Rudie Martínez había tomado suficiente distancia de la obra de Adicta como para que ya no formara parte de su realidad inmediata. La banda había dejado el listón muy alto en la historia del tecnorock argento, pero no había tenido precisamente el final soñado. Y a ese delicado cuadro de situación se había sumado el suicidio del cantante Adrián Toto Nievas, el socio creativo con el que le había dado forma al proyecto desde su punto de partida. Nada pronosticaba una eventual vuelta al ruedo. La idea, de hecho, no formaba parte ni de sus fantasías más remotas. “No, la verdad que no. Estaba tocando con Los Brujos, pero no eran mis temas. Además yo trabajo en otra cosa, en el rubro gastronómico”, cuenta el tecladista y compositor en su departamento palermitano, cuando ya arrancó la cuenta regresiva para el show del viernes próximo, con el que celebran 20 años de trayectoria en Niceto.

Detrás de la mesa del living se asoma una colección de vinilos, que resume de algún modo la búsqueda musical de una vida: se puede encontrar desde Iron Maiden hasta Soft Cell. Son los discos que empezó a escuchar en su adolescencia en La Plata, cuando descubrió la magia de los sintetizadores y decidió que, de ahí en más, nada iba a ser más importante que domar a esos caballos de fuerza que galopaban sobre teclas negras y blancas. Con su hablar suave y pausado, Martínez explica retrospectivamente esa etapa en la que la música había dejado de ser una necesidad básica. “Había sacado un disco solista. Pero, no sé, estaba un poco afuera de todo”, dice, quitándole dramatismo al asunto. “Es que no me caso con nada. No tengo un interés en las cosas. Soy muy frío: si tengo que hacer esto lo hago, pero también puedo pasar a otro estado sin problema. Y si me desconecto de algo, me desconecto. Me da totalmente igual”, dice este buda de los suburbios platenses, que antes de Adicta ya se había hecho un nombre en la escena tecno local con Víctimas del Baile, Audioperú y San Martín Vampire. Las canciones de Adicta no habían llegado a tener un alcance masivo, pero habían dejado una huella que, paradójicamente, su propio autor no podía disfrutar. ¿Tampoco extrañaba tocar en vivo? “No, para nada. En realidad, nunca le veo el lado negativo a las cosas: soy optimista. Pero si no da, no da. Cuando te subís al escenario, es un momento adrenalínico y recordás que está bueno. Pero la música también es algo instintivo: yo me encuentro con mi instrumento y termino haciendo una melodía. Es algo innato, es mi métier. Y ya no estoy detrás de eso como hacía antes. Durante la época de Adicta sufrí un montón haciendo de todo, devanándome los sesos para llevarlo adelante”.

¿Por qué?

–Porque era muy difícil. Adicta siempre fue una banda independiente. Quizás la gente crea que es más grande de lo que fue. O quizás fue más grande de lo que yo creo. Pero me costó sangre, sudor y lágrimas. Lo que me molestaba era llevar adelante una banda de seis personas; que nunca nos alcance el dinero; que siempre necesitáramos otro trabajo, como si la música fuera un hobbie; que la dedicación y el esfuerzo no fueran valorados; que nos ignoraran los medios masivos. Por eso lo disfruté cuando se acabó.

Nueva era 

Ese panorama lo llevó a alejarse de los temas que él mismo había compuesto. “No los escuchaba”, dice, terminante. “Nuestro último disco, Cátedras, fue muy mal recibido por mucha gente. Excepto a los periodistas y a nuestros amigos, a los fans no les gustó. El cartelito de ‘avant garde’ seguía dando vueltas por ahí. Quizás estaba un poco adelantado a su tiempo. Porque veníamos de un tecnopop rockero, pero con Cátedras nos metimos a hacer otra cosa, algo casi sinfónico. Entonces el público nos bajó el pulgar en su momento y recién ahora parece que descubrió que no estaba tan mal”, desliza, irónico. Más allá de la visión externa, también había ciertos obstáculos internos. “Tenía un nivel de autoexigencia muy alto, pero ya no soy más así. Me amigué con eso”, dice. “Me gusta lo que estoy haciendo y lo disfruto. Antes no me gustaba y no lo disfrutaba”, completa, con una risa final. 

