Mercedes es una mujer de la tierra, identidad que forjó de pequeña junto a su familia en Paraguay, truncada por desalojos, migraciónes internas y externas, y finalmente recuperada luego de muchas idas y vueltas en Argentina. Hace una década volvió a reencontrarse con la tierra, y hoy es una productora hortícola agroecológica en un terreno de dos hectareas en Florencio Varela.

 Mercedes es oriunda de Pindoty, localidad de Nueva Italia, a 45 km de Asunción. Allí trabajaba el campo junto a sus padres y hermanos, como lo habían hecho anteriormente sus abuelos. De pequeña experimentó el primer desalojo y su familia se vio obligada a migrar a la ciudad, a la que nunca logró adaptarse. Recuerda que mientras vivía en Asunción durante el verano volvía al campo, a casa de sus padrinos, abuelos, tíos, para seguir conectada con la tierra.

Tiempo después, ya con su compañero y sus hijas e hijos, decidió volver a migrar, esta vez a Buenos Aires. No fue fácil este tránsito, durante casi diez años vivieron en Esteban Echeverría en condiciones que se habían vuelto insoportables, tiempo en el que Mercedes trabajó como empleada doméstica en casas ajenas. Hasta que un día decidieron hacer su primera experiencia de toma de tierra, de la que intentaron desalojarlos en tres oportunidades. En algún momento de ese proceso reciben el apoyo de Sercupo y comienzan a organizarse con delegados/as por manzana. Será a partir de aquí que Mercedes empieza un camino de vuelta a la tierra y al campo. Tiempo después participó de las pasantías vivenciales en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), la Unión de Trabajadoras Rurales Sin Tierra de Mendoza (UST) y el Movimiento Campesino de Córdoba de Córdoba (MCC), lo que significó para ella un punto de no retorno en la recuperación de una identidad y un destino que parecía truncado.

La vuelta al campo finalmente llegó de la mano de la construcción de un proyecto de escuelita agroecológica en Florencio Varela. De algún modo, la agroecología la devolvía a su infancia y su Paraguay natal, a un tipo de producción que no había olvidado. “Nunca utilizábamos agrotóxicos en Paraguay, sabíamos del jabón blanco, la ceniza y de cosas que se le podía poner naturalmente a la verduras y las plantas, pero no conocíamos lo que era el veneno. Ni siquiera tomábamos pastillas cuando nos enfermamos porque nuestros padres nos curaban con yuyos de distintos tipos para el sarampión, la varicela, la fiebre, diarrea”.

Mercedes es feliz con la vida que escogió, produce verduras de estación y también pollos parrilleros que comercializa en los comedores de la economía popular, construyendo un circuito de producción y comercialización de pueblo a pueblo. Desde la cooperativa en la que participa también hacen salsas, dulces y otras cosas. La comercialización corre por cuenta de las mujeres, en ferias de la economía popular y en otros lugares de comercialización a los que acceden.

 Al momento de reflexionar sobre las relaciones de género en el mundo rural, Mercedes reconoce que el acceso a ciertos espacios todavía resulta más difícil para las mujeres, sobre todo en lo que refiere a las decisiones sobre la producción y lo que se vende, aunque sean también ellas quienes estén todos los días “en el surco” haciendo el trabajo. “Cuando ellos van a reuniones, quienes nos quedamos cosechando, sembrando, limpiando somos nosotras. Somos productoras, madres, mujeres y militantes”, reflexiona.