En el transcurso de la década de los años noventa, Jorge Gumier Maier –ex activista gay, periodista y artista– se desempeñó como curador de la Galería del Centro Cultural Rojas de la Universidad de Buenos Aires, un pasillo amplio y poco iluminado situado antes del ingreso a la sala teatral del edificio ubicado en el barrio conocido como Once. 

Durante los primeros años de la posdictadura, el Rojas fue una institución clave en la difusión de la actividad cultural y artística que involucró a distintos artistas, poetas actores y escritores relacionados a la cultura underground y los debates intelectuales de la democracia. A principios de 1990, se incorporó al equipo de trabajo de la Galería la artista Magdalena Jitrik, quien realizó la curaduría de algunas muestras junto con Gumier Maier y diferentes tareas hasta 1993.

La Galería del Rojas funcionó como una matriz en la que se conjugaron experiencias y posiciones artísticas distanciadas de la pintura neoexpresionista de los años ochenta y los temas de mayor valoración social por las agendas del arte latinoamericano. La opción por obras de pequeño y mediano formato, la utilización de operaciones estéticas como el ready-made y los ensamblajes, la reivindicación de las técnicas artesanales y las manualidades, la incorporación lúdica del arte abstracto y el surrealismo, el gesto queer y la recurrencia crítica a la feminidad imaginaria son algunos de los elementos que se hacen presentes en la impronta del Rojas como modelo artístico y curatorial capaz de garantizar las transformaciones artísticas de los años noventa. La programación de muestras, los textos escritos por su curador y los discursos generados en torno a este espacio fueron vitales para el desarrollo del arte contemporáneo. Incluso, las coordenadas del modelo rápidamente se extendieron por la escena artística de Buenos Aires y otras ciudades del país. 

En la Galería del Rojas expusieron con frecuencia de manera individual y colectiva diferentes artistas mujeres, entre ellas Ariadna Pastorini, Graciela Hasper, Cristina Schiavi, Fernanda Laguna, Elba Bairon y la misma Jitrik. Algunas realizaron sus primeras exposiciones, otras llevaron a cabo propuestas de difícil aceptación en las instituciones oficiales de la época y también participaron de muestras claves para la inscripción del Rojas, entre ellas El Rojas presenta: Algunos Artistas (1992) y El Tao del Arte (1997).  Por su parte, Ana López integró algunas exposiciones colectivas en la Galería y mantuvo un estrecho vínculo afectivo y creativo con las artistas. Durante la gestión del artista Alfredo Londaibere, curador de la Galería entre 1997 y 2002, algunas de estas artistas volvieron a exhibir de manera individual y Alicia Herrero se incorporó a esta programación de muestras sostenida a lo largo de más de una década. 

Sin embargo, el lugar que ocuparon estas artistas ha tenido poca atención por parte de la historiografía del arte reciente. Hacia finales de los años noventa y en la primera década de los dos mil, los relatos en torno a la Galería del Rojas y su órbita expositiva comenzaron a cristalizarse y concentraron su interés, principalmente, en las actuaciones de los artistas hombres, sus experiencias y complicidades obtuvieron un rol protagónico. Se generaron anudamientos históricos entre textos y debates públicos, muestras de gran alcance, catálogos y adquisiciones patrimoniales, donde los recorridos de las artistas no fueron tenidos en cuenta pese a contar con una activa participación y el interés de la crítica de arte durante la década. A través de diarios como PáginaI12 y La Nación, críticos de arte como Fabián Lebenglik y Jorge López Anaya siguieron de cerca las producciones de estas artistas. […]

Esta muestra proyecta un itinerario a través de obras y documentos que materializan la posición anfibia de estas artistas. Tácticas y estrategias luminosas trazadas entre los criterios estéticos de Gumier Maier y los proyectos de afirmación grupal entre ellas, es decir, entre los procedimientos que hicieron de la Galería Rojas una marca distintiva y las traducciones imperfectas del feminismo como forma de visibilidad.

