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Jueves 5 de Julio de 2001

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¿QUE ES, EN VERDAD, MARCELO CORAZZA?

Dios Santo

Cachetazo al vicio. Los que esperaban que los resultados de los reality shows brindaran un guiño de justicia a los valores de la vida nocturna, las libertades individuales y la trinidad sexo, droga & rock and roll, recibieron una dura respuesta por parte de la realidad familiera, sana y moralista de los televotantes. El primer anticipo había sido, en “El Bar”, la derrota del poeta juerguista Eduardo ante el chico correcto Fede. Ahora, “Gran Hermano” respetó la tendencia caretona y coronó vencedor, por amplísima mayoría, al rugbier Marcelo Corazza, quien pulverizó las chances de otros finalistas algo más “del palo” como la stripper Tamara Paganini (evitemos chistes con el apellido) o el bad boy conspirador, el autodenominado “bisexual y fiestero” Gastón Trezeguet. Aquí, la Subsecretaría de Gansadas y Temáticas del Palo del No justifica por qué el triunfo de Marcelo es una derrota del rock and roll –otra– en la TV de aire.

1. Es un careta: el día que todos se enfiestaron, en el clímax de los besos y las birras, él se mantenía al margen y repetía, protestón y moralista, “yo no entiendo...” Salí de acá...
2. El día que ganó, lo fueron a recibir sus amigotes... los compañeros del equipo de rugby... ¡A festejar en un boliche agarrándonos a trompadas con los de San Cirano o los de SIC! Ay...
3. Corría con ventaja: entró tarde a la casa, después de haber visto meses del programa por TV, y fue el único que no cayó en las artimañas estratégicas de Gastón. Así cualquiera...
4. Salió y compartió con Solita Silveyra una de las expresiones emblemáticas de la televisión en la década menemista: el piquito descomprometido entre aplausos y cámaras. Puaj.
5. Metáfora Simpson: se parece más al santurrón vecino Ned Flanders que al fumón chofer del micro escolar Otto...
6. Tamara histeriqueó a todos, bailó en bombachita y corpiño, habló de sexo... Marcelo no le tiró los galgos a nadie, no se prendió en ninguna, se fastidió cuando le hacían chistes a él, y hasta criticó a su hermana (en la vida real) porque está de novia hace mucho y no se casa... Paremos con la farsa.
7. Si bien el adjetivo tontuelo bien le cabe –al menos– a nueve de los catorce protagonistas, Chelo se llevó todos los méritos: tiene la profundidad reflexiva y la coherencia discursiva de un pan lactal. ¡¡Despertate!!
8. Cada vez que entró a un confesionario les dijo a los televotantes, con arenga de político bonaerense, que necesitaba apoyo porque la “remaba solo”. Como si los demás hubieran conformado una cofradía de hermanos de sangre, o una comunidad sacro–hippie. Dale...
9. Lo primero que hizo cuando entró a la casa –literalmente, a los diez minutos de estar adentro– fue contar su historia personal (jodida, por cierto). ¿Golpe bajo? ¿Aspirante a Madre Teresa de Calcuta? Paremos.
10. A Gastón lo definieron como “el Anticristo”, y a Marcelo, como su archienemigo. O sea que él viene a ser...
JAVIER AGUIRRE


Ella (y ellas)

¿Dos razones para ver Tomb Raider? El chiste es sencillo: la izquierda y la derecha. Pero aquí hay que hacer una salvedad. La frase anterior no se escribe con un guiño jocoso, sino con un dejo de sorpresa por cierto excesivo descaro en la concepción del producto final con el que la exitosa franquicia del videojuego más popular del último lustro ha llegado a la pantalla grande. Y dicha frase también se enuncia sin un ápice de sexismo. O, al menos, con mucho menos del que exudan los más interesados en el asunto, desde sus creadores hasta sus consumidores, pasando –por supuesto– por Angelina Jolie, su protagonista. O, mejor dicho, por sus tetas. Que son, qué duda cabe, las auténticas protagonistas de Tomb Raider, el film con el que los videojuegos finalmente han entrado por la puerta grande al mundo del séptimo arte. Aun cuando de esto último Tomb Raider tenga muy poco. Salvo que el arte en cuestión sea el del marketing. Muy lejos del bochornoso fracaso de Super Mario Bros. y con muchas más ambiciones que la berretísima Mortal Kombat, el británico Simon West ha dirigido su Tomb Raider con un ojo en James Bond y el otro en Indiana Jones, con todo respeto. Dichas coordenadas le han permitido completar un producto inteligible y lineal, que presenta la sensible batalla del fallecido papá Croft y su vivita y coleando hija Lara versus la secta de Los Iluminati, sin olvidar presentar prolijamente cada una de sus escenas de acción como si de un juego se tratase. Hay que aceptarlo: no hay nada en Tomb Raider que pueda defraudar a los que ya sean fanáticos de Lara, salvo el hecho de que para delinear una historia comprensible el limitado talento de West necesite que su devenir se ralentice hasta hacerse aburrido. Porque a este Tomb Raider parece faltarle acción, tiros e intrigas. Lo que le sobra, sin embargo, son tetas. Las cuidadísimas tetas de Angelina Jolie, lustradas e incluso tal vez animadas (ver su bamboleo en la corrida final de la heroína) por los realizadores, que a pesar de tanto marketing –o, precisamente, en virtud del mismo– jamás perdieron de vista el verdadero objeto de semejante fanatismo adolescente. M.P.


Dame la espalda

Mientras la tecnología pretende atribuirse todas las novedades del mundo, un nuevo medio de comunicación –modesto, personal, tangible– cobra importancia entre las células rockeras: la mochila. Herramienta tan propia de estudiantes como de nómades, las calles porteñas vienen viendo la ampliación de la utilidad de la mochila, que ya no es sólo un armario ambulante –textil casita de caracol– sino que además es ahora un estandarte en el que, ya sea con Liquid Paper o con un marcador, el buen rocker lleva con orgullo el nombre de sus pasiones.
Inicialmente patrimonio de fans del punk y del grunge, hoy también extendido a seguidores de todo el rock, el espontáneo autograffiti de los poseedores de mochilas fue advertido por fabricantes y comerciantes; gracias a eso, el comprador rocker puede desentenderse de los correctores blancos y adquirir productos que ya traen impreso el nombre de la banda de sus desvelos.
Algunos casos, según revela la rockería Lee–Chi, cuentan desde hace dos o tres años con “mochilas oficiales” de los artistas, como El Otro Yo (tres modelos distintos, uno de ellos con dibujos realizados por la bajista del grupo, María Fernanda Aldana) y Catupecu Machu (con un diseño aportado por la banda). “En realidad no es que las mochilas se vendan tanto –explica Lee–Chi, ex Los Brujos y comercializador de merchandising oficial de los grupos– sino que se llevan durante todo el año, a diferencia de las remeras, que quizás se usan uno o dos días a la semana.” Habrá que considerar a la mochila, entonces, como el nuevo eslabón de la cadena de las Pinturas Rupestres del Rock, aquel arte que empezara con tatuajes y banderas, que siguiera con graffitis y remeras, y que después de las cadenas de e–mails parecía que ya sólo tendría futuro electrónico. Pues no. Las mochilas con carteles muestran que en el palo todavía queda tela para pintar. J.A.