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Convivir con virus

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Jueves 2 de Deciembre de 1999
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convivir con virus

MARTA DILLON

Otra vez sopa. Otra vez la misma incertidumbre y un hombre sin rostro cuenta en la tele las penurias de recibir sus medicamentos fragmentados, de a cuatro o cinco tomas, yendo y viniendo de lo que queda del PAMI, arrastrando con él lo que queda de su dignidad. Sí, salió en la tele, salió en los diarios. Pero no es un tema de la agenda pública la cantidad de gente sin asistencia. Los que ven cómo la seguridad que habían depositado en los nuevos tratamientos se diluye gracias a la indiferencia y a la corrupción. Los corruptos no cometen la gracia de quedarse con los vueltos. Los corruptos matan gente y lo hacen lentamente, con incontables sufrimientos. El paciente que lo cuenta en cámara no tiene cara, está deformada para que no lo vean. Porque eso es también lo que hace esta sociedad: pretende avergonzarnos porque llevamos en el cuerpo un virus que les habla de otra corrupción, la del cuerpo, un cuerpo que puede ofender el ideal de la juventud eterna que se cultiva todos los días en quirófanos y gimnasios. Alguien que vive con vih no puede trabajar en todos lados, aunque ninguna de sus capacidades esté inhibida. No puede porque instala el miedo. El miedo al contagio o a tener que pagar indemnizaciones o tal vez que alguna vez se enferme y falte al trabajo, porque enfermarse está mal visto. Como en la escuela n¼ 6 de La Plata, en la que de buenas a primeras aparecieron en los recreos maestros con guantes y barbijo porque se dijo que allí concurrían alumnos “infectados”. Y los padres exigieron saber quiénes eran. ¿Para qué? ¿Tal vez movidos por aquella campaña que pedía “Avisá”? ¿Para qué cuernos sirven los barbijos y los guantes en un recreo escolar? ¿Qué pasa con un niño que sabe que toda esa parafernalia es porque sus maestros le temen? ¿Qué pasa con un niño o una niña que tiene alguno de sus padres infectados y no ve en su casa tanta precaución mal entendida? ¿Desconfiará de sus padres o se quedará en un rincón del patio ocultando su verdad, condenado al silencio, marginado? Dijeron desde la Dirección Provincial de Escuelas que se trataba sólo de una prueba piloto de prevención. Y el sinsentido es cada vez más grave, ¿de qué tienen miedo, de que algún niño o niña se lastime y le salga sangre, que esa sangre salpique y milagrosamente entre en el torrente sanguíneo de gente sana y sin mácula? Si alguien se lastima, no hay más que llevarlo al baño y pedirle que se lave, o tomar un pañuelito y tapar la herida antes de ponerla baño la camilla. Si en las escuelas se producen accidentes de tan alto riesgo que merecen material quirúrjico para ser atendidos, lo que se necesita es otro tipo de prevención, lo que se necesita es trabajar sobre la violencia. Una violencia que se sufre en los hogares más pobres cuando no hay que comer, que sufren las mujeres a manos de hombres frustrados y temerosos de lo que vendrá, que sufrimos todos cuando por atrapar un ladrón se mata sin dudar a culpables e inocentes. Esos son los verdaderos riesgos que hay que prevenir, las desigualdades tan violentas que la misma enfermedad que a uno le toma dos días en cama, en el norte se lleve a los chicos a la muerte. Y mientras tanto se recortan los presupuestos de salud, aumentan los enfermos, pero hay menos dinero para tratamientos. ¿Cómo van a elegir a los que se queden afuera? ¿Cómo le van a explicar a ese nene que guarda silencio en un rincón del patio que todos somos iguales para la ley?