En alguna ocasión nos ha pasado que una persona admirada, amiga, digna de elogio por alguna razón o varias, se aleja, en cualquiera de las formas de este alejamiento, y no nos da tiempo para que le manifestemos, como debe ser, mirando a los ojos, lo que uno ha sentido. La sensación es fea. La vida logró advertirme y con Esteban “el Bebe” Righi no me pasó, no dejé que me pasara. Alguna tarde gris, en el salón de los Pasos Perdidos de la Facultad que nos supo albergar, me lo crucé y le dije: “Bebe, quiero decirte que en tres de los momentos más lindos de mi vida institucional, profesional o académica, siempre has estado vos”. 

El Bebe salió como siempre de esta insólita situación a la cual lo sometía arbitrariamente con alguna ironía, creo recordar que entre carcajadas me dijo “ves y entonces porque te comportás como un gordo provocador”. Lo de “gordo” era pertinente, lo de “provocador” se refería a que en el concurso en el que accedí a ser profesor titular, en el cual él presidía el tribunal, estuve treinta minutos criticando una tesis que él abrazaba en su Manual de Derecho Penal. Es decir, lo critiqué (también) a él durante toda la exposición. Salí primero. El concurso no habla de mí, habla de él. 

En otro concurso para ser fiscal general, casi veinte años antes, yo competía con discípulos de Righi (yo no lo era). También me fue bien y había una sola vacante. Nuevamente, ese concurso habla de él, no de mí.

Así era el Bebe. Sufrió junto con su familia la dureza del exilio, luego de darnos un ejemplo de compromiso con el estado de derecho cuando fue ministro del Interior con una edad en la que muchos están en una carrera frenética para crecer en lo personal. El estaba en una carrera frenética para vencer al autoritarismo con las únicas armas de las cuales disponía: sus convicciones y el cuerpo para sostenerlas. 

No logré escucharlo nunca victimizarse de que un grupo nefasto de matones le haya impedido continuar con su vida en su país durante esos años. Restaurada la democracia se doctoró en su universidad y accedió a una cátedra desde la cual hizo gala de una capacidad inigualable de explicar lo complejo de modo simple. 

No sé donde habitaba el previsible pedacito de rencor: yo no lo vi. 

Tampoco sé dónde habitaba el previsible orgullo por su trayectoria. Yo, claro, vi su trayectoria, pero acompañada por una humildad poco común.

Tengo un reclamo: que se fuera justo cuando más lo necesitábamos. Justo cuando hay daños visibles al estado de derecho. Y necesitamos varios generales de su generación. Seguramente el podría decirme: “Viejo, ¿te parece que hice poco? Es tiempo de los que tienen entre 30 y 50. Júntense, peleen, griten”. 

En eso estamos Bebe, en eso estamos.

* Profesor titular de la UBA.