"¡Decí, por Dios, que me has dao, que estoy tan cambiao! ¡No sé más quién soy!" 

Enrique Santos Discépolo, "Malevaje"

 

Blas Matamoro sostiene que Carlos Gardel, uno de los mitos mayores del tango y de la argentinidad toda, acarreaba fama de poca virilidad, atribuida a una “soledad afectiva” y difundida en habladurías y murmuraciones. La leyenda logró su más alta cristalización en la figura de José Corpas Moreno, que murió junto a Gardel en el avión luctuoso de Medellín. Matamoro –luego de desestimar cuestiones varias, acerca de cuál era la verdadera función de este sonidista, secretario particular o amigo personal del Zorzal– abona la versión, de que el trágico desenlace en el que Gardel encontró su muerte y multiplicación, se desencadenó, por un entredicho que ponía en dudas, la masculinidad del máximo cantor nacional. 

*** 

El tango recio que Borges reivindicaba        –antes de las “mariconerías” de las nuevas letras repletas de rezongos y abandonos, y, de las formas edulcoradas e italianizantes que Gardel habría aportado, a la interpretación del tango– tiene como figura esencial al guapo que, bajo las formas entreveradas del duelo, hizo del cuchillo una extensión inmediata del falo, siempre dispuesto a desenfundarse. El tango recoge de las mitologías orilleras los modos del matón, del compadre, del malevo y del canfinflero, como modos de la hombría que la letrística tanguera se ha encargado de encumbrar hasta el hartazgo. Esa panoplia de desatada virilidad oculta –a excepción de la figura, apenas disminuida del compadrito– una vasta tipología del macho argentino que encuentra, en nuestra música popular, un apotegma estigmatizante, y en el que –según Tamara Kamenszain– la hombría del decir, se regodea en una autorreferencialidad absoluta: “El tango es macho”. 

*** 

Toda exageración despierta sus dudas, y, en el vasto repertorio letrístico en torno al guapo, no son pocas, las expresiones que se encargan de contradecir el tópico machirulo, o los mandatos de que “los hombres no lloran”. El tango supo poblarse, no solamente de “lamentos del cornudo” sino, sobre todo, de elegías a virilidades perdidas o definitivamente finiquitadas, bajo los modos del llanto o del “afloje”, frente a la mirada atónita del malevaje o la patota que, con criollo extrañamiento, observa con resquemor al “blandito”. “Patotero sentimental” –ese tango que desde una versión macha llevaría en su título un oxímoron– retrata muy bien los combates entre hombría y sentimentalismo. En “Quién hubiera dicho”, el guapo        –que sufre el abandono de una mujer antes rechazada– no duda en confesar arrepentido: “...pero todo es grupo, y al quedarme a solas, he llorao, hermano, como una mujer”. 

*** 

Más allá, de ese encumbramiento arrabalero del macho, el guapo es uno de los personajes más ambiguos del estro tanguero. Acaso, producto de la aculturación o de una imitación argenta y deforme de las clases altas, los guapos acusan los efectos de una fascinación notable por los gestos y las maneras de la denominada (en buen argot) jailaife o clase pudiente. Verdadero producto de una cultura popular de las periferias, el tango, ya desde su etapa prostibularia, expone modos de lo masculino y lo femenino que deben ser entendidos como construcciones que ahora los estudios de género nos enseñan tanto a reconocer como artificiales como a cuestionar en sus identificaciones. Una política de la pose –como diría Silvia Molloy– se abre paso al mimar modas de inspiración europea o de clase alta. Quizá, como ancestros del metrosexual o de los varones hiperarreglados y sus corporalidades posmilenaristas, los guapos aderezan sus maneras en un cuidado excesivo del pelo, tacos altos o bien en usos del make-up para destacar surcos y trazos viriles. José Tallón, describe la figura fantaseada de algunos cafishos o explotadores como “El Cívico” que, dado el carácter singular de su “trabajo”, debían metamorfosearse o camuflar su aspecto con premeditados accesorios, en muchos casos como marcas “para entendidos”: cuellos almidonados, joyas de fastuosa fantasía, polainas revestidas o detalles en madreperlas. Dice Jorge Panesi: “Producto de la mezcla y la movilidad, la inseguridad religiosa del tango se manifiesta en su odio por la impostura o el doblez. Quiere asegurar la inmovilidad de certezas morales y las fijezas políticas que, en definitiva, ensalzan la hora del progreso nacional. Exhortación al marica o al patotero, la moral tanguera abandona la ley bastarda del cabaret para anatematizar al que no trabaja, al improductivo, al que no puebla el espacio, no lo ensancha ni lo fertiliza”. 

