Le llamaban “El Gringo” y eligió la carrera militar con una decisión muy clara de servicio en la defensa del país, en continuidad con el proyecto de los héroes de la independencia que había estudiado desde muy joven, eludiendo los laberintos de la historia oficial.

El “gringo”, el comodoro Héctor Seigneur, ingresó a la Fuerza Aérea y a partir del 46, cuando el general Juan Domingo Perón llegó al gobierno, entendió que era el momento de ser el militar que quería ser y que fue, con esa fuerza de sus principios con los que vivió hasta el pasado 17 de marzo para partir –como él solía decir– a la “clandestinidad eterna”.

Tenía 95 años y había vivido luchando siempre con la humildad que lo destacó en la defensa de su patria, que no imaginaba como un concepto vacío. “Patria sin pueblo no existe, ni existe sin soberanía, sin independencia, sin conocer la verdad histórica” y en esto abarcaba a la idea integradora de la patria grande.

No le temblaba la voz para asumirse como hombre leal al gobierno de Perón, que había conmovido los cimientos de una patria “secuestrada y malquerida” por una oligarquía surgida de crímenes de Estado, como aquellas “campañas del desierto”, que no era tan desierto, que tenía sus habitantes ancestrales, a los que por defender sus territorios, orígenes e identidades, se los asesinó con una crueldad sin límites aduciendo que “no tenían alma”, como decía el general Julio Roca en sus escritos.

Seigneur entendió la profundidad de las transformaciones que habían llegado en esos tiempos y se expresaba en las calles, entre los más humildes que comenzaban a conquistar sus derechos por primera vez.

El “Gringo” y varios de sus compañeros de la Fuerza Aérea y de otras armas demostraron que había un sector de las fuerzas armadas que había entendido el momento histórico que estaban viviendo, cuando se produjo el primer intento de golpe contra Perón, el 16 de junio de 1955, y la Marina envió los aviones de caza Gloster Meteor a bombardear la Casa Rosada para asesinar al presidente, a sabiendas de que estos bombardeos iban a causar muchas víctimas y daños severos, como sucedió en la histórica Plaza de Mayo y sus alrededores. El Gringo Seigneur nunca olvidó aquellos centenares de cuerpos despedazados, muertos y heridos esparcidos en toda esa zona, entre el humo de los ómnibus y automóviles incendiados, que estaban allí o circulaban por el lugar.

Hubo combates entre los aviones de la Marina y los de la Fuerza Aérea y resistencia militar y popular al intento golpista de junio de 1955, orquestado por el poder oligárquico y sectores militares y religiosos, que fracasó, pero precedió al del 16 de septiembre de 1955 que instaló la Revolución “Libertadora”.

Fueron los mismos golpistas y otros que cayeron en la trampa de la desinformación, la calumnia y un odio feroz de clases. “La prensa del poder hizo su parte, fue la primera línea de fuego”, decía el Gringo entonces y siempre denunció la “sombra de Estados Unidos” en todo lo actuado contra Perón y en el plan “de extinguir al peronismo y desperonizar al país”. 

Recordaba aquella frase que hizo historia en las paredes de Buenos Aires: Braden o Perón, en referencia a Spruille Braden, el embajador de Estados Unidos en Argentina durante la primera elección de 1946. “Braden perdió pero siempre fue la sombra del golpismo en nombre de su gobierno”, graficaba el “Gringo” en los días de tertulias entre compañeros y reuniones políticas.

Junto con otros oficiales de la Fuerza Aérea, como su amigo Ernesto “el  Gallego” López y también con los leales de otras fuerzas militares, resistieron heroicamente hasta el último momento e incluso estuvieron muy cerca de derrotar a los “rebeldes”. Nunca creyeron  en las palabras del primer presidente de la dictadura, el general Eduardo Lonardi, cuando dijo que no habría “ni vencedores ni vencidos”. Recordaban los sucesos de junio de ese año y conocían por algunas fuentes los verdaderos planes criminales de los dictadores como el general Pedro Eugenio Aramburu y el contralmirante Isaac Rojas. 

Por eso no los sorprendió ni su detención ni la orden de ser llevados ante un Tribunal Militar que les exigió que se retractaran, lo que no aceptaron los “leales”. Cuando Seigneur escuchó que los declaraban “traidores a la patria”  arrojó su gorra y sus charreteras ante los “jueces” militares. 

Siguieron los tiempos de cárcel en Magdalena, donde estuvo con “el Gallego” López,  Raúl Pites, Carlos Alberto Palacios, Jorge Iavícoli  y otros oficiales de la Fuerza Aérea. Los momentos más duros para ellos y los militantes peronistas fueron los días del levantamiento cívico militar del general Juan José Valle previsto para el 9 de junio de 1956, intentando detener la persecución y la injusticia extrema. La dictadura tenía ya información y se adelantó a los hechos. Aramburu había firmado la Ley Marcial y escrito la lista de los que iban a fusilar.

Antes y después del fusilamiento del general Valle, el 12 de junio de 1956, cuya carta a los dictadores todavía sigue estando vigente, fueron fusilados 18 militares y unos 15 civiles, unos en Lanús, otros nueve llevados a los basurales de José León Suárez, donde cinco murieron en el acto y otros quedaron heridos gravemente. Centenares fueron llevados a las cárceles en todo el país. 

Desde entonces, la “libertadora” se llamó para siempre “Revolución Fusiladora”. Uno de los sobrevivientes Carlos Livraga,  fue quien narró aquella historia dramática, investigada y escrita magistralmente por Rodolfo Walsh en el libro Operación Masacre, que primero circuló en la clandestinidad y que hoy es conocido en el mundo como una de las grandes obras testimoniales de la  literatura argentina.

Cuando Perón regresó a su tercer gobierno en 1973, una de sus primeras decisiones fue llamar al “Gringo” y a otros militares leales y devolverles sus cargos. Seigneur fue ascendido como correspondía a comodoro de la Fuerza Aérea y nombrado gerente en Aerolíneas, cargo que ejerció, ayudando a muchos compañeros y que nunca ejercería durante la cruenta dictadura que se instaló el 24 de marzo de 1976, y que lo mantuvo bajo seguimientos y amenazas a él y su familia.

En tiempos del gobierno de Néstor Kirchner, cuando Nilda Garré fue ministra de Defensa se les devolvió “el honor”, como decía el Gringo, al borrar de la historia la acusación de “traidores” a la patria. 

Héctor Seigneur conocería a Isaac Libenson, marxista y “militante de la dialéctica”, cuya vida fue una novela: perseguido por Agustín P. Justo, se fugó al Uruguay, participó en la Guerra Civil española, asilado luego en el México de Lázaro Cárdenas, con quien trabajó y nuevamente perseguido bajo un gobierno de derecha e intentando regresar a Argentina, fue detenido en el Comando Sur de Estados Unidos y rescatado por Perón, a pedido de Rodolfo Puiggrós.

Libenson y Seigneur conformaron una extraordinaria dupla de trabajo, en un círculo cercano a Perón, a Evita, al padre Hernán Benítez y en los años de la resistencia peronista, de la lucha política, junto a reconocidos dirigentes y sindicalistas como Andrés Framini. En 1973, Libenson murió, pero el “Gringo” siguió trabajando activamente aunque siempre de bajo perfil, como un patriota o un “héroe silencioso” –como lo llamaron muchos compañeros– con figuras como Germán Abdala y tantos otros.

Todo fue en su vida una tarea silenciosa donde ayudó a desarrollar formas de resistencia y solidaridad, a reflexionar y a debatir, perseguido, luchando,  manteniendo los principios esenciales y la liberación como horizonte eterno.