Tres árboles entraron en otoño 

Ahora mismo lo podemos ver desde la ventana, 

tres árboles amarillos en medio de la montaña. 

Lo decís una vez por día: 

“mirá, esos tres árboles ya están en otoño”. 

Como si el paso del tiempo te requiriera 

especial atención. Como si el tránsito 

acelerado de una cosa que se sucede 

con la otra tuviera en vos 

cierto sentido magistral 

y lo tiene, eso concluyo. 

Tirada en la cama, ahora mismo boca abajo 

aprovechás al máximo el tiempo 

corriendo la carrera de ejercicios que tenés que hacer 

para mañana, para pasado 

para cuando volvamos a la ciudad 

donde todos los árboles están todavía verdes. 

pero acá, ahora mismo 

hay tres árboles amarillos 

que resaltan en medio del campo.

 

Escondidas 

 

No entiendo como siempre quisiste volver 

a casa y no te quejabas 

de los escondites atrás de las puertas 

o debajo de las camas. 

Y me llamaras al fijo o me buscaras 

y quisieras volver, 

cada semana a jugar 

en la pieza. Siempre 

pensé que sería poco justo 

para vos que te ocultara: 

de mi madre que entraba 

sin preguntar al cuarto, 

de mi padre que no estaba 

pero que en cualquier momento 

podría llegar. Pero no, 

vos siempre quisiste volver 

a jugar conmigo 

hasta donde yo te dejara.

 

CURADORA DE POESÍA: GABRIELA BORRELLI AZARA

 

Pulseaditas

Pulseaditas

Recuerdo de chica estar con mi viejo midiéndome los brazos 

a ver quién tenía 

más músculos, juntos 

jugábamos a las pulseaditas, 

así se decía en esas épocas. 

Apoyábamos el codo en la punta de la mesa 

hasta que sentíamos el hueso tocar con la madera, 

nos dábamos la mano en un gesto fraternal 

y empezábamos a hacer fuerza. 

Cada uno tiraba para su lado 

para vencer así 

al brazo enemigo. 

Esa es una imagen que hoy tengo. 

Después en la escuela 

yo también quería medirme los músculos 

entonces les proponía al resto de mis compañeros. 

Las chicas no querían competir, pero Fernando sí. 

Aceptaba pelear con chicas sin que importara nada. 

Eso era un gesto noble para mí. 

Después supe que en realidad Fernando gustaba de mí 

pero también quería 

medirse los músculos conmigo. 

Sin embargo, eso a mi no me alcanzó como para gustar de él. 

Como esas historias de los varones que se enamoran de las nenas 

que les gusta el futbol, como a ellos, 

entonces piensan que pueden jugar o hacer cosas con ellas. 

A mí no me pasó, 

no me alcanzaron los músculos redondos y bien formados de Fernando 

si su gesto noble 

ni su voluntad escandalosa de enfrentarse conmigo 

para gustar de él, pero quería verlo, 

agarrar su mano transpirada y doblarle todo el brazo hacia mi lado 

y que cayera rendido, con el cuerpo exhausto 

de tanta fuerza puesta en sacrificio. 

Un día en el recreo lo reté a Fernando a enfrentarnos en una pulseada. 

Luego de una fuerza desmedida 

que inflamó todos los músculos de mi cuello, gané yo. 

Fernando enfurecido no lo pudo soportar 

y me corrió por toda el aula para pegarme. 

Pero en ese momento yo creía que era la más fuerte del curso. 

Me agarró contra la pared, 

mientras el resto de los chicos entraban y salían 

y yo no tuve miedo porque sabía 

que mis brazos musculosos eran 

los más fuertes del curso. 

Así que lo enfrenté y le hice comerse las ganas de golpearme. 

Esas son también las imágenes que tengo

cada vez que pienso que puedo algo que no puedo algo 

que yo soy fuerte, 

incluso más que papá.