La inflación es multicausal. Es la sanata actual, con que buscan retroceder los que han dicho por décadas en el país que el factor central es la emisión monetaria exagerada. Ahora agregan un licuado que incluye el nivel de déficit fiscal; la paridad del dólar; la puja salarial; hasta conceden que hay empresas formadoras de precios que aumentan para mejorar su rentabilidad, porque les da la gana.

Esta lista que nada explica omite sin embargo, una causa actual insólita: el aumento de tarifas fogoneado desde el propio gobierno y las insólitas tasas de interés.

En lugar de dedicar tiempo a los análisis teóricos, el momento de desmadre absoluto invita a tomar medidas prácticas y ver si al menos generan resultados parciales positivos en los bolsillos populares. 

Ante todo es obvio que se debe pujar por eliminar todo aumento de las tarifas de servicios públicos y por retrotraerlas a valores que se puedan arbitrar como aceptables, cortando de cuajo esta demencial política de gobernar para la rentabilidad de un puñado de empresas.

El segundo salvavidas arrojado es el control de precios. Como dicen los banales comunicadores que llenan la televisión, se apela al populismo kirchnerista como parche en que no creen ni los que tomaron la decisión. Son 16 empresas –increíble, solo 16– que acuerdan precios de unos 60 productos alimenticios y una cantidad de carne que se podría consumir en dos días.

Aparecen funcionarios que controlaron precios entre 2008 y 2015 y argumentan que esto es una caricatura –tienen razón– y que ellos peleaban por el consumo popular y lo hacían bien. Y aquí no tienen razón.

El capitalismo se ha concentrado en el mundo y mucho en la periferia, construyendo estructuras productivas con ganadores permanentes y perdedores sistemáticos, resignados a producir según las reglas de subsistencia que otros fijan. Este gobierno trabaja para los ganadores y cuando el agua sube, los llama y les invita a mamarrachos como el reciente acuerdo. El gobierno anterior trabajaba con vocación de mejorar la condición de las mayorías y creía - muchos parecen seguir creyendo - que se podía negociar con quienes tienen la sartén por el mango, de funcionario a corporación.  La estructura era concentrada, se siguió concentrando y parece nunca acabar.

Pero el escenario no termina allí. Tomando los alimentos como ejemplo, muchos de los derrotados viven, sacan productos de la tierra, tienen pequeñas industrias alimenticias y con mil malabarismos esperan ser ayudados. El gobierno quiere expresamente destruirlos; el peronismo de hoy no los ve, no los conoce. Sin embargo, allí está el eje para construir un potente escenario nuevo.   

La verdura del Gran La Plata o el Gran Santa Fe; los tomates de Corrientes o Chaco; la banana de Formosa o Salta; la manzana y pera del Alto Valle; los campesinos del norte o del sur de Mendoza; la pequeña industria lechera de Buenos Aires, estrangulada por un oligopolio feroz; la yerba cooperativa misionera, están allí, a disposición de la comunidad, para que les saquen de encima a los intermediarios, les faciliten por varios mecanismos posibles el contacto con los consumidores y su presencia se haga potente. Su visibilidad es el mejor control de precios imaginable.

Hay molinos harineros cooperativos esperando un trato al menos digno; fábricas de fideos que fueron perjudicadas por maniobras de cartelización cuando Guillermo Moreno equivocadamente suspendió las exportaciones de harina que las grandes empresas volcaron como fideos al mercado interno; muchas industrias lácteas que se han refugiado en el queso al no poder acceder con leche fluida a los supermercados. Hay docenas de ejemplos de los efectos de un Estado ausente. Las pequeñas empresas necesitan más que una mayor cantidad de dinero en el bolsillo popular. Requieren además que se les elimine el bloqueo de las corporaciones.

Es fácil: O regulan un puñado de empresas o regula el Estado, con el objeto de dar libertad a las fuerzas productivas. A veces, funcionarios progre creen que están conduciendo a las empresas mayores, pero allí están sumergidos en su propia ignorancia.  

Resumo: si queremos que la población coma mejor, vamos abajo, bien abajo y dotemos a quienes agregan valor real a la tierra, de los medios simples que necesitan para superar las brechas de los intermediarios, del rechazo cultural de una clase media manipulada. Ocupémonos.

* Instituto para la Producción Popular.