Si “los límites de mi lenguaje son los de mi mundo”, como anotó Ludwig Wittgentein en el Tractatus lógico-philosophicus que cargaba en su mochila en las trincheras de la Primera Guerra, cuáles serán, puede uno preguntarse, los límites de una nena hija de campesinos de la pampa santafecina que en su cuaderno escolar aprende a escribir su nombre junto a una figurita pegada: “Evita quiere mucho a los niños”. Al aprender a escribir su identidad la nena también aprende una noción de justicia. Allí “donde hay una necesidad, hay un derecho”, según Evita. Cuando sea grande, en uno de sus libros de poemas la nena ya mujer, citará a Simone Weil: “Sólo se tienen deberes. Nuestro derecho es el deber del otro”. En unos años, bajo la dictadura de Onganía, la oligarquía y los militares liquidarán los derechos de los trabajadores rurales y desalojarán a los padres, arrendatarios que trabajaban los campos. La nena no olvidará ese dolor del destierro. Crece leyendo las novelas de la mítica colección Robin Hood. También garabatea versos. Le anuncia a sus padres que quiere ser poeta. Después, adolescente, estudiará filosofía, andará en la izquierda y más tarde emprenderá un viaje a dedo por toda América hasta arribar a los Estados Unidos. El viaje, inversión mayor del que hicieran William Burroughs y Allen Ginsberg en busca de la ayahuasca, en comparación  dejará también ínfima la road story de JackKerouac. Piénsese la chica andando por cerros, selvas, campos, bajando de un camión, haciéndole dedo a otro, parando aquí y allá. En Ecuador trabaja en una imprenta. Después, no para hasta Estados Unidos donde, ilegal, vive de lo que puede, de obrera metalúrgica y de periodista contracultural. Cuando, seis años más tarde, regrese al país, la violencia política estará en su pico de espanto:el golpe militar, el más temible que pueda recordarse. El terror cerca, apaga los fulgores de la palabra. Ella habrá de pasar del convivio en Fuerte Apache al exilio interno en una isla del Tigre. Serán años de reclusión, miedo y silencio. Y serán plasmados en su “Tributo del mudo”. Pero,volviendo a aquel cuaderno de infancia, ampliando los límites de su lenguaje y del mundo, la nena todavía está escribiendo su nombre en el cuaderno escolar: Dianita Elda Bellessi Pavan.

Siempre me sonó pueril eso de la poesía como “arma cargada de futuro”, exabrupto facilongo de progres. Es que, y no se trata sólo de una hipótesis, la poesía, antes que arma,  tiene que ver con darle forma al silencio. Si se lo prefiere, una linterna que puede emplearse para investigar qué se oculta en la noche oscura del alma. En este sentido, según Bellessi, la poesía puede ser  alumbradora en lo mínimo como el trino diario de un pajarito. Así la suya deviene una voz necesaria para nombrar tanto una calandria como el estruendo de un piquete. El trino a veces proviene de las sombras del ser, y se transforma en prueba del valor de la existencia, el milagro de la naturaleza, caminar la tierra, aún la arrasada por el exterminio sojero.

En “La pequeña voz del mundo” su ensayo tan breve como potente, patea todo academicismo y restituye a la escritura su función esencial, desestabilizar la lengua, hecho en el que se articulan como remanentes las voces de los otros y el afinamiento de lo que es propio. Al pensar la escritura y su devenir, Diana Bellessi escribió: “Agarrémonos los calzones: el futuro ya llegó y ahora somos todos negros ‘juyendo’ del desempleo. Cuál será nuestra escritura entonces, mientras la educada clase media sigue cayendo por el tobogán”. Y esto, profético, lo escribió Bellessi entre 1998 y 2003. 

En estos días volví a leerla. Mientras me extraviaba en su obra- dulce extravío, por cierto-, marqué una idea que, creo, la define: “Siempre es política la poesía, pero su poder, un hecho íntimo, ético, y por ello móvil, dispone la caída dela certeza”. El recorridode Bellessiva desde las visiones de la pequeña Uli y su doble Nadia (anagrama de Diana pero también alusión que remite a André Breton), los itinerarios azarosos de la iniciación pasando por los talleres en cárceles, el canto liberador de la pasión sáfica, las marchas militantes y el gesto rockero, hasta, más acá, el alcance de la consagración con el impresionante tomazo “Tener lo que se tiene”, su obra poética reunida por Adriana Hidalgo. Ahora, al aproximarse a un sosiego de la edad, conjeturo, su poesía se cierne sobre la respiración de cada día, los instantes más plenos de todo lo que, en apariencia, puede parecer menos trascendente.

Si la poesía puede ser considerada género exclusivista del yo, incluyendo en el riesgo las trampas del lenguaje, también, merced a los dones de la palabra se vuelve mecanismo indagador, implacable en su desnudarse, y entonces ocurre un sobresalto que puede ser: “He construido un jardín como quien hace/ los gestos correctos en el lugar errado”./ Errado, no de error, sino de lugar otro,/ como hablar con el reflejo del espejo/ y no con quien se mira en él”. En Bellessi, la honestidad de ese yo lírico prescinde de toda autocompasión y habla a través del abismo: “Hoy la muerte se hizo presente/ de un modo nuevo, no en las cosas/sino en mí, cuerpo y mente ya no saben/ aunque yo, no lo sé / sube a mi hombro la muerte / y a medio metro alea una tacuarita”. No obstante una elaborada marca de la oralidad, en la autobiografía intelectual de Bellessi pueden rastrearse, a modo de citas y comentarios, referencias múltiples que comprenden a Franz Fanon y Denise Levertov, la Mona Jimenez,Adrianne Rich, Hugo Padeletti, Ursula Le Guin, Wu Wei, León Gieco, Hugo Chumbita, María Zambrano, Juanele Ortiz, Bob Dylan, Gabriela Mistral, Giorgio Agamben y Patricio Rey. Pero lejos dela infatuación, con sus gustos entramados, a donde va apuntando Bellessi en sus últimos libros y, en particular, en “Fuerte como la muerte es el amor”, es hacia una sencillez de la expresión, un despojamiento.Lo que cuenta, su voluntad por captar lo más simple mediante la contemplación sostenida. Dicho así: “Titirití o boyerito amarillo/ que baila sobre sus patas finas/ y muestra la panza de oro/ con dotes de malabarista”, escribe. Y mientras lo escribe, reflexiona: “Y no ceso de manotear algo/ arreándolo al poema, /aunque mucho no quiere, no me deja o no tengo,/ aquel oficio de antes”. En esa observación del boyerito, hay una invitación a situarse “lejos de la partitura del verso/ en su idioma propio y yo abandono/ el poema para verlo”. Es decir, en el viento en un ramaje, en la crecida que enfanga un muelle, la contemplación no implica pasividad sino respuesta instintiva a la urgencia, solicitud y reclamo de lo real: “Desaprender después de haber aprendido”, dice.”Puede haber un programa en la escritura del libro de poemas, pero elpoema es más bien el accidente del programa. El habla y la poesía se hermanan en el asalto al tiempo, el tiempo donde el poema y el habla toman al yo por sorpresa”.

Entonces, como redondeando, es lícito preguntarse si en estos tiempos de afanes neoliberales donde lo que se impone es el extractivismo del yo en el sujeto colonizado: ¿no será un acto de resistencia escuchar el canto de un jilguero? Pero conviene complementar esta pregunta con otra de Bellessi: “Cómo decirle al que no lo siente, ¡mirá eso!”