El año electoral de la Argentina ya comenzó y con él las denominadas “campañas”. En ese contexto muchos analistas señalan la predominancia de las denominadas “fake news”, del uso de la comunicación digital y de las variantes de la video política, con el presupuesto de que todo ello se desarrolla en un marco de institucionalidad plena.

Pero aprendamos de la última campaña electoral brasileña: ¿y si a los denominados candidatos “outsiders”, conservadores o simplemente de derecha ya nos les interesa proteger la institucionalidad durante la campaña? ¿Y si su objetivo de alcanzar el poder o mantenerlo no mide la erosión del sistema democrático, trasladando esa responsabilidad a los candidatos del resto del espectro político? ¿Es ésa una contienda justa?

Las recientes campañas electorales, resonantes en cuanto a sus características particulares, fueron la desarrollada en EE.UU en 2016 y la acaecida en Brasil en 2018, con los triunfos de Donald Trump y Jair Bolsonaro.

 En ambos casos fue distintiva la virulencia de las campañas llevadas adelante por los candidatos ganadores. Acusaciones feroces hacia sus adversarios (desde el “lockher up” de Donald Trump contra Hillary Clinton hasta “la gente estuvo bien, Lula es un bandido” de Jair Bolsonaro luego del atentado contra la caravana de Lula en Curitiba) con afirmaciones falaces sobre sus acciones o comportamientos pasados, presentes o futuros.

 En momentos donde la confianza en la democracia está en descenso en América Latina (un reciente sondeo internacional concluyó que ese nivel está ocho puntos por debajo de lo registrado en el 2010) este tipo de campañas electorales agregan un ingrediente más por el cual se erosiona su legitimidad.

Campañas “sucias” plagadas de imágenes y frases hirientes, como si delante no hubiera un rival político sino la encarnación misma de todos los males que debe ser eliminada. Campañas que no sólo no tuvieron la condena unánime de la sociedad sino que garantizaron el “éxito” de sus protagonistas, mientras los medios masivos se encargaron de señalarlas solo como “polémicas”.

Entendemos que esa lógica fue potestad de los candidatos “outsiders” o de derecha. No se verificaron en dichas campañas respuestas con el mismo nivel de virulencia, odio y falsedad por parte de los candidatos del centro hacia la izquierda. Como si la responsabilidad institucional de proteger las reglas de juego que hacen al sistema de compulsa democrática no incluyera a las derechas, ávidas de inundar de belicismo discursos y dispositivos mediáticos.

En escenarios donde los candidatos “outsiders” parecen no tener lugar, la tarea del desprestigio recae en los grandes medios de comunicación comerciales. Estos, por tradición propietaria y por convicción editorial, no atacarán e incluso apoyarán a esos candidatos que son, en realidad los más radicalizados candidatos “de sistema” y una garantía para la persistencia de sus privilegios.

La sospecha y las acusaciones, igual que los bits, atraviesan cualquier plataforma y obligan al insulto, varios escalones por debajo del debate democrático. La agenda electoral Argentina no está exenta: trolls, pseudo periodistas, servicios y varios candidatos están en la línea de largada para sostener un proyecto político trunco en base a la agresión digital y mediática.

Recaerá en los candidatos de espacios progresistas y populares una doble responsabilidad: difundir sus propuestas con éxito y, además, proteger el escenario electoral e institucional democrático, libre de fakes, para lograr el triunfo.

* Docentes de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.