Lentamente, las cosas empezaron a cambiar. El que empezó a tirar de la cuerda fue un antiguo manager, que insistió con la idea de la vuelta de Adicta. “Al principio estaba un poco reticente, porque no sentía la energía. Y en un momento dije: ‘Bueno, si encuentro a alguien que me guste cómo canta, lo hago’. Y me llevó tres años dar con esa persona”, cuenta. “Justo había conocido a Jero Romero, me encantó lo que hacía con la viola y cómo interpretaba nuestros temas. Así que lo llamé a Joaco Franco, el batero. Pensamos en Loló Gasparini y cuando la llamamos nos dijo que sí, pero que hacía tres shows porque tenía otros compromisos. Y nos pareció que estaba bien. Hacer tres shows con Adicta y listo. No pensamos más allá”, dice. El regreso se concretó en septiembre del año pasado en Niceto y, lejos de agotarse sobre sí mismo, pareció abrir una nueva puerta.

“Fue mágico, las canciones casi no envejecieron. Fue como tocar temas nuevos”, describe. “La idea era disfrutar un rato, pero se dio que yo empecé a componer y a pasar temas nuevos”, completa. Ya sin Gasparini, ahora con Haien Qiu y Jerónimo Romero alternándose en las voces, la versión actual de la banda está lista para celebrar dos décadas de trayectoria. “Jero y Haien son jóvenes y nos estimulan a seguir componiendo. Ellos se pusieron a analizar las canciones y las hicieron propias. Suenan muy naturales cantadas por ellos”, afirma. “No digo que no tengamos un background, pero eso ya no existe: es otra Adicta”, dice. “Yo estoy contento, porque para mí es como una banda nueva. Ahora estamos ensayando temas nuevos. Tenemos uno, ‘Ruido negro’, que ya se puede escuchar en la red. Y hay otros cinco más que estamos grabando. A medida que los terminemos, los iremos subiendo”.

Nihilismo pop

La presencia de Toto sobre el escenario era algo así como la perfecta encarnación del nihilismo pop de las letras del grupo. La ausencia del cantante, por ende, podía plantear ciertas dificultades. Sin embargo, la cuestión no ocupó un primer plano a la hora del regreso. “Ya exorcicé eso”, afirma Rudie. “Soy medio budista para entender a la muerte. Si no estás acá, estarás en un estado mejor. Pero yo estoy haciendo lo que puedo, entonces no voy a fijarme en el pasado. Si no lo pensaba así, no tocaba, porque podía ser algo paralizante. Esta es una banda nueva y ensayamos mucho para dar lo mejor”, dice. “Toto fue un gran socio. Pero sus decisiones son sus decisiones y las mías son las mías. Somos dos personas distintas. Entonces no tuve en cuenta lo que pasó para volver con Adicta. Él no está para decir sí o no. Fue muy doloroso, obviamente”.

Cuando a fines de mayo de 2015 se conoció la noticia de su trágica muerte, la imagen que Toto proyectaba en los shows de Adicta, ese personaje que parecía caminar por una cornisa sentimental, siempre a punto de caer, fue interpretada de manera retrospectiva como una especie de oscuro presagio. “Ese existencialismo, en realidad, es mío. Yo medio que lo contagié de eso”, aclara el tecladista. “Voy a decir una cosa que puede parecer brutal, pero cuando pasó su fatalidad, todas las letras que los medios citaban en sus notas como si fueran frases de él, en realidad eran mías. ‘Beta’, ‘No basta’ o ‘El peor dragón’ las había escrito yo. La simbiosis artística que había era tan fuerte y tan buena, que me siento genial por haber compuesto cosas que él personificó como nadie. Siempre fui lector y me encantan Rimbaud, Verlaine y todos esos locos. Quería hacer mi versión de todo eso”, cuenta.

