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Jueves 3 de Junio de 1999
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Historias...

Una recorrida por los obstáculos que deben sortear estos nuevos profesionales, instruidos para todo menos para enfrentar la realidad de la salud en la Argentina. Doctores Jr. que no viven nada de lo que se puede ver en “ER” ni en “Chicago Hope”, cuentan cómo es entrar a trabajar en un hospital público, soportar la tensión de días que tienen 36 horas, luchar contra las carencias y aún así sobrevivir para curar.


TEXTO: BRUNO MASSARE
FOTOS: TAMARA PINCO

“Lo primero que te dicen cuando llegás acá es que se trabaja a cama caliente. Y enseguida te das cuenta de lo que eso significa. Que la cama no se va a enfriar cuando le den el alta a un paciente, porque al toque va a llegar otro que ocupará ese lugar.” El que habla es Mariano Fernández Acquier (26), uno de los tantos médicos residentes de hospitales. El lugar que eligió para “iniciarse” y especializarse no es precisamente un lecho de rosas: el Hospital Posadas es un gigante revestido de ladrillos marrones enclavado en el conurbano bonaerense, a unas pocas cuadras de la Villa Carlos Gardel, y que funciona como centro de derivación principal de toda la provincia de Buenos Aires.
El sistema de residencias médicas es casi la única alternativa que tiene un médico recién recibido para formarse en alguna especialidad y así poder ejercer su profesión. Suelen durar de 3 a 4 años y se realizan tanto en hospitales públicos como privados. Tras un exigente examen y a veces también una entrevista –el promedio general de la carrera es el tercer factor de decisión– una pequeña élite que actualmente no supera el 20 por ciento de los que egresan anualmente logra acceder a este “privilegio”, por el que cobran entre 700 y 1.000 pesos mensuales. Para el resto el panorama es sombrío: o bien optan por una concurrencia –una versión en negro de la residencia, ya que no se cobra nada por hacer casi el mismo trabajo de un residente– o de lo contrario las alternativas son: de médico de ambulancia, visitador a domicilio o el vestuario de un club con la sola finalidad de revisar los pies de los bañistas.


La mayoría de ellos está entre los 25 y los 30 años. Saben que el título de médico ya no los ubica en el pedestal de la sociedad y que aún menos les asegura un futuro. A la hora de elegir un lugar para hacer la residencia rinden en varios hospitales a la vez. “Siempre te puede tocar un mal día y un examen decide lo que será de tu vida durante los próximos años”, coinciden. Y una vez adentro la formación muchas veces tiene su precio. Una cantidad de horas de trabajo que puede superar cualquier límite legal, estrés, un sistema verticalista no exento de maltratos y una realidad del hospital público que golpea de cerca y poco tiene que ver con la de relucientes sanatorios que aparecen en las series de TV. Pensar en las vicisitudes de un George Clooney es solo una irrealidad más de la tele.
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Ya pasado el mediodía una fila de 20 personas, entre grandes y chicos, desemboca en la Guardia del Hospital de Niños. Sus rostros delatan que la espera ha sido larga y que probablemente se extenderá por varias horas. Alguien reparte unos volantes azules: “Unete a los fieles del Señor, ven a las charlas del Reverendo Annacondia” (¿Anna qué?). En un primer piso de paredes y azulejos blancos, Mariana Boragina está cerca de completar su primer año como residente y reconoce que recién ahora se siente segura frente a los pacientes. “Cuando empezás la residencia es la primera vez que atendés a alguien, antes sólo lo hacés ayudando a otro médico, pero nada más. Apenas entré me quería morir, estaba en la sala de internación y me sentía perdida, asustada. Y las guardias son lo peor. Una guardia puede significar estar despierta 36 horas, porque después tenés que seguir con tu jornada normal y entonces ya no sos la misma persona, te tiemblan las manos, transpirás y no atendés a la gente como deberías”, cuenta. “El problema de las guardias es que a veces estás muy solo a la hora de hacer algo, de todas formas están los residentes mayores y la responsabilidad recae sobre ellos”, dice Carlos Aveleira, que ya lleva un año de Clínica Médica en el Hospital Lanari, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. “Al principio estaba aterrorizado, sabés que un error tuyo, algo que hacés o dejás de hacer puede terminar en sanciones o hasta en un juicio. Y encima acá te explotan con las guardias, no puede ser quedurante los primeros meses sean día por medio, nosotros somos médicos y sabemos que nadie puede soportar ese ritmo de trabajo”, se indigna Carlos.
