Son las seis de la mañana y una frazada de almejas baña las costas de Mar de Ajó. Habían desaparecido por casi una década pero volvieron para convertirse en patrimonio ecológico. Nadie sabe por qué desaparecieron pero quienes volvieron a recibirlas con asombro juntaron esfuerzos para cuidarlas como oro; ya nadie las saca de la posición en la que el mar las escupe; el cuidado de los vecinos y visitantes lograron revertir la extinción de este particular molusco, que se usaba de carnada para la pesca y con el que las corvinas se dan pequeños banquetes acercándose a la orilla y “coleteando” por entre las olas. Esa fauna marina convive con la que se pesca desde el muelle: pejerreyes, camarones, cornalitos y corvinas rubias salen de a centenas en los mediomundos y le dan sabor a la carta gastronómica de una zona que funciona en espejo con San Bernardo, separado por apenas cuatro kilómetros y medio. Esta pampa de arena, apenas interrumpida por las dunas serpenteantes que sirven de refugio para el juego de los niños y sus castillos húmedos, fue alguna vez pista de aterrizaje de las avionetas que venían desde provincias del norte y que en una proeza cinematográfica bajaban junto a la orilla para delicia de los turistas. En el hotel Silvio de Mar de Ajó, que cumple sus bodas de roble, hay fotos que atestiguan esta locura de los años 30. 

Una vieja foto del hotel, nacido cuando la costa casi era un desierto y se andaba en carros tirados por caballos.

EN MEDIO DE LA NADA En ese contexto es que un matrimonio de cocineros oriundos de Milán llegaron a la zona en 1937 para montar una estructura que los cobijara y les sirviera de medio de subsistencia. Don Silvio Biffino y Doña Josefina Bonini eran jóvenes y estaban llenos de ilusiones. Alguien les dijo que un océano de promesas los esperaba en Mar de Ajó y allí fueron a poner primero un restaurante y después una posada, que en un principio tenía sólo diez habitaciones y dos personas que se ocupaban full time de los huéspedes. En una época de carros tirados por caballos en un área casi desértica, fue una verdadera gesta armarse desde cero y mucho más ver su potencial turístico. “Silvio y Josefina cocinaban pastas espectaculares y pesca del día que hoy sigue vigente: las almejas con limón eran un clásico para tomar con un vermouth y el rumor de las olas de fondo” cuenta Salvador Trombetta, actual dueño de Silvio, el hotel que ya es un pilar de Mar de Ajó y que no pierde ese espíritu familiar a pesar de haber corrido mucha agua bajo sus cimientos. Los Trombetta compraron en el 67, apenas unos años después de que se prohibieran los pintorescos aterrizajes en la costa (después de un accidente fatal en Mar del Plata que estuvo en la primera plana de todos los diarios), demolieron el viejo hotel y empezaron de cero. Después de varias remodelaciones llegaron a la estructura actual de ochenta habitaciones, comedor, gimnasio, pileta climatizada y sauna y esa impronta sixties que en su época estuvo de moda y hoy es vintage. “Hay algo de esa energía familiar, de un espacio pensado para el encuentro y la amistad, que no perdimos, y llegan generaciones completas de quienes veraneaban acá para disfrutar con sus hijos y nietos” dice Salvador, quien conoció el faro Cabo San Antonio cuando todavía se podían subir los 360 escalones por un sinuoso pasillo sin baranda que llegaba a la punta y ver el cementerio de caracoles desde las nubes. Ese punto de referencia de largas caminatas entre médanos vivos, una costa inhóspita donde los visitantes suelen ser pescadores en busca de tiburones y otras especies que después llegan a la mesa: una pesca que se disfruta con el perfume del mar todavía fresco en el menú del hotel. El muelle de Mar de Ajó, el más largo de la costa con 270 metros y una estructura de hormigón que lo reviste de solidez, es el que recibía a los contingentes de pescadores que poblaban este dúo de balnearios cuando los Trombetta se hicieron cargo. Y según él, los que lo hicieron célebre. Hoy, que Silvio cumple ochenta años, lo festeja honrando la caña pero cuidando las almejas para que ya no desaparezcan de la costa. Y también ampliando la variedad de su cocina con platos únicos como el cordero arrollado al romero, la empanada gallega, el pollo de granja relleno con nueces y tomates secos, y el mejor tiramisú de la costa.

El muelle de pescadores, para practicar una de las actividades preferidas de los veraneantes.

BELLEZA SALVAJE Dicen los que veranean allí hace años que si algo caracteriza a Mar de Ajó y San Bernardo es que el viento no vuela las sombrillas, como en casi todas las ciudades balnearias de la costa argentina. Pinamar y Villa Gesell son ventosas por naturaleza y para muchos ese es parte de su atractivo. Pero en la costa de las almejas hay un microclima que protege a los ojos de tormentas de arena inesperadas y de un mar bravío de banderas rojas. Una excepción que tal vez explica la abundancia de naufragios en sus costas: desde la orilla se puede ver el Karnak, la Margarita y el Vencedor, pequeño triángulo de las Bermudas de embarcaciones hundidas que los pescadores aman; allí se arma la zona de mayor captura y en el parador El Vencedor se puede comprar carnada y armarse de un equipo para la pesca artesanal, que se practica sobre todo al caer la tarde. 

Mar de Ajó es una playa favorita para padres y madres con niños pequeños y también un elegido por adolescentes que pasan las noches entre pubs, bares y discotecas y ven el amanecer en la playa, un auténtico espectáculo de colores en el cielo, que a la noche anida variedad infinita de estrellas fugaces, imposibles de divisar desde las grandes ciudades. Los boliches más importantes, Morena y Guest, invitan a los mayores de treinta a bailar clásicos de los 80. Desde hace algunos años, los four tracks o cuatriciclos se imponen para surfear los bosques y dunas entre tamariscos de gran altura; de noche, es usual ver grupos de gente iluminados por la luna y en los alrededores del hotel el día siempre termina entre partidas de ajedrez, dados o extensos campeonatos de truco que llegan hasta que el sol se va, cuando después del baño y la cena hay espectáculos de magia y karaoke. No faltan el alquiler de caballos, el cine y el casino de Mar de Ajó, y desde el centro hay excursiones a Mundo Marino, el parque acuático de San Clemente del Tuyú, a 50 kilómetros, que se llena los días nublados.

El faro Cabo San Antonio, antiguo punto de referencia para las caminatas entre los médanos vivos.

DATOS ÚTILES

  • Cómo llegar: en auto, desde la ciudad de Buenos Aires, Ruta 2 hasta Dolores y luego ruta 63 a Esquina de Crotto, que luego se convierte en ruta 11 a San Clemente del Tuyú y desemboca en San Bernardo y Mar de Ajó. Son 350 kilómetros que también se pueden hacer en micro: los pasajes de Plusmar arrancan en $ 493 durante febrero. La estación queda junto a la ruta y está a diez minutos del centro de Mar de Ajó. 
  • Dónde alojarse: en Hotel Silvio desde $ 900 por persona en base doble. Consultar tarifas por menores de seis años. La tarifa por media pensión incluye acceso a la pileta climatizada para grandes y chicos, gimnasio, sauna y actividades recreativas como aqua gym. El hotel tiene pasaje directo a la arena, sombrillas y un parador.
  • También hay un camping en Mar de Ajó con dormis y acceso al bosque de médanos: campingmardeajo.com.ar. En el sitio del Partido de la Costa se pueden chequear otros alojamientos, clima y entretenimientos: www.portaldelacosta.com.ar.