La promesa que Vangart suponía finalmente está cumplida, a la vera de ese mismo río que el espectáculo se propone tematizar. El Paraná como ámbito vital, dador de una fisonomía litoraleña, se vuelve en Vangart una propuesta conceptual de dimensiones contenidas y explosivas. Como si el Galpón 15 (ámbito donde Vangart ofrece desde ayer sus funciones, previstas en lo inmediato para el 22, 23 y 28 de este mes) no fuera suficiente dique de contención. De hecho, la concepción escénica apela a una inmersión colectiva, con laterales iluminados por rayos de tormenta, y un sonido envolvente que hunde al público en la imaginería que Vangart despliega a lo largo de 60 minutos.

Con realización compartida por la triada que conforman Sean Mc Keown (autor), James Santos (director artístico) y Diego Castro (idea y producción), junto al apoyo del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia y la Secretaría de Cultura y Educación de la ciudad, Vangart reúne reminiscencias compartidas entre Cirque du Soleil (Santos y Mc Keown han participado en shows de esa compañía) y Fuerza Bruta (con quien colaboró Castro). Las referencias no son gratuitas, evidentemente la consigna estética que guía a Vangart tiene su ascendente en las peculiaridades a las que el público del Cirque du Soleil está acostumbrado: proezas físicas y gimnastas ligadas por un nexo narrativo, más o menos sólido según el caso. En cuanto a Fuerza Bruta, hay momentos en donde la irrupción de escenarios secundarios reorganiza el espacio y obliga al espectador a girar sobre sí. En otras palabras, entre la pluralidad de cuño circense y un escenario que varía y es por momentos aéreo, Vangart delinea un mundo también propio.

El despliegue físico admira. La educación

de esos cuerpos estuvo acá, entre los

galpones que la ciudad ofrece al arte.

Desde la apuesta argumental, el espectáculo provoca su deriva a partir del ardid supuesto por el nacimiento del propio río. Una mujer, un hombre, una tormenta, dos seres que se requieren mientras fuerzas primarias los llevan a separarse y converger. Una naturaleza liberada que encarna en los elementos y en los cuerpos que los expresan. De este modo, Vangart ofrece lo mejor de sí: la tarea admirable de sus artistas, provenientes de la tarea que desempeñan o han desempeñado en la Escuela Municipal de Artes Urbanas. En este sentido, Vangart viene a corroborar la cualidad artística que distingue a Rosario, lugar dedicado a promover disciplinas estéticas diversas que hacen posible, por ejemplo, un show semejante.

Es así como los cuerpos dialogan de modo orgánico entre sí, mediante aros, trapecios, telas, bailes, malabares. El despliegue físico admira, y la educación de esos cuerpos estuvo acá, entre esos mismos galpones y lugares que la ciudad ofrece para la destreza y cultivo cultural. En cuanto a la lógica narrativa, es posible que exista cierta incomprensión si no se tiene, mínimamente, una referencia previa. En todo caso, habrá que pensarla a la manera de un abrir y cerrar de ciclo, como esa flor que aparece y reaparece a lo largo de la obra, consustancial al desarrollo de una vida que es también la de sus protagonistas, pero a la vez, la de ese manto que todo lo cubre: el río.

En otro orden, no queda muy claro por qué la única canción que acompaña a Vangart y de manera prominente -a partir de una banda sonora con asidero en el talento de Charly Egg- sea en idioma inglés. La elección pareciera tendiente a la mímesis con ciertos temas musicales "globalizados", antes que a una reformulación sonora que dialogue con la misma música que el litoral ha hecho surgir.

Entre los momentos mejores, vale destacar -a propósito de la canción en cuestión- cómo el diseño lumínico impregna y transforma el vestido blanco de la cantante, suspendida y a la vez vértice de efectos tonales atrapantes. También la pareja que, a la manera de un único cuerpo, se desarma y rearma, como si ellos fuesen destilaciones terrosas, emanadas del río marrón. Así como la pareja que viste de modo acuático y aéreo, con un entendimiento mutuo de los cuerpos que es todo un disfrute. Y el vestuario masoquista con el que ciertas fuerzas malignas corroen la tranquilidad de la protagonista, entre púas y cuero negro. A propósito, el vestuario es en general de un cuidado esmerado así como funcional a las acrobacias de cada uno de los artistas.

Como corolario, puede decirse que Vangart ofrece un espectáculo de dimensiones mayores, en un escenario pequeño y controlado, para poco público. Vangart parece también encerrarse entre cierta fastuosidad tal vez no del todo necesaria. Lo que sobre todo vale es la gracia y aptitudes de sus partícipes, todos y todas artistas de gracia personal, dispuestos a trascender aún más. Que esto ocurra, en primera instancia, en la propia ciudad, es un reconocimiento que vale subrayar.