El macrismo le acaba de proponer a la oposición un compromiso programático mínimo. En el caso de que el peronismo no kirchnerista aceptara el acuerdo estaríamos ante un caso para el cual sería difícil encontrar un antecedente en la historia de la democracia liberal: un partido de oposición que se alía con el gobierno cien días antes de un proceso electoral que terminará con la elección de un nuevo presidente. 

Da toda la impresión de que una vez más, para el macrismo, la política se reduce a la publicidad política. Algo parecido al plan de precios esenciales cuya necesidad surgió de los focus groups que revelaban que la inflación era la preocupación social dominante; como el gobierno carece de respuestas reales a esa demanda inventa una respuesta publicitaria. Un anuncio, un spot que coquetea con el ridículo para que 48 horas después las expectativas se diluyeran en medio de un nuevo temblor cambiario. Nada serio. ¿Cuánto tiempo durará en cartelera el acuerdo mínimo? Sin pretensión de exactitud puede esperarse que no mucho…

Lo interesante, entonces, no serán las consecuencias prácticas de la idea porque es problemático que tenga alguna. Lo que parece más adecuado es capturar la lógica con la que se concibió y el resultado real que se espera de la jugada. Ante los últimos cimbronazos, Macri –que si algo no hace es improvisar sus palabras– dijo en un acto público que estábamos ante el hecho de que “el mundo no está seguro de nosotros”. No termina de creernos y hay que trabajar para que nos crea, de eso depende todo. Lo más interesante es por qué no nos creen. Y no nos creen porque teme que queramos volver atrás, renunciar al “cambio”; el nombre propio de Cristina Kirchner sobrevuela el discurso presidencial. Porque es el nombre propio del populismo, de lo que pone palos en la rueda del cambio. Y es la muestra de que el plan Davos 2016 fracasó: del brazo de Massa y de Urtubey, Macri publicitaba entonces en el mundo el nuevo cuadro de la realidad política argentina: el de un peronismo dispuesto a proveer gobernabilidad a un gobierno “amigable con el mercado”. Es decir, el principio del fin del populismo kirchnerista, la vuelta de la alternancia entre variantes del mismo modelo. Tres años después no hace falta decir que ese proyecto fracasó. Y no fracasó por capricho del peronismo amigo del gobierno sino por las consecuencias de su propia política, por los daños tremendos que ésta causó en el tejido social argentino. No se puede reivindicar la colocación como oposición desde el lugar de la colaboración sistemática con un plan que golpea a las mayorías populares. Por eso el panorama del peronismo fue cambiando progresivamente. Desde la escena de Cristina lanzando su candidatura por fuera de la estructura justicialista en 2017 al Partido Justicialista de hoy que gestiona un amplio frente patriótico, cuya virtualidad gira en torno a la ex presidente, parece que hubiera pasado muchísimo tiempo. Pero pasaron menos de dos años.

De modo que la propuesta de acuerdo es parte de la campaña electoral de Macri. Más aún: es parte del forcejeo de Macri contra quienes le reclaman el gesto patriótico de la renuncia a su candidatura para la reelección y un intento de recuperar el centro de la escena, lo que no es suficiente para ganar pero sí indispensable para mantenerse en la pelea. Si la premisa es que el mundo no nos cree porque CFK crece en las encuestas, entonces la respuesta es mostrar a todo el sistema de partidos enérgico en la defensa del cambio, por encima de las etiquetas partidarias. De modo que ahora está a prueba el patriotismo de la oposición para llevar a cabo los esfuerzos y los sacrificios necesarios para que el mundo nos crea. El problema que tiene toda esta sutileza un poco vacía es que la fuerza ampliamente mayoritaria en el campo de la oposición es la que responde a Cristina. De modo que todo termina en un compromiso de la oposición para bloquear el triunfo de su  principal (eventual) candidata. Lo que se presenta como la propuesta de un pacto es, en realidad, la de un frente amplio contra la principal oposición (sería un nuevo aporte argentino a los estudios de política comparada).

Pero para que exista un acuerdo político es necesario el do ut des; dicho en criollo, yo te doy apoyo y vos ¿qué me das? No hay ninguna racionalidad política capaz de producir ese gesto gratuito. Puede ser bien recibido por políticos sin votos ni demasiada probabilidad de juntarlos, pero para los candidatos a un rol político central está vedada tamaña generosidad. Las cosas adquieren otro interés si en lugar de un pacto de gobernabilidad se habla –como lo hace, por ejemplo, Lousteau– de una reconfiguración de la coalición de gobierno. Aquí podríamos, aunque sea de modo hipotético, pensar en una jugada política real y no solamente de un chiste publicitario. El “gran acuerdo nacional alrededor de un programa mínimo” tendría el atractivo de un reparto de candidaturas y la promesa –casi nunca cumplida después del triunfo– de que el gesto patriótico sería recompensado en términos de cuotas de poder cuando llegara la ocasión. El “frente contra la oposición” no tendría un beneficiario excluyente y repartiría entre todos.  Acá el problema es quién conduciría este operativo. Todos los observadores coinciden hoy en el veloz proceso de debilitamiento de la figura de Macri, en el interior de la coalición gobernante y hasta en su propio partido. Su renuncia a la candidatura principal parecería ser un requisito de este original frente. El problema es que todo indica que el mismo día de ese renunciamiento Macri pasaría a ser un ex presidente. Lo cual no sería delicado solamente para el amplio frente sino que además pondría en terapia intensiva el orden político.

Ahora bien, a todos estos razonamientos le falta la materia principal: de qué acuerdo programático estamos hablando. Los diez puntos que hizo circular Frigerio son muy sintomáticos; su idea de la situación del país es, sin ninguna duda, patrimonio exclusivo del actual oficialismo y ni siquiera de todo el oficialismo. Lo que se propone es un banco central independiente que controle la  inflación, lo que estaba muy bien como promesa en diciembre de 2015 pero hoy suena a chiste de pésimo gusto. Hay que seguir “insertados en el mundo”, hacer una reforma laboral y otra previsional. Y ante todo, aun cuando sea la última en enunciarse, la cuestión principal es que hay que asegurarle al mundo el pago de nuestros compromisos. Por ahora todo se reduce al intento de convencer al sistema político de que el macrismo fue lo mejor que nos pudo pasar. Muy difícil de lograr en los días que estamos viviendo.