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Jueves 8 de Marzo de 2001

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convivir con virus

MARTA DILLON

Estamos desayunando, con el lacónico paisaje del jardín un día nublado frente a nuestros ojos, sin más sonido que el de los gallos y las chicharras. Y sin embargo la violencia me habita como una náusea.
Mi hija me cuenta lo que vio el día anterior, dice que entendió algunas cosas entonces, no sé exactamente cuáles y me da miedo preguntar. El diario está sobre la mesa y yo leo en voz alta una nota sobre el motín en el instituto Agote, donde se encierra a menores “en conflicto con la ley”. Leo para destrabar el nudo en la garganta que dentro de la celda donde diez chicos se encerraron y rompieron un vidrio para que se escuche su voz, y luego se tiraron gases lacrimógenos “de manera preventiva”. Que los chicos gritaban que había tres desmayados, que ya no querían vivir hacinados, que exigían que se respete a sus visitas. La violencia es una moneda de curso legal, lo dice una funcionaria que desmayó a tres chicos, que seguramente fueron violentados desde que nacieron, a quienes se violenta cada día cuando se los obliga a dormir de a tres o cuatro en dos colchones. Quiero vomitar. Mi hija, Naná, me dice que el día anterior vio que venían lo que ella pensó que eran dos chicos, que uno empujaba al otro. Después se dio cuenta que uno era policía, y que el que venía adelante lloraba y caminaba esposado. Lo habían levantado de esa cuadra de la calle Irala que se conoce como la villa. Detrás de ellos venía un grupo de mujeres, una de ellas, una chica, con un bebé en brazos, que gritaban que lo suelte, que lo deje en paz. “Estaba fumando marihuana”, dijo el policía mientras ajustaba las esposas con un tirón que hizo caer al chico de rodillas. Las mujeres pedían por favor, la del bebé en brazos se desesperaba, “dejanos en paz, no jodemos a nadie, yo también fumo”. Naná y su amiga esperaron: Jessica no entiende nada, me dice. Ella creía que las mujeres iban a liberar al pibe, imaginate lo que les hubieran hecho. Naná, con sus trece años, lo imagina, ella está segura de que sí entiende. Entiende que la violencia es una moneda de curso legal y como toda moneda se acumula en manos de los poderosos. Otras se gastan en delitos desordenados, a veces como monedas que se arrojan a una fuente de los deseos, a lo mejor esta vez es la última, a lo mejor esta vez me salvo. En muchos casos esa vez es la última. Durante todo el día del motín imaginé los gritos de los pibes desde una ventana, gritos que se perdieron en el barrio de Palermo, allí donde se reúnen los sensibles y los modernos, donde un almohadón puede valer lo mismo que el sueldo mínimo que seguramente los pibes del Agote nunca cobraron completo. Esas palabras se suicidaron antes de llegar a algún oído. Esas voces se apagaron con gases y algunos fueron llevados a otros escenarios “para que continúen las negociaciones”. Nada se dice sobre lo que van a negociar estos pibes. Qué tienen más que sus cuerpos para entregar a cambio, cuerpos expropiados por el encierro. La violencia me habita como una náusea, necesito vomitar.

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