a Fernando Rodríguez

 

El sábado es único, la historia también.

Este un relato de perros, tiene varios inicios. Uno podría ser cuando alguien de la raza humana inventó/dominó el método de hacer fuego, otro podría transcurrir cuando un militar porteño hizo incendiar un pueblito a orillas del Paraná. El más reciente fue cuando el sábado (único) pasado Fernando me mandó un wasap: "Debes estar contento. Ahora Dylan va a ocupar el lugar de Balcarce".

Era sábado, la frontera entre el trabajo y el ocio, el umbral entre la impotencia y la creación.

No fui el primero en leerlo: yo había salido temprano a caminar con los perros hasta el río y Carmen estaba acomodando mis libros. Somos una pareja de "celulares abiertos". Ella escuchó el aviso y leyó el mensaje. Se creyó que era otra de mis travesuras: desde hace mucho tengo el vicio de cambiarle el nombre a las calles. El acontecimiento podría haber quedado en el chisme cotidiano de la lectura íntima, pero Carmen es una situacionista de la primera época, nunca deja de citar a Guy Debord y aplicar sus conceptos. "La vida privada está privada de vida", es uno de ellos. Así que no fue nada ilógico que acariciara la pantallita y lo compartiera en el grupo de wasap de sus amigas.

Un sábado único, derramador de vibras: el sábado del antes y el después.

No hay palabra para definir toda la mujer que es Carmen, vital, sensible, práctica, inteligente, me deja ser y tiene un detalle: es la futura ex esposa que más me dura. Tiene un defecto: es de Central; pero, bueno, la vida es así. (¿!!?) Nada le puedo reprochar que a la media hora el mensajito se estuviera compartiendo geométricamente por toda la ciudad y virtuales aledaños. Y que el mensaje empezara a fermentar con el copy-past, a tener breves modificaciones y secuelas. Cuentas en Instagram, hashtags en Twitter, páginas, grupos en el Face, notas de desagravio en Clarín y  La Nación. Pero la gota que colmó la realidad fue el gesto de un concejal de cuyo nombre no me quiero acordar anunciando por un canal de YouTube que su proyecto ya tenía asegurada la mayoría para cambiarle el nombre a la calle Balcarce por el del músico norteamericano. Hay muchas investigadoras cesantes del Conicet que no dejan de afirmar que esa fue la chispa que terminó de encender la virtualidad. Mi abuela -la Nona Rosa- afirmaba que el fuego lo habían inventado las mujeres. No es necesario repetir que en Rosario hay más poetas que habitantes; pero la nota no había terminado de ser subida cuando un reconocido académico del Laurak Bat volvía a repetir su letanía: si le hubiera hecho lobby al Indio Solari en vez de legitimar a César Aira, Robert Zimmerman jamás habría ganado el Nobel. Y desde otra mesa del bar, con una notebook le afirmaban que el nuevo nombre de la ex calle Dorrego había sido una iniciativa póstuma de Iván Hernández Larguía y era por Dylan Thomas.

Era un sábado inolvidable, infinito…

Mis perros de la calle y yo caminábamos juntos por la poca barranca pública que queda del Paraná en Baigorria, lejos de Río Ladrón, disfrutando el andar colectivo de infinitas gotas de agua. Nuestra ignorancia/desprecio era libertad. Internet es mercado antes que comunicación. Empezamos a regresar. Algo de salud nos cubrió en la inocencia y en esos recovecos humanos que no soportan adjetivos ni sinónimos. Algo de alegría cubría/desbordaba a los vecinos de este lado de la vía. La actualizada herida del imperialismo inglés a nuestra llanura.

Era un sábado diferente.

Al abrir el portón, Diana y el Michu fueron a buscar la fuente de agua. Con un gesto y dos palabras, Carmen me contó en un abrazo el gesto de Cristina. Rocío, mi hija menor estaba terminando un stencil para hacer las cintas de papel para tapar el nombre de Balcarce. Ya se habían formado grupos de apoyo para avisar si venía la cana mientras las pegábamos. Yo no terminaba de entender, pero me seducía la idea de volver a cambiarle provisoriamente el nombre a alguna calle. Carmen tampoco entendía mi desconcierto, ¿no tenía nada  que ver con la iniciativa de cambiarle a la calle Dorrego?

Aunque algo había "olido" cuando Cristina dijo en La Rural que Sinceramente había sido una idea de Alberto Fernández. Eran demasiadas alegrías simultáneas para un mismo sábado. Carmen me alcanzó el celular para mostrarme el mensaje de Fernando y no me quedó otra que preguntarle cómo venía la movida esa de cambiarle el nombre a calle Balcarce por Dylan.

Y Fernando me respondió: "No, boludo. Balcarce es el perro que Macri sentó en el sillón de Rivadavia, y Dylan es el perro de Alberto Fernández".