En ese diálogo que establece con sus fantasmas la naturaleza se vuelve presencia, un cuerpo que en su voz deviene en personaje. Pero Marta se dirige al público o recurre a él como una especie de cronista que va a dar cuenta de los hechos de este thriller al mismo tiempo que se desarrollan en escena 

Si la dramaturgia de Francisco Lumerman se vale de la interioridad rescrebrajada de sus personajes, especialmente de Marta, suerte de Norman Bates pero con la madre viva y bastante cómplice, ese rumor interno que se desacopla como narración, como mirada al espectador que rompe el supuesto realismo, será después convertido en las acciones de un pequeño policial de pueblo. En El río en mí, con el conflicto de las papeleras resonando junto a esa planta industrial que llega para envenenar el agua, para hacer de cada cuerpo un deshecho de ácido y piel abierta, dos mujeres van a construir su venganza de vidas desplomadas.

Malena Figó será la hija que sólo conoce ese pueblo infestado. En el silencio que ella lee como la palabra de su padre ausente, aprende una manera de intervenir, de descifrar el idioma de la naturaleza mancillada, para responder y encontrar una estrategia frente a la masacre. Atrapada entre esos yuyos que son, en realidad, serpientes carnívoras escondidas que agarran del tobillo a sus presas y las entierran vivas, ella será la verdadera resistencia. Si lxs asambleístas discuten entre guitarreadas de cantos combativos, ella hace de su soledad el armado de un secreto que parece escribir en el aire con cada movimiento de sus manos y que no tendrá el menor problema de relatar con el detalle clamoroso de una escena tensa y resplandeciente, como es la confesión de cualquier persona que está habitada por la deshonra de sentirse abandonada.

Figó hace de cierta inocencia pueblerina la audacia para fabricar su odio. Toma a su personaje como si fuera un espectro y construye su fulgor en cada movimiento con esa suavidad propia de un alma rota. Ella aguarda, como esas actrices que pueden dibujar a su personaje en escena, los momentos donde estallar, donde dejar de lado esa templanza que ha construido para atraer y encantar mientras despierta un deseo atroz de huir. 

Su madre, en la interpretación delicada de Elena Petraglia que se acopla al trabajo de Figó como una suerte de armonía que dialoga en el sigilo y la vibración de las dos actuaciones, es una figura mansa que la cuestiona pero que no puede dejar de seguirla mientras niega todo lo que hace por ella. Porque Marta obliga al resto de los personajes al encubrimiento o la participación desolada. Lo mismo ocurre con ese huésped extraño al que Claudio Da Passano convierte en un ser sensible y decidido, que concentra en su actuación todo lo que sabe. 

Con esa robustez de la tierra que lxs doblega y lxs vence, Marta pudo conquistar una alianza inquebrantable que se materializa en ese único albergue al que los gerentes de la empresa tendrán que acercarse. Porque destruir a un pueblo implica entrar en una alianza estruendosa con él, conocerlo y animarse a sufrir la respuesta de su sangre.

Lumerman hace de la política un drama íntimo y policial, como en esas tragedias donde el conflicto social no podía separarse de una situación familiar llena de habitantes desconocidos de bandos opuestos. El río en mí piensa la venganza, en contraposición a las formas asambleísticas, y las hace convivir en un texto donde la acción política muestra su componente ficcional y donde la ficción es la astucia frente al daño que los poderosos pergeñan como su implacable puesta en escena.

El río en mí se presenta los domingos a las 17 y los lunes a las 20.30 en Moscú Teatro: Camargo 506. CABA