Emiliano Maranesi tiene 26 años y lo suyo es la cirugía. El lugar: el Hospital Méndez, más conocido como el IMOS, bastión del peronismo sindical que atiende a 300.000 empleados municipales en su edificio del barrio de Caballito. “El de las residencias es un régimen muy verticalista. En primer año estás para lo que se necesite, tenés que hacer de enfermero, de camillero, esterilizás instrumental y sos una especie de comodín que sirve para llenar los baches. Pero en otros lugares es peor todavía. En el Clínicas te tratan mal, y si te equivocás en algo, además de los gritos, puede ser que el castigo sea que te dejen de guardia toda la noche.” Los hospitales universitarios son señalados como los lugares donde el trato suele ser más áspero. En una tarde soleada y ocre de otoño, el frente del Hospital Lanari se viste con carteles y viejas sábanas en las que se lee “No al recorte presupuestario” y “Hospital cerrado por recortes”. Según Carlos, “es un sistema un poco perverso, porque en general el que quiere hacer una residencia está dispuesto a soportar muchas cosas que no se justifican, desde tareas que no te corresponden hasta malos tratos. Cuando te equivocás se encargan de hacértelo sentir, a pesar de que se supone que te estás formando. Mucha gente ve las series de televisión y se cree que acá es igual. Pero en este hospital casi no podés pensar o analizar el caso, porque cuando llegás a ver al paciente todavía no se le hicieron análisis ni radiografías y vos terminás encargándote de todo eso”.
Mariano (Hospital Posadas) al igual que sus compañeros de residencia -son 16 en total– no alcanzaba a terminar sus tareas durante los primeros meses. La solución que encontraron no fue la ideal pero no había otra alternativa. “Como trabajábamos lento y encima la cantidad de gente cada vez era mayor nos quedábamos a dormir acá, ya que se hacían las 10 o las 11 de la noche y todavía teníamos cosas para hacer. El problema es que al otro día es tu día de guardia y entonces te das cuenta que no vas a salir nunca más de ahí. Se hace bastante difícil, por eso a pesar de todo lo que te da una residencia como profesional, mucha gente renuncia. Es común escuchar frases como ‘me quiero ir de este hospital, quiero ver el sol’ o ver a chicas llorando en los pasillos. Entrás de golpe en un mundo que no conocés, no sabés donde estás parado y el ritmo de trabajo te puede llegar a enfermar.” Y sigue: “La facultad no te prepara para esto. Los planes de estudio son anacrónicos y no tienen nada que ver con la realidad. Si no hacés una residencia o una concurrencia no podés poner un consultorio porque vas a hacer un desastre. A medida que vas avanzando en esto te das cuenta de cuánto no sabés. Y eso te pega, lo vivís con una tensión que hace que no quieras que ingresen pacientes. Y si te llaman porque un paciente se complica, porque no respira bien, estás tan alienado que te dan ganas de matarlo”.
La singular arquitectura del Hospital Garrahan resulta algo sombría en la noche de un jueves. Hace frío y las sillas naranjas de la guardia están casi todas ocupadas. Tras una recorrida que atraviesa futuristas túneles, pasillos y escaleras se puede llegar hasta el comedor de los médicos. Allí está Hernán Rowensztein (27), residente de Clínica Pediátrica de uno de los hospitales más prestigiosos del país. “Los primeros pacientes son siempre difíciles, uno llega con la formación puramente teórica de la facultad y tenés que consultar a cada rato. Sobre todo porque acá llega cualquier cosa: desde un catarro hasta una meningitis. Por suerte estamos muy contenidos, siempre hay un médico a quien recurrir y el trato es bastante bueno, a diferencia de otros lugares”, remarca. En otros hospitales la experiencia no fue tan buena: “cuando hacía unas prácticas como estudiante en un hospital de Haedo, me quedaba solo en una guardia, acompañado únicamente por residentes. Es una zona muy caliente y todos los días recibíamos baleados o accidentados por choques. Recién ahora tomoconciencia de lo que era eso, faltaban cosas básicas y yo hacía muchas barbaridades”.
