Fue el primogénito de una prolífica pareja de italianos que tuvo doce hijos y que se afincó en el barrio porteño de Flores, muy lejos de su terruño. De niño no era muy amante de la pelota, pero se había hecho de Racing a instancias de un compañerito de escuela. No había cumplido los veinte y ya estaba afiliado a Vélez, que hacia 1913 tenía apenas tres años de fundado. Pero su amor y lealtad por la V azulada lo llevarían a presidir el club que mudaría tres veces su locación hasta quedar finalmente ubicado en el barrio de Villa Luro. Era inteligente, un constructor muy dedicado, de carácter fuerte, aunque bastante cascarrabias. Soñaba con edificar una gran institución que tuviera muchos socios que practicaran diferentes disciplinas deportivas, y para eso supo codearse con gente de dinero. Fue tanteado para meterse en política, pero no le interesó. Pudo ver a su equipo emerger de las cenizas tras haber descendido y murió poco después de que se consagrara campeón por primera vez en Primera División. Esta es la rica historia de José Amalfitani, un luchador inquieto y protestón.

Recién había cumplido 21 años cuando fue designado representante en la por entonces Asociación Argentina de Football. No por eso descuidaba su trabajo en el corralón de materiales de su padre. Pero a Amalfitani no le gustaba calentar silla en la futura AFA: él era un hombre de acción. Entonces se enfocó en Vélez. Y empezó por la construcción de tribunas de madera en el terreno ubicado en Cortina y Bacacay. 

En 1919, en su debut en Primera División, el equipo tuvo una gran campaña y salió segundo detrás de Racing. La masa de hinchas empezó a crecer. Fue así que los dirigentes proyectaron y rentaron por diez años un nuevo predio delimitado entre las calles Basualdo, Pizarro, Schmidel y Guardia Nacional. Porque la idea era quedarse en el barrio.

Por esos años, Amalfitani fue tentado por el Partido Demócrata Progresista que lideraba Lisandro de la Torre. Al final desistió del convite, pero aceptó cubrir una vacante en el diario La Prensa y se convirtió en cronista futbolístico. La sola idea le daría muchos beneficios a Vélez, cuyos socios lo votaron para presidir la institución poco después. Tenía 29 años y el dato de color es que hasta la fecha se trata del último presidente del club soltero. Dos años más tarde dejaría el cargo para casarse, y poco después  al Tano le cambiaría la vida la llegada de su único hijo, José Luis. Pero seguía bien de cerca lo que ocurría en el club de sus amores, que hacia 1940 se jugaba la permanencia en la categoría ante San Lorenzo y acabaría yéndose al descenso. 

Un año más tarde, Amalfitani asumió su segundo mandato en Vélez. Y en un gesto que pinta su pasión y su grandeza, llegó a hipotecar la casa familiar para no tener que abandonar la canchita de la calle Basualdo, escenario al que ningún equipo le gustaba visitar precisamente por su escasa superficie y porque el alambre tejido que separaba a los simpatizantes quedaba demasiado cerca de la raya de cal que delimitaba el campo de juego.

Juan Guereño, el dueño de Jabón Federal, conformaba la comisión directiva, entre otros poderosos comerciantes del barrio de Liniers. Todos ellos eran conscientes de que había que mudar el club una vez más. Y Amalfitani empezó a relojear un gran terreno en desuso en los talleres de ferrocarril, que por entonces era administrado por los ingleses. Y éstos a la larga serían convencidos de ceder buena parte de esa superficie donde afloraban los pantanos del arroyo Maldonado. Por lo demás, Don Pepe, afamado constructor de la zona oeste, tenía mucho roce con los camioneros, a quienes prometía plateas de por vida del futuro estadio a cambio de que le rellenen el predio con tierra, adoquines o lo que sea.

Pero así como el Tano era listo para la proyección de la nueva cancha, no lo era tanto en la faz deportiva. De hecho, por intermedio de un cliente se enteró de la existencia de un crack en Rosario. Así fue que compró a Oscar Pesarini... pero el que era un verdadero fenómeno era su hermano Enrique Pesarini. A partir de ese hecho se desentendió de cuestiones futbolísticas y se entregó de lleno a la construcción del estadio, que sería terminado a fines del ‘42, con tablones y capacidad para 25 mil espectadores. 

La vuelta a Primera División trajo mucho entusiasmo. Y anécdotas, por supuesto. Un día, el arquero Miguel Rugilo se le acercó y le contó que tenía una propuesta del León de México, pero que él se quería quedar en Vélez si Amalfitani le mejoraba el sueldo. “Andá tranquilo Miguel, arquero como vos encuentro en cualquier placita de barrio”, dicen que dijo Don Pepe, que ya era conocido por el cuidado extremo de la economía del club. Los hinchas pedían menos ladrillos a cambio de algún campeonato. Y el Tano respondía: “Si querés salir campeón, hacete hincha de Boca”.

A principios de 1951, Vélez inauguró su nuevo estadio con tribunas cabeceras de cemento. Y año tras año el club incorporaba otras actividades, entre ellas básquet, vóleibol, hockey, patín artístico, boxeo, esgrima y ajedrez. En 1953 casi sale campeón por primera vez en el profesionalismo, pero un discutido partido con River (que fue finalmente el campeón) lo dejó sin chances, algo que alivió a Amalfitani porque si el plantel se hubiese coronado, los jugadores se iban a llevar el dinero aportado por los socios y las obras no se habrían podido terminar. De hecho, un año después Vélez inauguró la primera piscina olímpica de Sudamérica.

En 1960, el club ya tenía más de 60 mil socios. Poco después contrató a los hermanos Jorge y Eduardo Solari. No contento con eso, el Tano primereó a Boca y a River y fue a Córdoba para traer a un joven jugador que pintaba para crack: Daniel Willington, a quien más tarde ayudó a comprar su primera casa. 

En 1966 fue invitado a la Casa de Gobierno por el presidente Arturo Illia, que luego devolvió la visita recorriendo las instalaciones del club. Para entonces, las cataratas que Don Pepe sufría comenzaban a estragar su visión. Poco después, la gente empezó a disfrutar de un tal Carlos Bianchi, un jovencito que hacía goles todos los partidos.

En noviembre de 1968, la comisión directiva le pone al estadio el nombre de José Amalfitani en la tradicional asamblea de representantes. En esos días, tras una gran campaña en el Torneo Nacional, el equipo clasificó para jugar un triangular final con River y Racing. En el último partido, si Vélez le ganaba a la Academia, que ya había perdido con el Millonario, se consagraba campeón por primera vez. En la previa de ese cotejo definitorio, el plantel velezano pidió un premio adicional en caso de coronarse. Y en una de sus  decisiones más determinantes como presidente, el Tano fue lapidario: “Que juegue la tercera”. Finalmente Vélez ganó 4-2 aquel partido y se proclamó campeón en el Viejo Gasómetro. Los enfervorizados hinchas del Fortín llegaron a Liniers caminando desde Boedo y la mayoría se tiró en la piscina olímpica.

Al año siguiente, aun enfermo y debilitado, Amalfitani soñaba con poder ver el estadio iluminado para recibir al Santos de Pelé. No pudo ser: murió el 14 de mayo de 1969. Y desde entonces ese día fue fijado por la AFA como el Día del Dirigente Deportivo. A su modo, Don Pepe transformó a Vélez en un club modelo. Y aquel glorioso plantel del ‘68 lo pudo honrar en vida con la obtención de un campeonato.