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Producción de MAXIMILIANO MONTENEGRO
En privado, todos hablan del tema. En público,
sólo unos pocos pueden darse el lujo, porque el apoyo mayoritario
de la gente a la Convertibilidad puede llevar a malos entendidos. Sin
embargo, cada vez más, en especial después de la devaluación
del real, no sólo los economistas locales sino también en
los bancos de inversión internacionales se habla de la sobrevaluación
del peso. Nadie duda del compromiso del gobierno para mantener la paridad
uno a uno con el dólar, y de las promesas en el mismo sentido tanto
de la Alianza como de Eduardo Duhalde. Sin embargo, todo parece haber
vuelto al punto de partida: como en los primeros años de la
Convertibilidad, se empieza a hablar de remar contra
el atraso cambiario, bajando salarios, recortando costos por doquier en
las empresas y aumentando la productividad. Todo en pos de preservar la
estabilidad, recobrar el crecimiento y aminorar el salto del desempleo.
Se mire por donde se mire, los indicadores revelan que
en los últimos tres años la economía argentina permitió
entre un 15 y un 30 por ciento de competitividad en relación con
sus principales socios comerciales. uFrente a una canasta de monedas de
distintos países, el peso se apreció un 15 por ciento desde
1996. Es decir, las exportaciones argentinas hacia esos países
se encarecieron en esa proporción, mientras que las importaciones
desde esos países se abarataron otro tanto.
En
comparación con Brasil, el precio terminaría este año
un 25 por ciento más caro que a fines del año pasado. Pero
si se compara con la paridad de hace tres años, la sobrevaluación
alcanzaría al 40 por ciento.
Estos cambios se reflejan en la paupérrima evolución de las
exportaciones, en la que también influye la abrupta caída
de los precios internacionales de las commodities. Este año, según
estiman los consultores privados, las exportaciones caerán un 12
por ciento.
Así, tarde o temprano, reaparecerá el fantasma de la crisis
externa, como limitante para el crecimiento. Pese a la tremenda recesión
de este año, el déficit comercial será de 4500 millones
de dólares, sólo mil millones menos que el año pasado,
cuando la economía todavía se expandía. Si Argentina
quisiera crecer en el primer año del próximo gobierno al 5
por ciento, el déficit de cuenta corriente (saldo comercial más
intereses de la deuda) ascendería a un 6,5 por ciento del PBI. Este
es un nivel que supera holgadamente la línea roja del 4 por ciento
que fija el FMI, tras la cual los inversores se asustan, dejan de financiar
al país y estalla la crisis.
La sobrevaluación del peso es espectacular,
dijo la semana pasada Miguel Angel Broda. En la misma reunión,
Ricardo López Murphy coincidió y precisó: La
sobrevaluación del peso es de, por lo menos, un 20 por ciento.
Nadie se inmutó, porque la city confía en que, si fueran
ministros, ellos no devaluarían el peso. Distinto fue cuando el
radical avanzó en su ingeniosa propuesta de bajar salarios para
salvar a la Convertibilidad. Como tituló Crónica, hicieron
cola para cachetearlo economistas y políticos sin distinción
ideológica. Hasta Roque Fernández y Domingo Cavallo lo criticaron.
Sólo faltó que Teresa Ter Minassian, la estricta jefe de
las misiones del FMI, se despegara.
Sumergido en la campaña electoral, Fernando de
la Rúa despidió a su ministro de Economía mucho antes
de haber asumido. Pero, si José Luis Machinea hubiera siquiera
hablado del atraso cambiario, entonces el descartado por De
la Rúa hubiera sido él. Y lo mismo le hubiera sucedido a
Jorge Remes Lenicov, el candidato al puesto de Duhalde. Ambos todavía
tienen que demostrar, ante el establishment y la sociedad, la profesión
de fe que revela López Murphy con la Convertibilidad. Por eso,
son mucho más cuidadosos en sus apreciaciones, aunque en privado
también discuten sobre el tema.
Machinea lo discutió con la misión del
Fondo Monetario Internacional, que estuvo hace diez días en Buenos
Aires. Entonces, los técnicos delFondo le confesaron que estaban
alarmados por la cuestión de la competitividad. Las funcionarios
del FMI están convencidos de que Argentina debe afrontar una nueva
vuelta de tuerca en el ajuste de costos, y sugieren una profunda flexibilización
laboral a la que, a veces, indistintamente, llaman salarial. Ante el planteo,
el economista radical se limitó a escuchar.