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Una sensación común a la mayoría de los nuevos médicos es ese sentimiento contradictorio entre el miedo y las ganas de aprender. “Por un lado querés formarte, adquirir experiencia y probarte a vos mismo, pero a la vez tenés tanto miedo que preferís que no se dé la oportunidad”, cuenta Carlos (Hospital Lanari). Mariana (Hospital de Niños) relata una historia triste que refleja ese golpe con la realidad: “Hacía poco que había entrado y me pusieron a cargo de una nena de 5 años que tenía una enfermedad crónica, de deterioro progresivo, tanto físico como mental. Ella fue empeorando durante varios meses hasta que falleció. Fue muy duro para mí todo ese tiempo, no estás preparado para algo así hasta que lo vivís”.
También está la posibilidad de hacer la residencia en un hospital privado, con sus correspondientes ventajas y desventajas. Mariano Trevisan (Hospital Español, Cardiología) reconoce que “estaba muy feliz cuando entré pero ahora que me encuentro en medio del baile estoy un poco saturado. En los privados no sufrís la burocracia que hay en los públicos, si tengo que hacer un pedido de laboratorio no tengo que llenar tres órdenes por duplicado. Pero lo malo es que trabajás al límite, porque contratan la cantidad justa de gente y tenés que luchar contra las presiones de una empresa. ¿En qué consisten? Las obras sociales y las prepagas pagan por un módulo de internación y cuando el paciente se queda internado más tiempo del previsto es pérdida para el hospital, entonces te presionan para que les des el alta. No debería ser así porque se está jugando con la salud de la gente”.
Falta de recursos, edificios en mal estado y un público que ya no se reduce a las “clases bajas” componen la escenografía del hospital público. Según Mariano (Hospital Posadas), “acá siempre faltan cosas: medicación, insumos, a veces no hay agujas. Pero eso pasa en la mayoría, al menos en el Gran Buenos Aires, donde podés encontrar hospitales recién inaugurados que se ven muy bien desde afuera, pero en donde yo no dejaría ni loco que me internen”. “En general viene gente muy humilde, también muchas madres jóvenes, que a veces dejan pasar varios días porque no tienen monedas para tomar el colectivo y traen a los chicos en un estado muy delicado. Por suerte se van de acá con los medicamentos, ya que los laboratorios donan una buena cantidad y además tenemos un banco de muestras al lado de la Guardia. A mí me asombra lo acostumbrada que está la gente a esperar, llegan a las 9 de la mañana y puede ser que estén esperando 3 o 4 horas en la cola hasta que los podamos atender”, cuenta Mariana (Hospital de Niños).
El Garrahan parece ser uno de los que escapa a la regla general. “Acá nunca falta nada, es uno de los hospitales mimados del Gobierno y un caballito de batalla para las elecciones”, comentan en el salón comedor. Según Hernán, “cada vez llega más clase media, gente que perdió su trabajo y entonces ya no tiene obra social y menos aún puede mantener una medicina prepaga. Eso te llama la atención porque gente humilde vino siempre, pero esto es algo nuevo”. Cuando se trata de hacer un balance, casi todos coinciden en que a pesar de los sacrificios que implica, la residencia es la única oportunidad que tienen para formarse. “Si sacaran las residencias y dejaran las concurrencias para no pagarle a nadie, igual vendría gente a especializarse. Esperemos que no se les ocurra, aunque el año pasado sacaron alrededor de 70 vacantes en los municipales”, informa Hernán. Según Carlos (Hospital Lanari), “se termina aprendiendo por la práctica diaria cosas que no te enseñan en ninguna facultad ni en ningún curso. Lo que me molesta es que muchos de los lugares que quieren reducir vacantesargumentan que nos da la posibilidad de aprender y encima nos pagan”. Y se indigna: “Parece que nos estuvieran haciendo un favor”.