Hace unas horas murió la bebé de la niña de once años que, tras haber sido violada, un contubernio compuesto por fanáticos religiosos y funcionarios venales obligó a parir en contra de su voluntad y de lo que marca la ley. Quienes se oponen a la interrupción voluntaria del embarazo dicen querer salvar las dos vidas. Lo que consiguen, como en este caso, es someter a las víctimas a otra suerte de violación, en virtud de ser impedidas de disponer de su cuerpo tal como les corresponde por su dignidad de seres humanos. Pero no sólo eso: también provocan la muerte y el sufrimiento de aquellas vidas por las que no se hacen responsables. Entre otros muchos matices que esta barbarie deja como saldo, vale destacar el brutal ataque que los “providas” infligen a la infancia. Esto es: el lugar de objeto al que quedan reducidos los niños y niñas. Valen unas reflexiones al respecto.

“Historia de la infancia” es el libro que Lloyd De Mause escribió sobre el destrato que hasta pocas centurias se le dedicaba a los seres cuya edad les privaba del status de personas: eso que hoy se llama niños. Considerados como objetos, aquellos pequeños que existieron hasta ya entrada la modernidad sufrían golpizas brutales, se les dejaba morir cuando enfermaban, eran sexualmente abusados, se les utilizaba para ganar dinero en la prostitución, en el trabajo esclavo, en las cosechas o para pedir dinero en la calle. El refugio de aquellos niños y niñas de antaño solía ser la piedad que la iglesia brindaba, aunque tan solo en algunos casos, porque sabido es que en muchos otros el amparo era la contraprestación del más brutal atropello sexual.

El siglo XIX asistió a la necesidad de contar con obreros sanos y bien constituidos para dotar de mano de obra a las fábricas y demás centros de producción. La ciencia, a través de la cruzada higienista,  terminó por convencer al poder y al sentido común de que las experiencias de la infancia resultan determinantes para el desenvolvimiento eficaz del sujeto. Por lo cual, poco a poco, el arrastre decimonónico hizo que el siglo XX se constituyera en la centuria del advenimiento de los derechos de los niños, de manera que hoy contamos con instrumentos legales de nivel constitucional para proteger a los niños y niñas de los abusos, del hambre, del destrato, de la miseria, del desamparo, al punto de que hasta el papa Francisco, tras pedir perdón por los pecados cometidos por la Iglesia, encargó el esclarecimiento de tales crímenes a sus colaboradores. Pero, como bien es sabido, a las leyes hay que hacerlas valer. Esto es: ponerlas en práctica. 

Por ejemplo, a contramano de toda lógica y ordenamiento legal, hoy en nuestro país la “Historia…” de Lloyd De Mause se convierte en una crónica del presente: trabajo esclavo infantil, desprotección ante las enfermedades, sin abrigo, techo ni pan, pauperización de la educación, a merced de peligros de los cuales De Mause no hablaba porque, según parece, no existía el paco ni revólveres con que matar púberes por la espalda. En esta actual Argentina los instrumentos legales que protegen a los niños y niñas tienen aplicación práctica solo cuando el poder así lo decide, de lo contrario las leyes son letra muerta que ningún juez se anima a revivir so pena de ser expulsados de sus cargos. Y por lo que a la iglesia respecta, su sadismo ha mudado de formato, aunque no de objeto: ahora sus ministros lideran sectas de fanáticos que obligan a las niñas a ser madres. El caso de Ricardo Sánchez –arzobispo de Tucumán– es paradigmático. A pesar de ser nombrado por el Papa para esclarecer los abusos sexuales de sus pares, este sacerdote no se contentó en constituirse en pieza clave del orquestado delito de hacer parir contra su voluntad a una nena de once años que había sido violada, sino que además hizo público su nombre. Cambio de formato, mas no de objeto. La infancia en el mundo neoliberal de religiosidad fetichista que estamos padeciendo.

Sergio Zabalza: Psicoanalista.