En la Alianza, sólo hay una cosa que podría
generar más espanto que los dichos de López Murphy de esta
semana: que alguno de sus economistas principales apareciera asociado
a una estrategia devaluacionista. Por eso, los economistas de la FADE,
que dirige Machinea, se llaman a silencio cuando se les menciona el atraso
cambiario, sobre el que los economistas del establishment hablan con tanta
frescura.
El
ex viceministro de Alfonsín, Adolfo Canitrot, colaborador de Machinea
en la FADE, es hoy uno de los mayores defensores del tipo de cambio fijo.
Según Canitrot, dejando de lado el problema de las deudas en dólares,
hoy una devaluación no haría más que empobrecer a
los asalariados sin resolver nada, ya que las tarifas de servicios públicos
privatizados, principal costo de las empresas, se hallan dolarizadas.
La presión sobre los salarios sería brutal y el problema
de competitividad subsistiría, reflexiona. Justamente, las
tarifas de servicios públicos abren un debate en el seno de los
economistas aliancistas, que quieren defender a rajatabla la Convertibilidad,
pero evitando que los trabajadores sean inmolados en el altar de la estabilidad.
Más cerca de Graciela que de De la Rúa, Arnaldo Bocco no
duda: Hay que renegociar tarifas con las empresas de servicios públicos
privatizados. Esos contratos fueron firmados en un momento en que Argentina
funcionaba por carriles distintos: hoy hay un shock externo terrible y
el contexto es completamente distinto, afirma.
En público, Machinea descarta de plano una renegociación
de contratos con las privatizadas, con el argumento de que crearía
inseguridad jurídica y elevaría el riesgo-país. Y
prefiere alinearse con los pedidos del FMI: Algo debería
hacer el gobierno desde el punto de vista del mercado laboral. Se trató
una ley laboral el año pasado que va claramente a contramarcha
de lo que se requería en la Argentina, sostuvo, días
atrás, en Radio Mitre. Obviamente, prefiere que el costo del ajuste
lo pague Menem y no el próximo gobierno. Sin embargo, en privado,
desliza la posibilidad de una renegociación, al menos en el caso
de los peajes.
Pero en la Alianza, también hay quienes creen
que, a esta altura, la cuesta es demasiado empinada para remontarla rebajando
aportes patronales, impuestos o subsidiando a los exportaciones; es decir,
mejorando los costos empresarios mediante diversos incentivos fiscales,
como sugieren tanto Machinea como los economistas de Duhalde. Tanto Roberto
Frenkel como el ex ministro Juan Sourrouille piensan de esta forma. Sourrouille,
siempre cercano a Alfonsín, pero alejado de los equipos técnicos
de FADE, tenía la esperanza de que Brasil ayudara a abrir la puerta
de una salida ordenada de la paridad fija. Hasta la devaluación
del real, imaginaba al peso deslizándose en una banda cambiaria
junto con el real. De esa forma, razonaba, se podría disimilar
la flotación del peso y quebrar la gimnasia inflacionaria de los
argentinos, apenas ven moverse el dólar. La posibilidad de
deslizarse en una banda con Brasil, de una salida conjunta del cepo cambiario,
se destruyó después de la maxidevaluación del
real, dice Frenkel. Y teme que, otra vez, la Convertibilidad enfrente
a los asalariados a un ajuste brutal: el desempleo pegará otro
salto y, como durante el Tequila, la baja de salarios que anticipa López
Murphy no será consecuencia de un decreto sino de las fuerzas del
mercado.
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Miguel
Angel Broda: La sobrevaluación del peso
es espectacular. El éxito de la devaluación en Brasil
es durísimo para la competitividad de Argentina. |
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Roberto
Frenkel:
La devaluación de Brasil cortó la única
esperanza que quedaba para mucha gente. Ahora, nadie puede esconder
el verdadero problema. |
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Juan
Vital Sourrouille: Cree que la sobrevalua-ción
del peso es la causa del alto desempleo. Hasta hace poco, soñaba
con dejar flotar el peso con la ayuda de Brasil. |
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Jorge
Remes Lenicov: Argentina perdió un 20 por
ciento de competitividad. Pero es un error pensar que nosotros podemos
hacer lo mismo que Brasil. |
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Ricardo
López Murphy: Todos hablan con eufemismos.