“Toto empezó a escuchar mis canciones y le creció un mundo en esa dirección. Él ya componía fantástico, desde antes, pero el lado oscuro del corazón, digamos, se lo cargué yo”, recuerda. “El de Toto era un personaje fuerte, medio que lo inventamos entre los dos. Cuando vimos que funcionaba, lo seguimos alimentando. Y yo creo que se terminó mimetizando con ese personaje que habíamos inventado. Y se hizo carne. Todos teníamos problemas, con las drogas y con las giras que no iban a ningún lado. Terminábamos recontra quemados. O sea, salías de gira jueves, viernes y sábado. Volvías el domingo totalmente roto, sin un peso. Y al otro día había que ir a trabajar. Yo pensaba: ‘Me bajo de este tren ya. Me tiro. No aguanto más’. En un momento él decidió desarmar la banda. Y a mí me pareció fantástico. Bueno, eso fue todo. El rock”.

Subsuelo glam

Conocer a Toto, dice, fue como “encontrar una perla en un mar abierto: me cayó del cielo”. En los tempranos 90, Martínez pasaba música en El Tinto, un antro clave del circuito platense de entonces. Y una de esas madrugadas, un flaquito desgarbado se acercó para darle un casete con grabaciones caseras. “Víctimas del Baile era bastante popular en La Plata, pero yo no quería cantar y no encontraba cantante: quería hacer tecnopop y ninguno encajaba. Toto me pasó esa cinta con algunas canciones suyas, entre las que estaba ‘Descuida’, que terminó en Día de la fiebre. Lo escuché en mi casa y fue: ‘¡Santo todo! ¡Me lo mandó la deidad! Mirá este chabón: canta increíble, compone increíble’. Y lo llamé, lo invité a tomar el té. Eso fue en el 94, después cantó varias veces como invitado de Víctimas del Baile. Pero nada más. Yo después me mudé y nos desconectamos”.

Sus caminos recién se volvieron a cruzar con el final de San Martín Vampire, esa leyenda del indie argento de fines del siglo XX. “Compuse ‘Beta’ para San Martín Vampire, pero no llegamos a grabarla. Entonces me acordé de Toto y le llevé la cinta con la canción. Fui hasta La Plata y le pregunté: ‘¿Podés cantar esto y terminar la letra?’. Y me llamó a la semana para decirme que la había terminado. Cuando nos volvimos a ver, la grabamos de toque, la empezamos a repartir y ahí nomás nos ofrecieron editar Shh. Todo fue muy rápido. Y después salimos en todos lados como mejor disco del año. Fue una vorágine. Y el rédito fue cero, porque seguíamos viviendo en el tercer subsuelo del submundo. No teníamos ni para comer, literalmente. Cuando grabamos Miedo en el estudio de Gustavo Cerati, teníamos que contar las monedas para comprar una pizza de Ugi’s”.

En la portada de esa obra maestra, Rudie y Toto aparecen vestidos con plumas regaladas por un amigo y ropa comprada en Once. “Cuando pensé en la tapa, le comenté a Gaby Herbstein: ‘Quiero salir travestido, pero no quiero salir bello sino como soy, como si fuéramos una banda de glam rock de los 70’. Y Gaby hizo esa foto maravillosa, que hoy es un ícono: dos locos transformistas. Estaban todos con el rock, el chabón, la arenga. ‘Quiero ir bien en contra de todo esto’, pensaba. Y cuando salió ‘Poco a poco’, el single, otra vez fue el tema del año. O sea, algo teníamos para decir”, reflexiona. ¿Qué significó Miedo? “Significó que todas esas estupideces que venía haciendo desde hacía diez años estaban bien. ¿Ok? Pintarnos como drag queens, salir a mariconear, decir ‘soy puto’, estaba bárbaro. Y a un montón de gente de una generación eso le sirvió de bandera para ser. Simplemente ser.”

Adicta celebra sus 20 años el viernes 14 en Niceto, Niceto Vega 5510. A las 21.