La imagen más perdurable del engendro del Dr. Frankenstein es la que nos legó la Universal Pictures de la mano del director gay James Whale en la película de 1931: un ser de apariencia monstruosa  que camina lenta y aparatosamente sobre la Tierra, gruñe, asesina y es finalmente condenado por la sociedad aterrorizada que previamente lo discriminó.  La interpretación de Boris Karloff y el maquillaje de Jack Pierce –el rostro unido por costuras, el cuello atravesado por un grueso tornillo- fueron modélicas para las versiones posteriores del Monstruo. 

En contraposición, en Criatura, Gabo Correa y Miguel Pittier optan por retomar la esencia del texto de Mary Shelley. Utilizando recursos audiovisuales que requieren una sincronización de reloj entre texto filmado y texto actuado, Gabo Correa como el Dr. Víctor Frankenstein, dialoga en espejo con la Criatura interpretada por él mismo. Como sugiere la obra de Shelley, el científico es el alter ego del Monstruo (no parece casual que en la memoria colectiva suela denominarse a los dos de la misma manera: Frankenstein). Y desde este punto de partida no hay necesidad de los maquillajes tenebrosos: la apariencia humana convive con las acciones monstruosas y ambas aparecen contenidas en la mirada –que infunde a la vez compasión y pavor- de Correa en su doble papel.

Asimismo, siguiendo las pautas de la novela de Shelley y lejos de los sonidos inarticulados o las palabras sueltas que recurrentemente nos ofrecen las versiones fílmicas a partir de Whale, la Criatura habla de corrido y con docto léxico –recordemos que leyó El Paraíso Perdido de Milton, la Ilíada de Homero y Las desventuras del joven Werther de Goethe- para defenderse, justificar sus crímenes y criticar a la humanidad: “Aprendí que los bienes más apreciados por tus semejantes era tener ascendencia elevada y sin mácula y poseer riquezas. […] ¿Qué era entonces yo? Ignorante de cuanto se relacionara con mi creador y mi creación, sabía en cambio que no tenía dinero, ni amigos, ni propiedades. Además era el mío un aspecto deforme y espantoso; ni siquiera tenía la misma naturaleza del hombre […] Al fijarme a mí alrededor no veía ni oía a nadie como yo. ¿Sería pues, un monstruo, un ser único en la tierra, del cual huían y se espantaban todos?”. Acto seguido a su defensa, el Monstruo le pide al científico lo mismo que en la novela de la viuda de Percy Shelley: “una criatura de otro sexo que sea tan horrible como yo” para que le haga compañía y así poder alejarse con ella del mundo hostil hacia un lugar donde ningún otro ser humano pueda verlos jamás.  

Si la versión de Whale fue frecuentemente leída a la luz de la sexualidad del director (el Monstruo como espejo del gay fruto de una sociedad discriminadora), en esta nueva versión teatral aparece con fuerza la idea de conformar una pareja de anormales (“Es verdad que seremos dos monstruos, aislados del mundo, pero por eso mismo estaremos más unidos entre nosotros”). Encarnación de una utopía de familia queer que se aleja de la versión paródica Flesh for Frankenstein de la dupla Andy Warhol y Paul Morrisey, donde un científico con ideas nazis quiere crear a partir del tráfico de órganos, una pareja de monstruos que engendre a la raza superior (vale recordar que el experimento falla porque el cerebro del monstruo varón pertenece a un chico gay que no quiere tocar mujer y que solo tiene ojos para la bomba sexual Joe Dallesandro). Y más cercana a La novia de Frankenstein, donde Whale se había animado a un intento de familia de discriminados: al menos efímeramente un ermitaño, pobre y ciego  recibe en su hogar marginal al Monstruo y está dispuesto a convivir con él  (“Yo te cuidaré y tú me confortarás”) bajo el ambiguo título de “amigos”.

Apoyado en una sólida dramaturgia, Correa se nutre de éstas y otras  ideas, se da el lujo de reflexionar sobre la belleza humana, la relación entre la ética y la ciencia actuales (la robótica y la neurociencia) y con alusiones a Platón y a Borges, entre otros, se interroga sobre la naturaleza del Mal al punto de preguntarse si, como el monstruo mal llamado Frankenstein, los humanos no seremos el sueño circular de una mente monstruosa.

Criatura de Gabo Correa y Miguel Pittier con Gabo Correa y Vicente Correa. Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556. Sábados 23 hs.