Hay que bajar salarios un 10 por ciento para salvar a la Convertibilidad.
Si no esto le va a explotar a la Alianza. |
Cómo
se posiciona el poder económico frente a la devaluación
Todos
hablan, pero a nadie le sirve
Después
de mucho tiempo, dos semanas atrás, un empresario volvió
a proponer en público una devaluación. Ocurrió durante
la asamblea organizada por la Unión Industrial para criticar la
pasividad oficial frente a la crisis productiva. Allí, el papelero
Federico Kingard, un histórico del comité ejecutivo de la
UIA, se animó a decir: no sé por qué eludimos
la discusión del tipo de cambio cuando está en el fondo
de la pérdida de competitividad de la producción.
Su visión fue avalada por Hugo Carassai, del sector de colorantes.
Ambos tienen escasa relevancia entre la dirigencia empresarial. Sin embargo,
el propio Alberto Alvarez Gaiani, entonces presidente y ahora vice de
la UIA, admitió que la cuestión era motivo de debate
interno en la entidad. En riguroso off the record, tres dirigentes
empresarios de primera línea accedieron a contar a Cash cómo
se posiciona el poder económico frente al tema tabú:
- En la UIA somos conscientes de que, después de la devaluación
del real, el peso quedó muy sobrevaluado. Para este problema,
la baja de aportes patronales es un paliativo ínfimo: Brasil
tuvo una devaluación real contra el peso del 25 por ciento, y
con la baja de aportes podemos recuperar 2 o 3 puntos de esa pérdida
de competitividad, no más, confesó uno de los pesos
pesado de la Unión Industrial.
- Argentina está en una depresión, el país
está estancado en el fondo del barril, sin perspectivas de crecimiento.
La situación social en los próximos meses puede volverse
explosiva. Nadie va a proponer abiertamente una devaluación porque
sí, pero tenemos que empezar a discutir una estrategia de cómo
salir de la Convertibilidad, agregó el influyente industrial.
- Pese a esos dichos, por ahora, a los únicos que se ha escuchado
hablar del tema sin rodeos en las reuniones de las comisiones directivas
de la UIA son Kindgard y Carassai, en tanto, con más cuidado,
también se expresa así Pablo Challú, titular de
CILFA, la cámara que agrupa a los laboratorios nacionales.
- A Techint, el grupo económico más involucrado en las
decisiones de la Unión Industrial, no le interesa una devaluación.
Aunque gran parte de sus negocios están volcados a la exportación,
y su nivel de endeudamiento en dólares es relativamente bajo,
los Rocca ya resolvieron su problema de precios relativos.
La razón es que, gracias a las medidas antidumping que consiguieron
en los últimos años, mantienen resguardado el mercado
local. Sobre esa base, ya realizaron el grueso de las inversiones necesarias
para competir internacionalmente, cuando el atraso cambiario no era
tan grave. Además, el costo laboral es cada vez menos relevante
en la ecuación económica del grupo, que depende más
de la energía, cuyas tarifas están dolarizadas, insumos
y bienes de capital importados. Así se explica que esta semana,
el vicepresidente ejecutivo de Siderar, Javier Tizado, haya rechazado
la baja de salarios propuesta por López Murphy: La principal
empresa brasileña del sector siderúrgico tiene un costo
de 17 dólares la hora hombre, mientras que en Siderar estamos
en 12 dólares, afirmó. u Los holdings con empresas
diversificadas en el mercado interno Fortabat, Roggio, IRSA, Pérez
Companc, la devaluación no les conviene, ya sea porque afectaría
la actividad de sus negocios o porque deprimiría el precio en
dólares de activos hoy en venta. Para los más endeudados,
como Soldati, sería directamente una pesadilla. u A las multinacionales,
afincadas en la industria, tampoco les sirve la devaluación.
Casi todas sus ventas se orientan al mercado interno y el peso fijo
en uno con el dólar, les asegura atractivas remesas de utilidades
en dólares a la casa matriz. También perjudicaría
a las multis dueñas de los servicios públicos privatizados:
si bien sus tarifas se hallan dolarizadas, una devaluación no
sólo disminuiría la demanda sino que, sobre todo, renovaría
la presión de la opinión pública para que se renegocien
los contratos. Por otro lado, las filiales locales de los bancos extranjeros
no sólo tienen vencimientos de deuda en dólares todos
los meses, sino que encima una devaluación haría estragos
en sus carteras crediticias.
