Los libros están considerados como un arma peligrosa en Fahrenheit 451, la distopía que Ray Bradbury escribió en los años cincuenta del siglo pasado, preocupado por la ruina que estaba provocando el macartismo en la sociedad estadounidense. ¿Quién escribirá nuestro Fahrenheit en estos tiempos de sistemática destrucción, orquestada por la política económica de Cambiemos, si es que no hay una escritora o escritor que ya lo está haciendo después de cuatro años de debacle del libro argentino? "Editoriales, libreros y cámaras de la industria editorial argentina confirmaron en los primeros meses de 2019 su peor crisis histórica agravada por los millones de volúmenes perdidos y por la generación de verdaderos daños estructurales", plantea un informe difundido por el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), titulado Fahrenheit criollo.

"La caída editorial argentina desde 2016 registró, con la combinación explosiva de retracción del consumo generalizada a nivel nacional, inflación acumulada superior al 200% y devaluación persistente, una baja de ventas de al menos 36%, así como la pérdida de cerca del 35% de puestos de trabajo directos e indirectos y el cierre de decenas de librerías, con problemas de ventas", añade el documento. "El sector atravesó varios momentos severos de crisis a lo largo de su desarrollo, que posiblemente no puedan ser estrictamente comparables entre sí por circunstancias históricas y puntuales, pero sí podemos decir que esta tal vez sea la crisis más prolongada alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo", advirtió Diana Segovia, gerenta de la CAL (Cámara Argentina del Libro), una de las entidades más representativas del sector. "Estamos con la mitad del mercado de producción de la primera tirada en relación al año 2015. Se pierden lectores y después es muy difícil recuperarlos, además estos tiempos propician el auge de la piratería en especial en formatos digitales de distinto tipo con perjuicios para la industria", explicó Segovia.

Esta pérdida de lectores se manifiesta en un dato: el promedio anual de lectura pasó de tres libros por habitante en 2013 a 1,5 en 2017, según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales. En el marco recesivo argentino desde la asunción del gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015, el sector editorial fue uno de los primeros en sufrir graves pérdidas, dos años antes que otros sectores como electrodomésticos, textiles, calzados y automóviles. "El vértigo de la debacle" se expresa ante la cantidad de ejemplares que se imprimieron de enero a octubre de 2018: 36.320.000 millones de ejemplares, comparado con el récord histórico absoluto de 128.900.000 millones en 2014. "En lo que va de 2019 se generaron 22,6 millones de ejemplares. Esto muestra una pérdida de un cuarto de tirada promedio para la edición general argentina", dijo Adrián Vila, especialista en Políticas Editoriales de la UBA. También la producción de ejemplares del Sector Editorial Comercial (SEC) se desploma desde 2016 y el año pasado fue de cerca de ocho millones de ejemplares menos. El panorama se torna más dramático cuando se desglosa la pérdida de puestos de trabajo, que hasta el mes de febrero de este año implicó una caída directa de al menos 20 por ciento de trabajadores, a lo que debe sumarse la desocupación indirecta ligada a la falta de tareas para correctores, diagramadores, traductores y otros oficios que participan externamente en la producción de libros, que suma al menos 15 por ciento. En la industria gráfica se perdieron más de cinco mil puestos de trabajo entre 2016 y 2018.

El informe del OUBA alerta sobre el impacto de la deserción del Estado macrista. "Los incentivos a la producción y la compra estatal de libros, por licitación, se dejaron de lado, tras tomar impulso con la sanción, en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, de la Ley de Educación Nacional, en la que los libros se concibieron como material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles inicial, primario y secundario y llegaban gratis a los alumnos. Alberto Sileoni, que se desempeñó como ministro de Educación entre 2009 y 2015 durante las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, promovió la compra, también por licitación, y con la misma finalidad de promoción de la lectura, de autores nacionales. Por otra parte la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), conformada por casi dos mil bibliotecas y 30 mil voluntarios en toda Argentina, contribuyó asimismo a la promoción de la lectura. Una estadística oficial muestra con claridad el cambio de situación con la asunción del gobierno de Macri: de 1150 millones de pesos en 2015, en el renglón de compras estatales de libros, se pasó a erogar sólo 100 millones de pesos en 2016", compara el Fahrenheit criollo.

El drama en sordina de las librerías crece. Según cifras de la CAL, desde 2016 se cerraron 35 pequeñas librerías en el país y otras 30 liquidaron sucursales, fueron absorbidas por cadenas o redujeron espacios y personal. Para el librero Ecequiel Leder Kremer, responsable de Librería Hernández, las cifras de cierres hasta el mes de mayo de este año son casi el doble a las estimadas en el último informe de la CAL, de acuerdo con mediciones propias que llevan adelante entre representantes de librerías. "Nuestros relevamientos en el sector nos indican al menos los cierres de 56 puntos de venta si agregamos las seis sucursales de la cadena Distal que se contabilizaron a principios de mayo de este año", precisó Leder Kremer. "Los grandes grupos editoriales dominan una porción vastísima del mercado, mientras que las editoriales medianas, pequeñas e independientes se disputan una porción muy pequeña. Este rasgo estructural que acompaña el movimiento de la industria editorial a nivel global, solamente puede ser modificado por medio de regulaciones del Estado, que no es precisamente el concepto que tiene hoy la política hegemónica", subrayó el vicedecano de la Facultad de Filosofía, Américo Cristófalo. "Estamos ante una crisis incomparable, ni durante las dictaduras ni en la década menemista de los 90, que marcó el inicio de la concentración de la industria editorial argentina, se verificó un panorama tan desolador", reconoció Cristófalo.

El informe --que pondera el proyecto parlamentario presentado por el diputado nacional Daniel Filmus para la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA)-- señala que la vida del libro argentino "requiere políticas urgentes de reparación y de recuperación activa". De cara a las próximas elecciones, el Fahrenheit criollo concluye: "Entre distintos actores del mundo editorial circula la convicción generalizada de que un período de cuatro años más en estas condiciones va a significar un golpe de gracia letal para la industria cultural tal como la conocemos hasta el momento".