no lee, y el conjunto de lo que hicimos está inspirado en buena medida en torno a él”, introduce el pianista, que no solo ideó el disco, sino que también lo arregló, lo tocó, lo produjo, lo dirigió, lo publicó (primero en Europa y recién en la Argentina) y le ubicó los músicos precisos.

En efecto, el Ciro que menciona Helou es Ciro Pérez, un gran titán de la guitarra que fue parte de las primeras agrupaciones de Alfredo Zitarrosa y segunda guitarra del Roberto Grela tardío. PáginaI12 intentó comunicarse con él en Uruguay, pero fue imposible. Felizmente, no ocurrió lo mismo con la otra figura del disco: Osvaldo Dibelo. El exbandoneonista de Jose Basso levantó el teléfono en Tenerife, donde vive hace casi veinte años. “Más allá de que le guste a la gente o no, grabar en este disco estuvo diez puntos. Hemos hecho las cosas con mucho sentimiento, porque cuando está envuelto el corazón además de la técnica, merece un valor singular. Eso te cocina con un solo hervor”, sentenció este músico de 74 años, en idioma tanguero, añoso y sentimental.

Dibelo al bandoneón, entonces, más Ciro en guitarra y Helou en casi todo, configuran el núcleo central de una agrupación que, bajo el auxilio imprescindible de la voz de Omar Fernández y el contrabajo de Federico Abraham, grabó quince piezas de inconfundible hedor criollo. Entre ellas, además de la epónima, descollan el vals “Desde el alma”, “El motivo” (Cobián-Contursi), y dos de las elegidas por Dibelo: “Bandoneón arrabalero” (Deambroggio) y “Presto”, el breve y bello vals de Julio Ahumada. “Es difícil elegir, porque a mí me gustan todas las frutas --ríe el histórico bandoneonista--, pero me quedo con ´Bandoneón arrabalero´, porque en la versión del disco se respetó el arreglo que me había hecho un maestro mío para tocar en el pasado. Y con ´Presto´, el valsecito de un grande como Ahumada, que tenía un estilo muy dulce. Este vals me lleva a un momento lejano de mi vida, cuando tenía 16 años y tocaba en Radio El Mundo”, sostiene Dibelo, cuyo pasado también detecta a su fuelle acompañando las voces de Amelita Baltar, María Graña, Jorge Casal, Alberto Podestá, Alfredo Beluzzi y Héctor de Rosas, además de tocar con Luis Stazo, Juan José Mosalini, y Roberto Firpo, y el mencionado Basso.

“Con Basso hacíamos muchos bolos. Tocábamos en la Sans Souci, por ejemplo. O en radio El Mundo, donde nos venía a escuchar la Orquesta Tokio: los japoneses se sentaban todos en la primera línea y nos sacaban la ficha. Otro que recuerdo mucho es el dúo que formaban De Rosas y Beluzzi... Ellos trabajaban juntos cuando yo tocaba en la orquesta y el contraste entre ambos era total”, evoca Dibelo. Y eso le da el pie a Helou para que vuelva sobre sus palabras. “En Dibelo se nota ese sonido de las orquestas de los ‘40, que tenían grandes bandoneonistas. Me refiero a las de D´Agostino, Federico o Piazzolla, en las que el instrumento se destacaba por sí solo, algo que no sabemos cómo se hacía y que los buenos bandoneonistas actuales no consiguen, por más fuerte que toquen”, detalla el director de la Orquesta Típica Silencio, que hace roncha en las milongas de Europa. “Desde hace muchos años, me encuentro con grandes músicos, hoy ya muy mayores, que son la última generación que vivió la gran época del tango, y siempre pienso que no puede no quedar testimonio de su arte”, concluye Helou.