Desde ayer, Diego Capusotto despliega en el Teatro Nacional Cervantes (TNC) una faceta poco conocida. Desde los ‘90 que no hace teatro de autor. Ahora retoma el desafío y a lo grande: como protagonista de   Tadeys, con dirección de Analía Couceyro y Albertina Carri, obra basada en la novela de igual nombre de Osvaldo Lamborghini. Novela póstuma, deforme e inacabada, de la que se suele decir que es sólo apta para los lectores más valientes, por su extrema crudeza. Y que, según el actor, tiene un poderoso “anclaje” para pensar y repensar estos tiempos, al meterse con el poder, la temática de género y la propiedad de los cuerpos.

Lamborghini escribió esta novela en 1983, en Barcelona. El manuscrito se encontraba en tres carpetas sin ordenar y fue publicado luego de su muerte. La versión teatral –y multidisciplinaria– de esta fábula político-sexual se centra en la operatoria de un buque de amujeramiento en el que se intenta disciplinar a adolescentes violentos. La forma de volver dóciles a los cuerpos rebeldes es feminizarlos, volverlos “damitas” adorables. A la cabeza de esta misión se hallan un científico y un policía: el doctor “la araña” Ky (Capusotto) y el comandante “la hiena” Jones (Javier Lorenzo). Otra figura en la que la obra hace hincapié es en la de los tadeys, que es otra forma para nombrar a los excluidos.

En la novela –que transcurre en un territorio ficticio llamado La Comarca–, violencia sexual es sinónimo de violencia política. Suele ser considerada una alegoría de la brutalidad del poder, que se manifiesta a través de la sodomía. También una caricatura del horror de la sociedad argentina y el comportamiento de las masas. Su esperado formato teatral constituirá el debut de Capusotto en el Cervantes. El actor de Peter Capusotto y sus videos (ver recuadro) no otorga tanta importancia a este dato, pero sí al hecho de estar encarando un trabajo diferente de lo habitual. Lo último que hizo en la línea del teatro de autor fue Decir sí, de Griselda Gambaro, con dirección de Gabriel Szulewicz. 

El elenco de Tadeys lo completan Canela Escala Usategui, Iván Moschner, Felipe Saade, Florencia Sgandurra y Bianca Vilouta Rando. La obra, que incluye la proyección de un audiovisual, se podrá ver de jueves a domingos a las 18 en el Salón Dorado del TNC (Libertad 815), con capacidad para no más de 70 espectadores por función. “Tenía ganas de involucrarme en un proyecto teatral. No estoy grabando el programa, entonces justo puedo hacerlo. No me hace más ni menos actor, sino que me coloca en otra zona de búsqueda. En un salto al vacío”, dice Capusotto a PáginaI12.

–Con tantos años de trabajo, ¿cuesta encontrar espacios de riesgo?

–Vengo haciendo teatro –por ejemplo, cuando hacíamos Todo por dos pesos–, pero era un lugar más conocido y apropiado. Hacíamos el traspaso, bastante ostensible, de la televisión a un escenario teatral, pero con un lenguaje de pertenencia. Involucrarme otra vez en una obra de autor me permite aburrirme menos.

–¿Te sentís encasillado en un lugar desde lo actoral?

–Sí, pero nunca fue una preocupación para mí. Eso sucede porque alguien quiere verte en un lugar en el que le producís placer. Si de ahí salto a otro lugar, no son definiciones que yo me haga. Prefiero moverme.

–¿Qué búsquedas te generó trabajar con este material?

–Tener el ejercicio de entender la historia. Es una obra muy compleja, con un texto que sale de lo naturalista, que está medio atravesado por lo barroco. Imbricado. El primer paso siempre es eso: la necesidad que tiene uno de actuar otra cosa. Y después, involucrarse en la historia. Una historia que no te permite actuar si no hacés ese paso previo, de mucha lectura. Después están la adaptación, los cambios, los textos que a lo mejor se cortan... Esas cosas me colocaron en un lugar de bastante intensidad. Y de una especie de tensión interesante en términos emocionales, de encuentros y desencuentros con la obra. Estuve muy estimulado desde la dirección y los compañeros. Fue una búsqueda de mucho tiempo, porque recibí el texto en octubre, tuve una primera relación con él, y después está esto de ponerle el cuerpo y la voz. 

–¿Habías leído la novela?

