¿El día a día de un vampiro? Discutir sobre si es higiénico dejar un cuerpo a medio beber, tapiar las ventanas, dialogar acerca de como los representan en Crepúsculo y hasta ser insultados por un xenófobo en un paseo nocturno. Al menos así son los problemas más bien mundanos que se les presentan a los protagonistas de What we do in the shadows (va los martes a las 23.30 por Fox Premium Series). Se trata de la continuación de Casa Vampiro, la notable sátira cinematográfica creada por Taika Waititi y Jemaine Clement, en la que el mockumentary desvirtuaba (paradójicamente revitalizando) el género de las criaturas de la noche. 

El programa es idéntico a su epónima en formato y tipo de humor pero con elenco y geografía nueva. Aquí el grupo vive en Estados Unidos en vez de Nueva Zelandia y se suma una dama al clan. Y si el temor era que el estilo se coagulase, cabe decir que la casa vampiro está en orden. Si la original fue llamada la Spinal Tap sobre vampiros, su versión para la pantalla chica bien podría ser denominada The Office con colmillos. Claro que Viago, Deacon, Petyr y Vladislav se hacen extrañar pero la nueva troupe tiene lo suyo.

“Fui implacable, me llamaban el implacable, porque era implacable”, se presenta Nandor, conquistador del Imperio Otomano, autoproclamado líder del grupo, aunque sus técnicas ya estén un poco oxidadas. De hecho, no es capaz de abrir su ataúd si no cuenta con la asistencia de Guillermo (Harvey Guillén), el esclavo humano de turno movilizado por el deseo de ser mordido por su maestro. La idea lo persigue desde que vio a Antonio Banderas en Entrevista con un vampiro. “Fue el primer vampiro hispano que vi en la tele y si él pudo, ¿por qué yo no?”, suspira. Luego está la pareja conformada por Nadja (Natasia Demetriou) y Laszlo (Matt Berry) quienes tienen el perfil de swingers decimonónicos. Pecaminosos, lascivos, aristocráticos pero con problemas bien básicos al lidiar con la tecnología moderna. A uno se le atasca su capa con la puerta de un taxi y a ella se le quedan los auriculares de una víctima enganchados en sus colmillos. Finalmente está Colin Robinson (Mark Proksh), el más poderoso del grupo. Se trata de un “vampiro psíquico”, un ser con aspecto de oficinista que no chupa sangre sino la energía que succiona con charlas aburridas. Es el único ser al que el resto le tiene miedo. Así que prefieren hacerlo a un lado en sus salidas al supermercado a comprar papel crepe y purpurina. ¿Y de dónde consiguen a sus vírgenes para un sacrificio? En eventos de cosplay, obvio.

El hecho de que residan en Staten Island mantiene la fibra suburbana de la película. Pero también hay otra justificación para que anden de ronda en la parte menos glamorosa de Nueva York. A decir de sus creadores se debe a que querían retratarlos como “doblemente inmigrantes” por su condición anacrónica y espacial. También es parte de otro chiste: es donde el barco los dejó. La propuesta juega al absurdo de que unos vampiros vivan en la era Trump como que estos sean filmados con un propósito desconocido. Es posible, incluso, que la estructura episódica y la hechura televisiva le sean más apropiadas que la cinematográfica. Al fin de cuentas, What we do in the shadows es una amalgama de gags que hacen gala de todo tipo de humor: la comedia zonza, el chiste sexual, la slapstick, el uso del wit, la referencia pop, el dead pan y –por el contrario– los gestos exagerados. Hay una subtrama en eso de que deben volver a dominar al mundo obligados por un miembro de la realeza vampírica. Pura cháchara. El fuerte es el registro de la existencia más bien vagoneta y procastinadora de sus protagonistas. Todo eso encorsetado bajo las leyes del falso documental. “Esta es una manera única de dar con los vampiros como un sujeto real”, planteó Waititi. “Son criaturas interesantes porque no olvidemos que son monstruos”, explicó Clement.