El neoliberalismo es una nueva expresión del capitalismo que ya no se organiza centralmente alrededor del trabajo y las relaciones de producción, sino que la obtención de ganancias se realiza a través del mercado financiero. La actual acumulación financiera se saltea el circuito de la mercancía con intermediación del trabajo; el poder casi no precisa de las personas ni siquiera para explotarlas. El neoliberalismo consiste en un dispositivo de concentración en pocas manos: el dinero produce dinero, crece la desocupación y sobra la mayoría social.

A grandes rasgos, distinguimos una primera división entre la elite, compuesta por los pocos que participan del mundo de las finanzas, y aquellos sectores que continúan organizando la vida alrededor del trabajo. Dentro de este último grupo, podemos realizar una subdivisión entre los que aún conservan el trabajo y los que quedaron fuera del sistema como desocupados (que no logran reinsertarse o que nunca ingresaron al circuito laboral por razones sistémicas). Las grandes mayorías continúan relacionándose y organizando la vida alrededor de la actividad laboral, a pesar de que el poder decretó la defunción del trabajo, con el argumento de una supuesta modernización porque el mundo se orienta “naturalmente” para otro lado. En realidad, no es un asunto de naturaleza sino de darwinismo social, donde a partir del poder del más fuerte sólo sobrevivirán el capital y las cucarachas. Se trata de la cultura del sacrificio de la mayoría para que se potencie el sistema financiero.

El trabajo es un derecho que se reconoce en las normas fundamentales de derechos humanos, como la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la Carta social europea, el Protocolo de San Salvador, la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos y la Constitución Nacional. Además de ser un derecho, el trabajo cumple funciones en el aparato psíquico. 

Para la mayoría, el trabajo continúa siendo un pilar cultural fundamental y un organizador de la vida que regula el sistema de intercambios: fuerza de trabajo por remuneración. Capacitarse para integrar el mundo laboral persiste como un ideal para las mayorías que no viven de los flujos financieros. El trabajo permite subsistencia y “existencia”, porque constituye uno de los elementos centrales que estructura la identidad: “yo soy”. Es una categoría que inscribe socialmente, otorga integración y pertenencia, permitiendo contarse como parte del orden establecido, ser de “los que cuentan”. En consecuencia, el trabajo aporta dignidad, en contraposición a ser un resto excluido de un sistema tanatopolítico, en el que el trabajo deja de ser un derecho. 

Tal como se constata, el modelo neoliberal que sigue el gobierno de Cambiemos produce desocupados en serie, personas que quedan fuera del sistema y se transforman directamente en restos improductivos, deprimidos  o angustiados. El neoliberalismo arrasa no sólo con el derecho al trabajo sino con la mayoría de los derechos y el tejido social.

Uno de los principales triunfos del neoliberalismo es haber instalado el ideal del individualismo y  la creencia de que cada uno es un gestor, agente de su propia vida, y que el éxito o el fracaso dependen exclusivamente del individuo, elidiendo la responsabilidad del modelo económico-político y de los gobiernos que lo sustentan. 

El psicoanálisis, por el contrario, enseña que sin la presencia del Otro, de los cuidados y el amor, el ser humano no se constituye como tal, no ingresa a la cultura y no deviene sujeto de discurso. Nadie se gestiona ni puede solo individualmente: el cuerpo, singular y social, está permanentemente atravesado por el Otro.

El individuo neoliberal transforma la falta del Estado en culpa o fracaso personal, “salva” al Otro, se resigna. Soporta desprecios, llegando a revolver y comer basura identificándose a ser un desecho, un resto. La subjetividad neoliberal angustiada “cae” en posición de objeto en una indefensión radical, sin el amparo de los derechos, fuera de la ley. El neoliberalismo, un dispositivo estragante de concentración en pocas manos, produce excluidos, vida desnuda desposeída del sistema jurídico, sostiene Giorgio Agamben. Se suspende así el estado de derecho y se abre un campo por fuera del orden jurídico normal, en el que la excepción se convierte en la regla. 

El neoliberalismo implica terminar con la vida de una parte de la población para proteger otra parte social minoritaria. Para cumplir ese objetivo, se precisa el sacrificio resignado de la mayoría indefensa que, además, resulta demonizada como peligrosa y amenazante. La ley es suspendida de manera legal aunque no legítima: el poder decide sobre la vida y la muerte, sin consideración por la responsabilidad homicida que se pone en juego.

Urge cambiar este modelo de gobierno que conduce a la exclusión e indignidad por otro que no sacrifique a su gente. Que reemplace la pérdida de derechos y la creciente desocupación por la creación de empleo, que sustituya los valores individualistas y meritocráticos por otros solidarios e inclusivos. 

Un gobierno nacional y popular que esté al servicio de los intereses de las mayorías, junto con una batalla cultural cuyo lema sea “La Patria es el Otro”, pueden funcionar como un dispositivo de resistencia a la violencia destructiva de la humanidad que impone el neoliberalismo.

* Psicoanalista. Magister en Ciencia Política. Autora de Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal. Editorial Letra Viva.