- En el caso de las automotrices, la devaluación brasileña
les cambió todo el negocio. El nivel del tipo es clave
para orientar las inversiones del sector: hoy, a las multinacionales
les conviene mucho más invertir en Brasil, donde los costos,
salariales, impositivos, y de servicios públicos, en dólares,
son menores que en Argentina, reveló un empresario. Por
eso, en los últimos meses, Horacio Losovitz, presidente de Iveco
y titular de ADEFA, la poderosa cámara sectorial, amenazó
al gobierno con hablar de la cuestión cambiaria si el gobierno
no hace nada. Pero, por ahora, parece más un instrumento
de negociación que otra cosa. Y el sector se conforma con haber
obtenido el relanzamiento del plan canje, o la devolución de
multas por incumplimientos, ideados para engordar la rentabilidad empresaria.
- Sea como fuere, en la UIA evalúan que, en las próximas
semanas, el flamante presidente de la entidad, Osvaldo Rial, subirá
el tono de sus declaraciones, apelando al fantasma de la devaluación,
para arrancarle respuestas al gobierno. Hace dos años, Claudio
Sebastiani, el asumir la conducción de la central fabril, ensayó
la misma jugada, sin conmover a nadie. Pero hoy el clima político
y económico está mucho más caldeado. Y, por lo
tanto, aunque una devaluación no le convenga a nadie, esta vez
puede ser una buena carta de negociación para conseguir beneficios
sectoriales: rebaja de impuestos, aumento de reintegros y créditos
subsidiados, entre otros.
Guía
para entender el atraso cambiario
Los más políticos, prefieren hablar de competitividad o
precios relativos. Otros, en cambio, hablan directamente de
sobrevaluación del peso o atraso cambiario. Como sea, son distintas
formas de los economistas para referirse a un mismo problema: en Argentina
casi todo está muy caro en dólares (desde cortarse el pelo
y comer un Big Mac, hasta las tarifas de servicios públicos y los
salarios), en comparación a otros países.
Lo que sucede es que una buena cantidad de países en los últimos
años (ver cuadro) devaluaron sus monedas, y como sus precios internos
no aumentaron en la misma proporción, consiguieron abaratar
lo que producen traducido a dólares. El caso más reciente
fue Brasil, donde la devaluación nominal de la moneda fue del 40
por ciento, pero la inflación para este año se estima sólo
del 15 ciento. El resultado fue, entonces, que Brasil logró una
devaluación real del real del 25 por ciento. Como un
peso es igual a un dólar, hoy los brasileños le pueden vender
a los argentinos un 25 por ciento más barato en pesos o en dólares.
Argentina no puede devaluar el peso por varios motivos. Primero, porque
existe la sensación de una espiral inflacionaria de precios y salarios
que terminaría superando la devaluación original, así
que todo seguiría estando caro en dólares. Segundo, una
gran cantidad de familias y empresas están endeudadas en dólares,
de modo tal que la devaluación las llevaría a la quiebra.
Tercero, las tarifas públicas se encuentran dolarizadas, de manera
tal que la devaluación no serviría para rebajar uno de los
principales costos de las empresas.
Ante este dilema, no son muchas las alternativas que existen para recobrar
competitividad: u Bajar salarios nominalmente: es lo que propuso
Ricardo López Murphy, y, encubiertamente, sugieren el FMI y Roque
Fernández cuando hablan de una mayor flexibilidad laboral.
En realidad, apuntan a que tiene que haber una mayor flexibilidad
salarial.
Rebajar de impuestos a las empresas: tanto los economistas de la oposición
como los del gobierno coinciden en que se debe seguir este camino. Sin
embargo, no explican cómo cubrir el bache fiscal que esto ocasiona,
y que, a manera de círculo vicioso, aumenta el riesgo percibido
por los inversores de invertir en Argentina.
Aumentar la productividad y no ajustar los salarios en la misma proporción,
para que las empresas tengan ganancias de productividad. Es
lo que propuso Cavallo desde el inicio de la Convertibilidad, pero, como
dice Paul Krugman, grandes ganancias de productividad sólo se logran
en una primera etapa en que las privatizaciones, la apertura comercial
y desregulación, supuestamente reducen drásticamente la
enorme ineficiencia de previa de la economía. Luego, como en las
economías desarrolladas, los incrementos de productividad se vuelven
marginales.
