La propuesta de López Murphy sobre la necesidad de reducir los salarios es políticamente desacertada, técnicamente inútil y, por sobre todo, socialmente inadmisible. Si el objetivo es incrementar la competitividad, basta sólo ver que en el 75% de las exportaciones el componente salarial es ínfimo. El petróleo, los aceites vegetales, los granos, e inclusive parte importante de las manufacturas de origen industrial son capital intensivas y emplean muy poca mano de obra. Existe una cantidad de otras variables del costo argentino que se podrían tocar con resultados más inmediatos: peajes, tasas de interés y costos de servicios monopólicos tendrían un impacto en la rentabilidad de los exportadores tan importante que las incrementarían al mismo tiempo que la honestidad intelectual tan cara a López Murphy. Si el objetivo es reducir importaciones, con utilizar las cláusulas de salvaguardia de la OMC se logra lo mismo. Como contraparte, una baja del 10% en los salarios impactaría en la demanda doméstica, ya deprimida, de manera dramática, en especial en las economías regionales tan “salario dependientes”. Basta sólo ver qué pasa en vastas regiones del interior, donde a veces un simple Plan Trabajar pagado oportunamente puede tener impactos importantes sobre el nivel de actividad económica de la zona. Tal vez lo intelectualmente honesto sería decir que se bajen los sueldos de los funcionarios jerárquicos de las empresas, las consultoras o los honorarios de los directores. Los ejercicios académicos de economía no son neutrales, por complicadas ecuaciones que se utilicen y muy científicos que parezcan. Los economistas no somos neutrales sabemos a quién deseamos meterle la mano en el bolsillo. Claro que no todos pensamos igual, afortunadamente.