Desde Roma

“La humildad puede ser un elemento fundamental de la profesión de ustedes porque un periodista humilde no quiere decir mediocre sino más bien consciente de que a través de un artículo, un tweet, una directiva televisiva o radiofónica se puede hacer bien pero también, si no se es escrupuloso, hacer mal al prójimo y a veces a una comunidad entera”, dijo ayer el papa Francisco a 150 periodistas de la Asociación de la Prensa Extranjera de Roma y Milán que fueron recibidos por primera vez por el pontífice argentino en el Vaticano.

“Ustedes (los periodistas) deberían siempre considerar la potencia del instrumento que tienen a disposición y resistir a la tentación de publicar noticias no suficientemente verificadas”, añadió el papa Francisco, mostrándose sonriente y afable con los periodistas y sus familias, que sumaban más de 300 personas.  Y siempre refiriéndose a la humildad, argumento central de su discurso  –la sede de la asociación de Periodistas Extranjeros de Roma se encuentra casualmente en la Via dell’Umilta’ (Calle de la Humildad) – el Papa destacó que un “periodista humilde trata de conocer correctamente los hechos y lo más completos posibles antes de contarlos y comentarlos”.  Según Francisco, en los tiempos que corren, especialmente en las redes sociales donde muchos usan “lenguajes violentos y despreciativos, con palabras que hieren y destruyen a las personas” hay que calibrar el uso del lenguaje, y usarlo “como el cirujano hace con el bisturí”. Además, con la gran difusión de noticias falsas, “la humildad te impide descargar los alimentos podridos de la desinformación y te invita a ofrecer el pan bueno de la verdad”. Hablando en la Sala Clementina del Palacio Apostólico donde estuvo acompañado, entre otros, por el Prefecto de la Casa Pontificia, monseñor Georg Gänswein, el Papa agregó: “El periodista humilde es un periodista libre, libre de condicionamientos, libre de prejuicios y por eso corajudo. La libertad requiere coraje”.

Al concluir, Francisco  se refirió a la libertad de prensa. “Es un indicador importante de la salud de un país, porque no hay que olvidar que una de las primeras medidas que toman las dictaduras es eliminar la libertad de prensa y de expresión o disfrazarla. Por eso tenemos necesidad de periodistas que estén del lado de las víctimas, del lado de los que están perseguidos, de la parte de quien es excluido, descartado, discriminado. Hay necesidad de ustedes y del trabajo de ustedes para ayudar a no olvidar tantas situaciones de sufrimiento que a menudo no tienen la luz de los reflectores, o la han tenido en algún momento, pero han vuelto a la oscuridad de la indiferencia”, dijo además. Y dio como ejemplo las guerras olvidadas de las que pocos hablan pero que siguen existiendo, o las historias de aquellos obligados a escapar de sus propios países por los desastres naturales, guerras, terrorismo, hambre y sed. Y tácitamente aludió a los miles de migrantes que llegan a Europa por mar y mueren en el intento. “No hay que olvidar este Mediterráneo que se está transformando en un cementerio,” subrayó. 

El papa concluyó invitando a los periodistas a ser un espejo que sabe reflejar la esperanza. “Les deseo que sean hombres y mujeres humildes y libres, que son los que dejan una buena marca en la historia”. Francisco procedió luego a bendecir a todos, pero aclarando que como sabía que no todos eran creyentes, lo haría en silencio, pero a todos. Y así fue en pocos segundos. Después de lo cual estallaron los aplausos que acompañaron varios momentos del encuentro. Acto seguido, cada uno de los asistentes pasó a darle la mano a Francisco, que no quiso que nadie se inclinara ante él ni le besara el anillo papal, como antiguamente se usaba. Como gesto simbólico, le regalaron una credencial de esa asociación de periodistas.

La Sala Clementina, donde fueron recibidos los periodistas –entre los que había varios argentinos de los medios más importantes– es un ambiente dedicado a la recepción de grupos numerosos,  el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, los miembros de las conferencias episcopales, los obispos de Roma para los augurios de Navidad, entre otros. Fue construida en el siglo XVI por decisión del papa Clemente VIII, a su vez en memoria del papa Clemente I, el tercer sucesor de San Pedro en el gobierno de la Iglesia.