Desde el circo criollo hasta estos días de crisis y fecundidad artística, el teatro nacional se desarrolló hasta encontrar una identidad, acompañada y engrandecida por el talento de sus creadores . En su nuevo número, que aparece mañana opcional con PáginaI12, Caras y Caretas realiza un merecido homenaje al teatro argentino. En su editorial, María Seoane recuerda a la gran Alejandra Boero, “una de las más queridas actrices, pedagogas y directoras del teatro nacional de profundidad”. Felipe Pigna, en tanto, sostiene que el teatro argentino es “una marca indeleble de identidad cultural que abarca gran parte del país y tiene en Buenos Aires un centro notable de producción”. Olga Cosentino, notable especialista en la materia, reconstruye la historia del teatro –“espejo siempre contradictorio de una identidad nacional en permanente construcción”–, y destaca: “A diferencia de otros lenguajes que, con los avances tecnológicos, han multiplicado su público al infinito, el teatro sigue siendo un hecho asambleario, a escala humana”. María Mercedes Di Benedetto cuenta el derrotero del radioteatro, que nació “casi junto a la radiofonía y creció con fuerza durante los años 30”, hasta que la dictadura de Juan Carlos Onganía “pone fin abruptamente al género por ‘anticultural’ y ‘antieducativo’”. 

El tango y el teatro han tenido una relación histórica. Jazmín Carbonell sostiene que ese vínculo data de la época del tango danza, pero “es con el tango canción cuando pasa a tener más protagonismo en los escenarios”.

“Reflexionar en la Argentina acerca de un sentido profundo en el teatro puede constituir la base fundamental para pensar en un nuevo sentido político”, escribe Héctor Levy Daniel, sobre la relación entre teatro y política. Roberto Perinelli reconstruye la historia del teatro independiente, en la que Leónidas Barletta fue un precursor cuando fundó en 1930 el Teatro del Pueblo: “Su iniciativa no fue la primera, si bien le cabe esa condición porque consolidó un proyecto que mantuvo continuidad y presencia durante casi cincuenta años. Antes hubo otros emprendimientos, efímeros, discontinuos, que trataron de responder a un reclamo de las fuerzas intelectuales del momento, que clamaban por un movimiento libre de la taquilla y afecto a la experimentación”. 

Uno de los géneros que están en boga, el teatro musical tiene una historia que se remonta a fines del siglo XIX. Pablo Gorlero da cuenta de ella, y señala que “la época de oro de la comedia musical podría enmarcarse entre 1932 y 1960, el período en que el género forja una identidad con espectáculos de temática o interés local con producciones importantes”. Mercedes Méndez escribe sobre el teatro off, que durante la dictadura se refugió en casas y en salas precarias, y que en los 80 estalló. Sobre cómo es hacer teatro hoy en la Argentina, Damián Fresolone reunió a cuatro exponentes: Esther Goris, Norman Briski, Corina Fiorillo y Liliana Weimer. La filosofía del teatro está presente a través de Jorge Dubatti: “La semiótica no era exactamente el camino para comprender el acontecimiento teatral. Tampoco el psicoanálisis. Había que encontrar otra senda”, señala. 

Chiara Finocchiaro escribe sobre el impacto de la crisis. Juan Pablo Urfeig reseña las plataformas online y Leni Gonzalez analiza la gestión estatal. Pablo Galand escribe sobre los centros de formación; Viviana Vallejos da cuenta de la importación de obras extranjeras y exportación argentina, y Ricardo Ragendorfer aporta una genial crónica policial que mezcla espías, dictadura y teatro de revistas. Todo en una edición imperdible que suma a Hugo Urquijo, Roberto Cossa, Alejandro Tantanian, Eugenia Levin, Carlos Fos y Nito Artaza, con entrevistas a Griselda Gambaro y Mauricio Kartun.