Renegociar las tarifas de servicios públicos: hoy, ni la Alianza,
ni Duhalde, ni Cavallo, lo proponen. Ni tampoco, por supuesto, el gobierno.
No
me toquen la Convertibilidad
Se entiende por qué toda dirigencia política no quiere
siquiera oír hablar de la posibilidad de abandonar el primer mandamiento
del legado menemista: un peso igual a un dólar. Aunque Cavallo
explique a sus colegas que son cuestiones diferentes, para la gente, tipo
de cambio fijo es lo mismo que Convertibilidad. Y ésta, a su vez,
es sinónimo de estabilidad. Por eso, pese a los altos índices
de desocupación y pobreza, el plan lanzado en abril del 91
aún concita el apoyo mayoritario del electorado. Sólo así
puede explicarse la paradoja de que la mayoría de la gente critique
a la política económica y, al mismo tiempo, defienda a la
economía convertible.

Según una encuesta de alcance nacional, realizada a fines de
marzo por el Centro de Estudio para la Nueva Mayoría, sólo
un 7 por ciento de los consultados piensa que Argentina va a estar
mejor si se abandona la Convertibilidad y un 50 por ciento estima
que las cosas empeorarían. De todos modos, el sondeo, al que accedió
Cash, también revela que la proporción de personas imagina
que la situación no variaría es alta: el 19 por ciento considera
que todo estará igual. Mientras que el 24 por ciento
restante no sabe qué podría ocurrir.
Cuando le preguntan por la política económica,
el 51 por ciento responde que la desaprueba, mientras que
un 41 por ciento se halla a favor.
Mirado por la filiación política de los encuestados, hay
más defensores de la Convertibilidad entre los votantes del PJ
que entre los de la Alianza. El 57 por ciento de los adherentes al justicialismo
teme el caos ante un golpe de timón, mientras que sólo el
46 por ciento de los aliancistas están en la misma situación.
Los que opinan que Argentina estaría peor en caso de eliminarse
la Convertibilidad son más en el grupo de mayor nivel socioeconómico
(57 por ciento del total) que en los segmentos bajos (49 por ciento).
El mismo corte se mantiene entre los que tienen educación universitaria
versus los que sólo completaron la primaria.
Sobrevaluación
hecha hamburguesa
El
Big Mac está inflado
Después de la devaluación del real, engullir un Big Mac cuesta casi un 50 por ciento más en la Argentina que en Brasil: en Buenos Aires, la famosa hamburguesa, sin papas fritas ni gaseosa, vale 2,50 pesos o dólares, mientras que en el país vecino se puede comprar el mismo bocado por 1,71 dólar. Con Estados Unidos la diferencia es mucho más modesta: allí, el Big Mac cotiza 2,43.
Como la clásica hamburguesa de McDonalds es elaborada con los mismos ingredientes y vendida bajo idénticas normas de calidad y servicio en más de 100 países, la revista inglesa The Economist decidió hace ya 15 años tomarla como base para medir la sobrevaluación o subvaluación de una moneda. Así, en la doble carne quedaría expresado el costo en dólares de toda una estructura de producción: insumos, salarios, tarifas de los servicios públicos, etcétera.
Obviamente, el método tiene sus falencias, ya que en muchos casos la diferencia del precio en dólares de la hamburguesa puede revelar una peculiaridad propia del país antes que un problema de tipo de cambio. Por ejemplo, si el Big Mac en Israel cuesta 3,44 dólares, antes que concluir que el shekel se encuentra sobrevaluado en relación con el peso o el dólar, salta a la vista que, dadas las condiciones geográficas y climáticas, la carne es más costosa de producir allí que en la Argentina o Estados Unidos. Más aún, si el insumo clave se importara, también entrarían en juego costos de fletes y tarifas arancelarias que no caben en la ecuación de producción de los otros países.
De cualquier manera, el Big Mac es útil para contrastar la situación local en relación con Brasil, los países asiáticos o Rusia, donde nadie puede sospechar que haya ventajas comparativas para producir las fetas de carne. Un austero cliente de McDonalds en la Argentina, en cualquiera de esos países se daría una panzada.
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