Graciela Borges trabajó con grandes realizadores de muy diferentes épocas del cine nacional, pero nunca lo había hecho con Juan José Campanella, director de la oscarizada El secreto de sus ojos. El cineasta eligió esta vez realizar una remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, film clásico del cine argentino, estrenado en 1976, y dirigido por una leyenda: José Martínez Suárez. La película del actual presidente del Festival de Cine de Mar del Plata contaba con un elenco de lujo: Mecha Ortiz, Narciso Ibáñez Menta, Bárbara Mujica, Arturo García Buhr y Mario Soffici. El nuevo largometraje del director de Metegol se titula El cuento de las comadrejas y se estrenará mañana. La historia es similar a la original, aunque con los cambios típicos adaptados al estilo del realizador. Todo comienza en una casona de lujo, alejada de la ciudad, en la que conviven Mara (Graciela Borges), una notable actriz de la época dorada del cine argentino, que tuvo su momento de gloria hace tiempo y debe lidiar con su marido, que también fue actor y que se dedica a la plástica (Luis Brandoni). También convive con un afamado guionista (el integrante de Les Luthiers Marcos Mundstock) y con el director de las películas en las que ella actuó (Oscar Martínez). No se llevan del todo bien, pero logran soportarse. Hasta allí llegan dos jóvenes (Clara Lago y Nicolás Francella), quienes se presentan como admiradores de la actriz, pero con el correr de la trama desnudan sus máscaras y organizan un plan oscuro para quedarse con la casa y dejarlos a los artistas en bancarrota.  

“Me pareció atractivo el personaje porque tiene varias facetas”, comenta Borges en la entrevista con PáginaI12. “Hay un momento dado en que es bastante detestable. Igual tiene una cosa salvadora y sanadora. Tiene un cierto ego infantil de las viejas estrellas de Hollywood, que me imagino que tendrían esa especie de vida, ese sentimiento de ser fantásticas, las mejores, las más lindas y que envejecer debía ser una cosa espantosa. O sea que es un personaje bien distinto a los que había hecho”, completa la actriz. Esa mujer le pareció atractiva. “No la hice profundamente fría, ni ausente, jactanciosa. Entonces, le puse humanidad, como algo que yo sé que ella tendría en el fondo, a pesar de lo dura que es con todos. Fue una muy buena experiencia, solamente que hicimos en invierno una película de verano, con dos grados bajo cero. No fue fácil, pero el propio cine no es fácil”, reconoce Borges.  

–Seguro que viste la película de Martínez Suárez... 

–La vi hace mucho tiempo y me pareció un film muy inteligente, muy sensible. Mecha Ortiz estaba extraordinaria. Barbarita (Mujica) también. Los personajes eran muy poderosos. Era otra historia. No sé por qué, pero no la puedo comparar con esta película para nada. Me pasó una cosa con El cuento… Cuando me dieron el guión me morí de risa. Los diálogos eran muy geniales y divertidos. Y empecé a no poder compararlas. Me encantó la de Martínez Suárez pero me parece que no tienen el mismo espíritu. Es un film muy lindo, pero es otra cosa. Lo que pasa es que la historia es parecida. 

–¿Cómo es para una actriz hacer de actriz?

–Es que no pienso mucho eso. Mi concepción de los personajes siempre es la misma. Una lo piensa, lee el libro en su totalidad y va ubicando los personajes. Voy pensando en mí personaje, leyéndolo y alguna vez digo las frases, pero no de memoria porque eso es más complejo para mí. Las hablo. Y un día no sé cómo siento que soy el personaje. Cuando eso ocurre es un milagro. Y tiene que ocurrir eso porque si no, no estoy bien en la película. Entonces, ya no me pregunto más cosas. Yo ya sé cómo mira Mara, cómo es. No es que después me quede Mara toda la vida y yo siga siendo eso. Yo soy quién soy haciendo Mara. Entonces, me hace gracia pensar cómo va a contestar tal cosa, con qué violencia contestará lo otro, cómo se arrepiente de decir alguna vez cosas que no siente. Yo creo que este personaje siente un poco de vergüenza de no aceptarlos tal cual son a todos. 

–¿Tenés algo en común con el personaje? Diferencias hay muchas. La más notoria es que ella está olvidada y vos sos muy reconocida...

–Puede ser, no pensé en eso. Claro, a ella le gustaría ser como soy yo, pero de todas maneras me dio ternura hacerla. Me gustó porque venía de un personaje terrible, que era muy caótico, que podría haber sido parecido en algo pero que no tenía piedad, como fue el de La quietud, de Pablo Trapero. 

–¿El cuento… es una historia que combina oscuridad y humor?

–Para mí, sí, pero sobre todo tiene un humor negro muy interesante. Si no se capta eso creo que no captan la película. Es casi un chiste. También la idea de las comadrejas suena un poco a que ellos también son un poco comadrejas.    

–Trabajaste con grandes exponentes del Nuevo Cine Argentino como Lucrecia Martel, Luis Ortega, Daniel Burman y Pablo Trapero, entre otros. ¿Creés que este movimiento provocó una ruptura y nuevas maneras de concebir el cine?

