¿Cuáles fueron las primeras expresiones que recordás, esa especie de “lengua madre primigenia” que escuchaste de niña? 

—Recuerdo muchas cosas muy tempranas en la lengua. Algunas eran frases de mis abuelos o expresiones de mi casa que venían del piamontés, muchos refranes que me aparecen en algunas circunstancias. Yo vivía en un pueblo donde había mucha gente inmigrante de distintos orígenes, que hablaba un castellano mezclado, con palabras de sus lenguas de origen o con los verbos conjugados de unas maneras extrañas. Yo siempre tuve la música de las palabras, los modos, las tonadas, todo eso siempre me atrajo mucho desde muy chica. Me acuerdo la primera vez que escuché a una mujer vieja diciendo “andenante”, una palabra muy arcaica española, que se usa mucho entre las personas ancianas del noroeste. Tuve una época de mucha fascinación por el lenguaje español arcaico mezclado con lo indígena cuando empecé a escribir de un modo más sistemático. Eso fue bastante a mi novela Tama, y mucho después volvió a aparecer en Los manchados y en Veladuras. Había una palabra que se usaba mucho en mi casa, “brundular”, para hablar de alguien que está protestando, que murmura, que nunca está conforme, como un equivalente a rezongar.