Desde París

Toda catástrofe es incidente. El incendio que destruyó parte de la catedral de Notre-Dame sembró una líneas de incidencias que empezó modificando la agenda política del presidente Emmanuel Macron, ocasionó una emoción nacional e internacional, removió los componente de la identidad francesa, levantó un debate sobre la forma en que había que restaurarla, abrió una fuerte controversia sobre el aporte de las grandes fortunas y las empresas a los fondos destinados a la restauración y terminó poniendo en el primer puesto de las ventas el libro de Victor Hugo Nôtre-Dame de Paris, en elque inmortalizó a dos personajes emblemáticos: la bailarina Esmeralda y Quasimodo, el jorobado campanero de la catedral que lucha contra el ingreso de los soldados del diabólico juez Frollo al interior de la catedral derramando plomo fundido desde lo alto. 

Pasado, presente y futuro quedaron cautivos en esa noche, cuando cientos de miles de personas oriundas de todo el mundo permanecieron inmóviles en los puentes de París presenciando la batalla de los bomberos. Ese episodio tiene sus héroes encarnados en varios soldados del fuego y en Jean-Marc Fournier, el capellán de la Brigada de Bomberos de París, miembro del Santo Sepulcro, cuya intervención permitió salvar del incendio la Santa Corona. Pero, lo primero que engulleron las llamas fue la milimetrada estrategia fijada por la presidencia de la República. Emmanuel Macron debía intervenir ese día en la televisión a las 8 de la noche para cerrar la extensa crisis política, social e institucional inaugurada en la segunda mitad de noviembre de 2018 por el movimiento de los chalecos amarillos. Macron había previsto activar el Acto II de su mandato a través de una serie de medidas elaboradas tras el “gran debate” con los franceses que Macron propuso en plena tormenta amarilla. El incendio estalló a las 18.50 y con él el mandatario perdió la iniciativa política. Macron, igual, dejó entre paréntesis su agenda política, se colocó al frente del rescate y prometió que en cinco años la catedral estaría restaurada. El plazo resultó excesivamente corto para los expertos, quienes calculan que llevará por lo menos veinte años. Hoy, nadie está de acuerdo sobre qué catedral habría que restaurar, con qué estilo, con qué materiales. Se trata de saber si se debe conservar la memoria histórica o rediseñar una catedral que represente el Siglo XXI. El presidente se pronunció a favor de “un gesto arquitectural contemporáneo”. La querella entre “antiguos y modernos”, entre quienes pugnan por reproducir el pasado y quienes ven en la destrucción una oportunidad de reorganizarlo sin alterar la identidad de la obra es tan densa como el antagonismo que atañe a su financiación. Hacían falta entre 750 millones y mil millones de euros para la restauración. En promesas de donaciones ya se han recaudado cerca de mil. 

En tres días, hubo más donaciones (850 millones) que las diez obras caritativas más importantes en el curso de un año (843 millones). Las asociaciones caritativas constataron con pena que ese inmenso flujo de dinero contrasta con el descenso de las donaciones de los particulares como consecuencia del impuesto aplicado antes sobre las grandes fortunas, modificado a favor de los ricos por Emmanuel Macron cuando apenas llegó al poder, en 2017. Los donantes aportaron 350 millones de menos luego de esta política fiscal, que le valió enseguida a Macron el apodo de “presidente de los ricos”. Más aún, como la ley beneficia con una reducción del 60 por ciento de impuestos a quienes donan dinero, eso equivale a que el 60 por ciento del costo de la restauración será asumido por el Estadod. Las numerosas asociaciones francesas consagradas a la ayuda a los pobres, los sindicatos y los partidos políticos de izquierda manifestaron su profundo malestar. La danza de la fortuna es consecuente. El hombre más rico de Francia y de Europa (fuente Forbes), Bernard Arnault, al frente del grupo LVMH (Louis Vuitton, champagne Moët & Chandon y coñac Hennessy), prometió donar 200 millones de euros para la reconstrucción de Notre-Dame. La familia Bettencourt Meyers, propietaria de la multinacional de cosméticos L’Oréal, aportará también la misma suma. François-Henri Pinault y su familia, dueños del grupo integrado por empresas como Gucci, Yves Saint-Laurent, Balenciaga, Boucheron y Bottega Veneta, pondrá sobre la mesa 100 millones de euros. Estos cuatro multimillonarios totalizan la mitad de los mil millones de euros que ya se habrían recolectado. La solidaridad de los grandes grupos, las fortunas cuantiosas y de la gente común ha sido instantánea y gigantesca, pero los montos y los beneficios fiscales que obtienen quienes los aportan han abierto un interrogante de alto grado moral. Como lo señalaba a los medios Florent Gueguen, director de la Federación de los Actores de la Solidaridad, “por supuesto, la generosidad para reconstruir Notre-Dame es legítima, se trata de un tesoro. Por nos gustaría también que este impulso vaya hacia los más necesitados”. 

Notre-Dame es hoy una siluetas ombría en el horizonte de París. Perdió el esplendor de su iluminación nocturna. La eliminarán por un largo tiempo el foco de los desacuerdos, los oportunismos y las debilidades de la condición humana.

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