Desde Cannes

¿Cómo se hace hoy cine en la Argentina, cuando la crisis económica precariza todas y cada una de las producciones, incluso aquellas que cuentan con aportes de la televisión? ¿De qué modo se lo hace sin la ayuda del Estado ahora que el Incaa parece más paralizado que nunca y todos los estamentos del sector -productores, directores, técnicos– reclaman por un urgente cambio de política? Bueno, de todo esto sabe mucho la productora El Pampero Cine, el colectivo integrado por Laura Citarella, Mariano Llinás, Alejo Moguillansky y Agustín Mendilaharzu, que desde la pionera Balnearios (2002) de Llinás vienen haciendo su propio cine por afuera de todas las estructuras de la llamada “industria”. Y de eso trata precisamente Por el dinero, la nueva película de Moguillansky, que participa de la sección Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. 

Sexto largometraje como director del montajista que inició su camino como cineasta con La prisionera (2006), estrenada en el Forum de la Berlinale, Por el dinero es un nuevo capítulo de la saga de Moguillansky, que siempre gira alrededor del trabajo de cineastas, músicos, actores, bailarines, todos siempre apasionados por lo que hacen pero también siempre alienados por las condiciones extremas en las que tienen que producir sus obras. En El loro y el cisne (2013) era básicamente el mundo de la danza, en El escarabajo de oro (2014) el del cine, en La vendedora de fósforos (2017) el de la música y ahora en Por el dinero se trata de todos esos mundos juntos, en tanto la película cuenta la historia de un grupo teatral del off porteño que viaja a un festival en Cali, Colombia, y se ve envuelto -como suele suceder en casi todos los films de Moguillansky- en pequeñas aventuras y grandes malentendidos, que suelen llevar a la catástrofe.

Esa troupe es la que el propio Moguillansky armó para su obra teatral Por el dinero, estrenada en el 2013 en el Centro Rojas, y en la que él, la bailarina y coreógrafa Luciana Acuña, el actor y bailarín Matthieu Perpoint y el músico Gabriel Chwojnik (el Bernard Herrmann argento) exponían en escena no sólo sus modos de creación sino también sus facturas de luz y de gas. Y la manera en que todos tienen que sobrevivir de cualquier otra cosa para poder hacer aquello que no pueden dejar de hacer. “Una aberración”, como dice en el film Perpoint, que venía de trabajar de modo estable en una compañía francesa pero que se enamoró de una argentina y de la pasión con la que en Buenos Aires se abraza la creación artística independiente. 

Con espíritu lúdico, casi como si se tratara -sobre todo en el comienzo- de una comedia slapstick a la manera del cine mudo, Por el dinero empieza por el final, con unas muertes que dan pie a una investigación policial. A partir de allí, la película desarrolla un enorme flashback en el que –como en un juego de cajas chinas– la obra teatral da pie a un documental con el que se supone la compañía puede llegar a financiar sus muchos gastos. Y por encima de la obra y del documental, está la película misma, tan verborrágica como acrobática, y que en sus quijotadas expone la locura que significa embarcarse en cualquier actividad artística independiente en la Argentina. Siempre se trata, finalmente, de pelear contra molinos de viento.

Los de Por el dinero no son los únicos locos, sin embargo. Más allá de la suerte que puedan correr a la hora de los premios, es muy bueno el nivel de los dos cortometrajes argentinos que compiten por la Palma de Oro. Y al margen de sus obvias diferencias, tienen cierto espíritu en común: ambos descreen de las fronteras rígidas entre realidad y fantasía y consiguen –a partir de esa zona porosa entre ambas– un espacio propio para la poesía y el misterio. 

Premiado en el último Bafici, en abril pasado, La siesta es el tercer cortometraje de Federico Luis Tachella, director de dos trabajos previos que también dieron que hablar, como Vidrios (2013) y Mirko (2018). La siesta empieza en un bar, de manera casi naturalista, hasta que de pronto se descubre que todas esas señoras mayores que están allí tomando un café y hablando de perros perdidos están desnudas. Son cuerpos no normados, que tienen toda una vida encima, que no responden a la representación clásica, apolínea del desnudo, pero que sin embargo están allí habitando naturalmente ese espacio. 

El único otro parroquiano del bar es un chabón joven, que del conurbano bonaerense, como escapado de los cuadros de Pablo Suárez. A través de la ventana, tiene un diálogo casi mudo con una chica (Rita Pauls, co-guionista e impulsora del proyecto) con la que da la impresión de estar complotado. Más tarde, se los verá a ambos junto a una de las mujeres del bar, la abuela de la chica. Entre él y ellas, surgirá muy sutilmente un recorrido que va de la ternura lisa y llana a la sensualidad y de allí al deseo. Un deseo suave, amortiguado, como esos sueños al sol, que no llegan a ser tales. Todo termina en un susurro, con una oración profana dedicada al “Señor de la buena muerte”.

Con un susurro y una oración comienza también Monstruo Dios, de Agustina San Martín. Una sirena lejana cada vez más insistente, unas torres de alta tensión en la niebla, una estampida de vacas… Hay cierto aire apocalíptico en el corto de San Martín, donde hay unos niños de los cuales uno puede llegar a tener una presencia determinante y hay una adolescente, una chica punk, que está buscando algo que quizás sea la libertad. Por encima de todo, en Monstruo Dios se impone un mundo onírico, hecho con la materia de los sueños.