*** 

Las violencias del macho en el tango –bajo las modalidades chauvinistas de la jactancia– hacen de la mujer mucho más que una víctima. Con aires de tonada italiana o acordes de canción falsamente dulce “Amasijo habitual” expresa sin más, que el varón “la durmió de un cachote” para luego arreglarse la melena, pitar un faso y salir silbando “pa'l escolaso”. En “Contramarca”, al verse capturado bajo el pial de una “zorra” no duda en marcarla en el carrillo para que “nunca en la vida olvides tu traición”. En “Dicen que dicen” un mozo taura –que, según el tango, en el fondo es “bueno”– “trenzó sus manos en el cogote de aquella perra”. En “Tortazos”, la inaguantable presencia del ascenso social de quien fuera vendedora de empanadas (la Ñata Pancracia) y ahora es una señora de dos apellidos (Ramos Lavalle) le hace decir: “¡No te rompo de un tortazo, / por no pegarte en la calle!” En uno de los tangos insignias de estas viles compadreadas la mujer muere de 34 puñaladas: “Amablemente” acompaña con ironía las veladuras y los solapados accesos machos, antes de que el crimen asome. Solamente en la letra de “Tomo y obligo”, llamativamente el último tango que Gardel cantó en vivo, además de filmar una versión notable en “Luces de Buenos Aires” (1931) que afianzó su carrera internacional- el varón, cegado por los celos, pero con un resto de cogito, declara: “y le juro todavía no consigo convencerme, /cómo pude contenerme y ahí nomás no la maté”. En muchos de estos relatos tangueros del oprobio, la enunciación busca en la escucha de otro hombre, la cofradía y una hermandad secretas: únicamente ellos comprenderán y sabrán valorar “las razones”. Marguerite Duras sostiene: “Si eres un hombre, tu compañía privilegiada en la existencia, la de tu corazón, tu carne, tu raza y tu sexo es la del hombre. Acoges a las mujeres con esta predisposición. Es el otro hombre, el hombre número dos el que está en ti, el que vive con tu mujer, el que tiene con ella relaciones sexuales ordinarias, utilitarias, culinarias, vitales, amorosas, incluso pasionales y además creadoras de hijos y de familia. Pero el gran hombre que hay en ti, el hombre número uno, no tiene ninguna relación decisiva más que con sus hermanos los hombres”. 

***

El escritor Diego Guebel sostiene que algo del ruido de la erre, el arrastre nasal o los agudos le hacía pensar de chico que el modo de cantar gardeliano no era muy viril. 

Para hacerse hombre había que imitar y escuchar tango macho. Guebel cuenta que, mientras su padre dormía, él ensayaba o practicaba modos de parecerse al hombre que su padre era: su modelo impar era Julio Sosa, el varón del tango. Sosa murió en un accidente de autos en una noche aciaga de 1964. Guebel comenta y repite la anécdota –o su afabulación– que dice que al desvestir el cadáver del malogrado cantor “a cambio de los esperables calzoncillos” el varón del tango vestía rozados calzones de mujer.

Matar al macho se presenta el sábado 18 de mayo en La casa del árbol, avenida Córdoba 5217. Y desde hoy se consigue en todas las librerías de Buenos Aires. También en el stand de la editorial Libros del Sur (Pabellón Verde) de la Feria del Libro, en La Rural.