El año electoral genera condiciones para empeorar el clima de agresiones emplazado en el país a partir la radicalización de las posiciones políticas, pero sobre todo por la instalación de una forma de acción política y comunicacional que hace de la agresión, de la violencia verbal y del uso indiscriminado de todos los recursos para lastimar, desprestigiar y vilipendiar a reales o presuntos adversarios.

  Lo ocurrido en las últimas horas a partir de que Cristina Fernández de Kirchner anunciara vía redes sociales los motivos de su viaje a Cuba y la situación de salud de su hija Florencia son una muestra clara y evidente de la pérdida de sentido de lo humano que atraviesa a buena parte de la sociedad argentina actual. Los medios y las redes se poblaron de intrigas que desestiman los razones aportadas, descreen de los sentimientos y, sobre todo, emiten agresiones como dardos con la única intención de herir, de lastimar. Es parte de una metodología política que, lamentablemente, ya ni siquiera se pone en cuestión.

  Todos los gestos, no importa cuales éstos sean, se miden bajo la única lógica de amigo-enemigo, cuyo único fin es la destrucción del adversario. Un objetivo para el cual todos los medios son válidos y ninguna razón o sentimiento de aquel o aquella a quien (por propia determinación) se ubica en la vereda contraria puede resultar creíble y, menos aún, plausible.

  Lamentablemente ya no llama la atención la pertinacia y la violencia sin límite de los ataques que, desde las usinas del sistema de medios de comunicación y de las redes manejadas o funcionales al oficialismo, se lanzan de manera sistemática contra la ex presidenta. Es la metodología "duranbarbesca" acuñada por el oficialismo. Pero aunque no sorprenda es grave que nos acostumbremos a semejante vileza como si esto fuese normal no solo en la convivencia ciudadana sino, de manera mucho más elemental, como parte de la condición humana.

  Para construir un futuro diferente es preciso rescatar el sentido de lo humano, pensar en el otro y en la otra, situarse en su lugar, no apenas por mera bondad sino asumiendo que la ciudadanía presupone solidaridad, más allá y a pesar de las diferencias, de los conflictos, de la diversidad de pareceres. El odio no alimenta el sentir ciudadano y destruye lo humano, que es base esencial de los derechos humanos por los que tantos hemos luchado los argentinos.

  Seguramente para algunos, para algunas, lo anterior puede ser una expresión mojigata o santurrona en medio de tanta violencia simbólica. Es un riesgo que vale la pena correr para afirmar que solo rescatando el sentido profundo de lo humano se puede pensar en un futuro mejor para los argentinos y las argentinas. Porque, como bien lo señalaba  Martin Luther King "hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos".

  La intensidad del tiempo político que se avecina requiere, además de las propuestas y de las ideas, de una revisión ética  de las conductas y de la recuperación de los valores esenciales del ser humano.

   

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