–No. Había leído cosas sueltas de Lamborghini y sabía de su intensidad. Es una lectura de conmoción y la obra supongo que tiene ese espíritu. Me perdí, me encontré, vi que podía hacerlo... Por momentos está la sensación de vacío, de no saber si podés hacerlo. Son procesos que tienen que ver con la neurosis, hasta que te fijás en el texto de manera más activa, cuando empezás a ensayar. Empiezan a aparecer los espacios por donde el personaje se mueve y la interrelación con los demás. El personaje empieza a aparecer en los ensayos. En el mientras tanto aparecen esbozos.

–¿Cómo trabajaste este personaje?

–Es un psiquiatra que lleva a cabo el proyecto de convertir en damas de compañía a jóvenes violentos y desbordados. El personaje de Javier es la fuerza de choque de este proceso, que siempre se necesita. Como alguna vez acá se necesitó el asesinato para llevar un plan económico y, sabiendo de la resistencia que eso iba a ocasionar, se hizo lo que se hizo. Ahora cambiaron las épocas: ya no es el poder de fuego sino los escenarios de ficción. Representación pura. Y lo que se necesita para llevar a cabo un proyecto: desde tener operadores en los medios o el poder judicial, que hoy está tan en boga. Es todo desde una representación: basta ver al Presidente para darse cuenta. De alguna manera, “la araña” Ky tiene que ver con eso, con representar y ficcionalizar la realidad para llevar a cabo la sujeción, para tener distraídas y divididas a las masas. Tiene anclaje, porque finalmente habla del poder, con una máscara más monstruosa. Interviene lo sexual como forma también de violencia.

–¿Y por qué el propósito es feminizar a esos chicos violentos?

–Supongo que tiene que ver con esta idea de lo femenino como pasividad, como acompañamiento. Hay un personaje que se pregunta si el Estado es hombre o mujer, y termina diciendo que hoy por hoy es “hambre para todos”. El Estado no ve a la mujer como una fuerza vital, sino como algo que sirve a los intereses. Bastante provocador él... La pluma de Lamborghini dispara para lugares a los que la representación teatral no sé si llega. 

–¿Qué reflexión habilita la obra sobre la cuestión de género?

–El poder arrastra todo. Ya no es lo femenino, es también lo masculino, las niñas, los niños... Son políticas de depredación. Hay una discusión de lo femenino que me parece alentadora e interesante, pero estos se llevan puesto todo. No creo que a Patricia Bullrich le interese mucho el tema del género, ni que a Carrió o a Laurita Alonso les importe mucho el feminismo o la autonomía de las decisiones sobre el propio cuerpo. Con poder, ¿qué les van a importar los grupos feministas? Es un tema ideológico, que excede la discusión de género. No hay un tema central en Tadeys. Son temas centrales que tienen algún tipo de relación. No es nada más la autonomía sobre el cuerpo, sino también el hecho de estar en una sociedad en la que cada vez hay más marginados y desclasados. La obra es un monstruo para ser conmovidos e indagados.

–¿Le inyectaste al personaje alguna cuota de comicidad?

–No de giro de actuación cómica. El personaje tiene algo de la araña: esto de andar esperando que llegue la mosca. La paciencia para hacer lo que hace, su telaraña, y quedar finalmente la mosca atrapada... ese mecanismo lo tiene “la araña” Ky, sobre todo con el público. Hay algo de simpatía que a lo mejor tiene el personaje que después se va lentamente transformando en otra cosa. Porque después aparece el proyecto. Es lo que hace el poder: tiene la cara de la amabilidad para después mostrar otro costado, que es el fin. No le puse la comicidad que le pongo al programa, que es un rasgo de desborde y mucho más anárquico que una obra. Acá el desmadre está contado de otra manera. Hay un ordenamiento, una historia que lo contiene y algo desde lo visual que dispara la atención no para un personaje central. Encaré al personaje por el lugar de la incertidumbre. 

–¿Sos de los actores que valora por sobre todo hacer teatro?

–Sí. Hay un tema de la corporalidad y del espacio que es inigualable. A pesar de que hemos estado muchos años en la televisión y hemos sido públicos desde ahí, y que fueron lugares también de placer, creo que algo de lo teatral es único. Tiene una intensidad que no se iguala. Es una actuación donde hay un cuerpo, un espacio, una voz y una gestualidad que no están contenidos por nada, solamente por ese espacio y lo que sucede como ritual. En televisión y cine, las actuaciones son más fragmentadas. El teatro es cuerpo puro. Una apropiación del espacio puro.