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Jueves 23 de Marzo de 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

Sí, es verdad, hay fechas que interrumpen el año y hacen que el tiempo pase de otra manera. Digo que es verdad porque a veces los amigos se cansan del mismo ritmo cada vez y se quejan, y bueno, sí, hay fechas que se imponen como muros y cada año exigen una carrera y un salto para seguir adelante. Mañana es 24 de marzo y es uno de esos días en que cierta agitación interna trae un ánimo de tormenta eléctrica que amenaza con inundaciones. Será tal vez el recuerdo nítido de esos comunicados numerados que con la cortina de marchas militares anunciaban la pena de muerte para toda clase de cosas entre las que se incluían varias de las que yo sabía que se hacían en mi casa. Tal vez porque de a ratos vuelve la misma taquicardia cuando veo un patrullero, porque recuerdo perfectamente los operativos rastrillo, los amigos que no volvieron, las visitas con los ojos vendados, entrar a los ascensores sin mirar jamás qué piso apretaban los mayores porque ya sabíamos que lo más peligroso era saber. Tal vez porque, aunque pasó un tiempo hasta que mi mamá desapareció –se la llevaron en octubre–, desde los primeros días del golpe el silencio empezó a reemplazar la respuesta a preguntas tan simples como por qué Ramón no viene más y las corridas de los chicos por la casa se alternaron con llantos queditos de alguna compañera que esperaba a su amante que nunca llegó. Por esos días mi mamá me regaló un libro que no recomiendo a ningún niño, pero que leí mil veces para llorar por otras cosas, pero no por las ausencias que tanto me dolían. Mi planta de naranja lima era el libro y me aprendí la dedicatoria de memoria: “Para Martita, mi compañera, que está aprendiendo a vivir como propias las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano”. La leí y la leí como quien mira un título largamente esperado, como si fuera una condecoración que me daban por noches de estudio e insomnio. Apenas estaba en 5º grado y no había hecho nada para merecerlo más que esperar paciente, durante horas, que me fueran a buscar a la escuela mientras adivinaba cuál era su auto, porque paradito en el asiento de atrás venía mi hermano Juan. Pronto iba a tomar conciencia de lo que era la felicidad, todavía no sabía que esa sensación de estar juntos, mis hermanos, los compañeros, era algo que iba a añorar toda la vida. Muchas cosas más vuelven cada 24 de marzo. Pero a la vez, también recupero cada 24 la sensación de estar de pie otra vez, de tener compañeros, de gritar juntos, de sentirnos fuertes. Marchar el 24 es afirmarme otra vez en esta vida perra que da y que quita y a la que estoy dispuesta a arrebatarle todo cada vez. Por mi familia, por mis amigos, por mi amor, por los que no están, por los compañeros, ¡presente, carajo!