–Yo creo que cada uno lo sueña, lo piensa y lo puede hacer porque me imagino que no volverán a hacer la película que pensaron. Creo que son gente libre y creativa. Yo, que he podido tener cerca a Favio, a Lucrecia (Martel), al mismo De la Torre, siento que ellos fueron o son realmente lo que quisieron ser. No hay épocas pasadas mejores ni actuales mejores. Trabajar con Luisito Ortega fue una maestría, y recién empezaba. Lo busqué porque su primera película, Caja negra, me pareció formidable.   

–¿Cómo observás la cantera de cineastas mujeres que han surgido en los últimos años?

–¡Ah! Es un placer total. En general, son muy amigas mías. Levanto el teléfono y hablo con ellas. El otro día hablaba con Maria Alché, después la llamé a Anita Katz. Me parecen muy interesantes. Además, hay una cantidad de actrices fenomenales.   

–¿Te gustó Familia sumergida, la ópera prima de María Alché?

–No es que me haya gustado: ¡me encantó! Hay una escena, donde mi amiga Mercedes (Morán) está estudiando y es emocionante. Ella está formidable. Es un precioso film. Estoy muy orgullosa de eso. Lo bueno de este momento, con el tiempo que ha transcurrido, es tomar las cosas de los demás como propias. Cuando hay un cine que me gusta mucho, me da placer y lo siento mío también. Es de los que amamos el cine y de los que hacemos el cine. 

–¿Hay diferencias sustanciales al ser dirigida por realizadores jóvenes que por otros de mayor trayectoria, como por ejemplo Juan José Campanella? ¿Cambian las modalidades de trabajo?

–Yo creo que el que es joven, como decía Picasso, lo es para toda la vida. Hay chicos realizadores que parecen eternos. Y tal vez me gustan. Y personas que ya han hecho varias películas y que parece que su mundo es distinto, y desprenden una cosa de juventud tan poderosa. Me pasa con Woody Allen, por ejemplo. El dice que hace cine para entretenerse. Es verdad, pero aparte qué joven que es igual. 

–¿Qué significó en tu carrera haber trabajado con directores que hicieron historia en el cine argentino como Leonardo Favio, el mencionado Hugo del Carril, Lucas Demare y Leopoldo Torre Nilsson, entre otros? 

–Fueron compañeros de camino a los que extraño porque muchos han partido. Y no los tengo en el afuera para el abrazo y el beso, pero están en mi corazón seguro. A Favio lo extraño. Doblé la voz de Eva Perón en aquel documental que hizo sobre Perón y me estudié todos los discursos. Se le había roto el material fílmico que tenía de Eva. Como yo tengo una voz un poco parecida, me encantó hacer eso. Y es curioso porque, a través de los años y de la vida, nunca Favio y yo hablamos de Perón. ¿Vos podés creer? Increíble. Tomábamos mate, me decía cosas, yo a él, nos peleábamos, nos amigábamos, pero nunca, nunca, nunca hablamos nada de política.   

–En España, hace unos años, periodistas europeos eligieron a El dependiente como una de las mejores veinte películas de todos los tiempos. ¿Cómo recordás  ese trabajo con Favio?

–Sí. Lo recuerdo como una maravilla. Esas tres o cuatro semanas que estuvimos en Derqui fueron maravillosas. A la noche, Favio cantaba. Había una comunicación, un modo de filmar. Los ojos de Favio en la cámara eran tan poderosos… Amaba tanto a los personajes insignificantes, feos, oscuros que para mí era un placer hacerlos.  

–¿Cuál fue el personaje que más quisiste?

–El de Clara Smóloff, de Pobre mariposa (Raúl de la Torre), porque era maravilloso, lleno de matices. Me halagó mucho porque en el mundo tuvo un éxito inconmensurable, como en el Festival de Cannes, pero no por el éxito de llenarme los oídos sino por el personaje, que era una mujer estrella (porque las locutoras eran estrellas en los años ‘40) y preguntarse qué es ser judío era algo muy especial. Me conmovió esa Clara y el trabajo de Lautaro Murúa y el de todos. Fue mi película favorita.    

–¿Cada nueva interpretación te sigue generando incertidumbre, inseguridades o lo vivís con frescura?

–Siempre hay un tembladeral. Siempre está la pregunta: ¿Lo meteré adentro? ¿Seré yo misma? ¿Se me desviará del tema? Siempre hay una duda que es normal tener. Pero cuando sé que soy, hay una cosa de pacificación muy grande en mí. Es lo que me ocurre cuando lo tengo y puedo hacerlo. 

–¿Es una satisfacción o por momentos se vuelve una carga ser considerada “la gran actriz del cine argentino”?

–Para saber quién es la mejor hay que saber, como dije antes, qué oportunidades tuvo de hacer ese personaje, cómo lo hubiese hecho otra, qué cosas pasarían. Yo creo que lo hago bien. Si es el mejor o el peor, no lo sé. No comparo. Creo que siempre hay una cuota de duda o de pesimismo que viene bien.