Exposiciones como Violaciones domésticas y Juego de damas, proponen un desborde en torno al Rojas a través de registros diferentes en los que confluyen operaciones estéticas referenciales al modelo y, sobre todo, una necesidad de marcar una diferencia en un escenario artístico que, en ocasiones, se presentaba excluyente y patriarcal en relación a las artistas. La primera muestra fue integrada por Alicia Herrero, Ana López y Cristina Schiavi. En 1994 tuvo lugar en el Espacio Giesso y luego en Asunción del Paraguay. El proyecto contó con el diseño de montaje de Gumier Maier, textos de Fabián Lebenglik y Feliciano Centurión y una perfomance –más bien un striptease paródico– de la actriz María José Gabin, integrante del grupo Gambas al Ajillo. La apelación a técnicas manuales y el trabajo sobre los desperdicios y los productos exhibidos en las góndolas de los años noventa conformaron el horizonte visual de estas artistas. A través de gestos corrosivos, las obras expuestas tensionaron con ironía y humor los roles fijados en torno a “la mujer”. La exposición recuperó el carácter irreverente de las experiencias del arte feminista, ya que se propuso torcer las imágenes más valoradas por la historia del arte y, a su vez, conjugar en las obras signos disruptivos y clichés culturales. 

La segunda muestra, Juego de damas, puede ser pensada dentro de las formas de mutualidad que hacen al pasado y al presente de los cruces políticos entre el arte y el feminismo. En 1993, Graciela Hasper y Magdalena Jitrik viajaron juntas a la ciudad de Washington por motivo de una muestra colectiva organizada por la primera edición de la Beca Kuitca y asistieron a una exposición pionera de artistas brasileñas en las salas del National Museum of Women in Arts. En Nueva York, Jitrik recorrió algunas exposiciones feministas que tenían lugar en espacios alternativos y Hasper tomó contacto con la paradigmática exhibición Bad Girls, ideada por la activista feminista y curadora Marcia Tucker. La experiencia del viaje permitió a las artistas captar ideas en torno a la visibilidad de las artistas mujeres. Hasper y Jitrik decidieron armar una muestra autogestiva que involucró a artistas de Buenos Aires y que, por extensión, incentivó la pregunta sobre el lugar que habían tenido las mujeres en la historia del arte local. En este proceso, se incorporaron al equipo la artista Diana Aisenberg y la historiadora del arte Adriana Lauría como curadora. En un principio, instituciones prestigiosas de Buenos Aires se mostraron reticentes a la propuesta, mientras que en Rosario el Museo Castagnino decidió apoyar y presentar la exposición, que luego circuló por Mar del Plata y finalizó en el Centro Cultural Recoleta. Este proyecto mantuvo un umbral artístico heterogéneo, no enfocado de manera directa en el arte feminista pero sí con guiños estéticos en torno a ese imaginario y la posición desenfadada sobre las tradiciones que caracterizó al arte de los años noventa. Reunirse, aunar objetivos y trazar un campo de acción fue la táctica asumida por las artistas como forma de reflexión histórica y visibilidad pública.

A partir de los recorridos de estas artistas en la Galería del Rojas y estas experiencias disruptivas para la época, esta exposición profundiza la mirada sobre este episodio clave del arte argentino, presenta una escena, pero también observa sus desplazamientos a través de una selección de obras exhibidas tanto en la Galería del Rojas como en las instancias expositivas mencionadas. El objetivo es poner en relieve la presencia de estas artistas y, al mismo tiempo, indagar en sus obras, que nos ofrecen imágenes potentes sobre las representaciones culturales y los estereotipos asociados a lo femenino, la soberanía del cuerpo, la apropiación torcida de la vanguardia histórica y, también, la disolución política de la barrera entre lo público y lo íntimo.

* Curador de la exposición Tácticas luminosas-Artistas mujeres en torno a la galería del Rojas, que sigue hasta el 23 de junio en la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141, Puerto Madero. Fragmento del texto que será incluido en el catálogo, de próxima publicación.