Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche
Convivir con virusBoleteríaCerrado
Abierto

  Fmérides Truchas 

 Bonjour x Liniers

Ediciones anteriores

 


Jueves 5 de Julio de 2001

tapa

LA GRAN BRETAÑA SUELTA MARRAS DE TRES DE SUS PODEROSAS EMBARCACIONES

EL IMPERIO CONTRAATACA

El rock hecho en el Reino Unido no sólo viene de Londres, Bristol o Manchester. En este caso, los escoceses mimados del momento –Travis– y dos de los tesoros semiocultos de Gales –Super Furry Animals y Gorky’s Zygotic Mynci– muestran qué tienen para dar los británicos más allá de los experimentos de Radiohead, el rock chabón de Oasis y las fantasías animadas de Gorillaz.

POR PABLO PLOTKIN

Fuckin’ gente común

Crecen flores en la ventana de la amada de Fran Healy, el sol resplandece y él se cuelga la guitarra y canta bajito, con el corazón contento: “Me voy a quedar acá indefinidamente. Y quiero quedarme acá, así que sólo dejame estar”. La casa de la tal Nora (a quien van dedicadas dos canciones) no es el único lugar en que el songwriter de Travis se siente cómodo: su trabajo como compositor de la banda sonora para los amores maduros del Reino Unido también parece sentarle a la perfección. Crecer rápido y madurar joven, sería la reformulación del lema, síntomas previamente registrados en casos como los de Richard Ashcroft y Chris Martin (Coldplay). Rockeros británicos que de pronto se dan cuenta de que el amor es más fuerte que todo, dejan las drogas y se ponen a escribir acerca de lo mucho que quieren a sus mujeres.
“Somos una fucking banda fantástica para gente común”, dice Healy sobre Travis, bola de nieve en la Gran Bretaña y extraño rumor melancólico en casi todo el resto del mundo. Gente que declara cosas como ésta: “Quiero lucir como un tipo común. La imagen a veces puede ponerse en el camino de lo único que importa, la música. La manera en que lucimos, mi pasado o cualquier cosa acerca de nosotros no debería importar”. La propuesta de Healy sería, entonces, la abolición del glamour y la instauración del rockero anónimo (nuestras canciones son más famosas que nosotros). Con eso tiene que ver el título de su segundo álbum, The Invisible Band: la idea de un pueblo entero canturreando “Sing” en la cola del supermercado sin que nadie recuerde el nombre ni la cara de sus autores. (A propósito: el video de “Sing” es buenísimo, con ese banquete de smoking inglés que degrada en cámara lenta a bardo del tipo “Los 3 Chiflados”.)
Neil Primroses, baterista y fundador del cuarteto surgido de Glasgow y actualmente asentado en Londres, atiende el teléfono en un hotel de Atlanta, en medio de la gira norteamericana en que secundan a Dido. El hombre de apariencia mosquetera está de resaca (una especie de lugar común en las entrevistas con británicos), así que mientras espera su desayuno habla sobre Travis con una fisura casi protocolar. “Somos gente muy tranquila. Anoche nos pasamos de copas, pero en general pasamos la mayor parte del tiempo trabajando para la banda. Volvemos a casa y llevamos una vida bastante común.”
Tres años atrás, cuando aparecieron con el premiado y recontravendido The Man Who, la volcánica prensa británica los señaló como la nueva esperanza de la canción post–Radiohead. Está claro que, desde entonces, aunque compartan productor (Nigel Godrich), los dos grupos siguieron caminos casi opuestos: mientras Thom Yorke se encargó de deshacer su instinto melódico, los Travis suenan cada día más clásicos y populistas. Y bastante más esperanzados que sus colegas de Oxford. “Somos gente que está al límite entre la tristeza y la felicidad”, dice Primroses. “Ustedes, los periodistas, son los que tienen que encargarse de describir la música de un modo racional, contextualizar a los artistas en la sociedad en que viven. Puedo decirte que nosotros hacemos buenas melodías. Sí, le gustan a mucha gente. Gente común. Gente de toda clase. A todo el mundo le gustan las buenas canciones.”


No, duendes no

Desde Carmarthen, uno de los trece pequeños condados que conforman el país de Gales, Gorky’s Zygotic Mynci (Estúpido Mono Reproductor, en galés) resumió la obsesión del pop regional por las presiones atmosféricas más bien bajas y el folk psicodélico a media voz, valiéndose de la tradición celta sin ponerse demasiado folklóricos. Provenientes de una burguesía acomodada, artísticamente activa, los GZM pasaron buena parte de los 90 como el secreto dilecto del oeste británico, grabando un par de discos lo fi –Patio (93) y Tatay (94)– para el sello indie Ankst, de Cardiff (una de las dos principales ciudades galesas). Se hicieron conocer en el resto del Imperio con Barafundle, y vivieron una considerable miniexplosión indie gracias a Gorky 5, un disco de 1998 que merece figurar en cualquier antología de pop brumoso. Spanish Dance Troupe (singular relectura de la música country) fue el primero editado en la Argentina. El siguiente será How I long to feel that summer in your heart (aparecerá en setiembre), otra obra de espíritu neblinoso y barroco, que vuelve a revelar lo mucho que les habría gustado conocer a Hank Williams en persona. El country reaparece tratado con dignidad pueblerina en temas como “Can Megan”; bajaron los niveles de psicodelia y escribieron sencillas baladas de amor como “How I long”. Todo el disco fluye con la placidez de una canción de cuna galesa, aunque la cuestión nacional, para ellos, parece ser sólo un accidente geográfico inevitablemente entrometido en su arte. “Yo soy galés, y estoy orgulloso de ello. ¿Ustedes?”, les preguntó un fan compatriota en un chat abierto del año pasado. “Sí, somos galeses. Es bueno”, contestó en un bostezo el cantante y tecladista Euros Childs, con tono de no-me-pregunten-por-los-duendes. Su hermana, la violinista Megan, fue menos complaciente aún: “Habría que separar las dos cosas: somos galeses, y somos orgullosos”. A un par de galaxias del rock inglés compadrito y del pop de las baladas redondas, GZM siempre será una criaturita extraña de las afueras del negocio. Que no se les ocurra mudarse al centro.


Fun people

La reputación de Super Furry Animals (es decir: la banda a la que todo le importa un carajo) fue astutamente conseguida. El primer acto de terrorismo pop lo cometen en 1995, cuando editan un Ep titulado Llanfairpwllgwyngllgogery-chwyrndrobwllynyngofod (In Space). Cinco años más tarde, con la desaparición del sello Creation y al poco tiempo de haberle mostrado al mundo Guerrilla (un álbum inagotablemente ecléctico, que los había consagrado como una de las bandas más imaginativas del Reino Unido), graban Mwng, en que vuelven a cantar en galés (su idioma natal) y amenazan con radicarse para siempre en la Nación Indie. Todo cambia –de nuevo– en este 2001. Por primera vez firman contrato con un sello poderoso (Epic) y graban el primer disco a editarse en simultáneo en formato DVD (el próximo 23 de julio en la Gran Bretaña). Pero esos son sólo detalles. El asunto es que Rings Around the World es la obra más amplia y a la vez la más comercial de los SFA, que parecen haber desempolvado los discos de Marvin Gaye y los Beach Boys sin encajonar los de Roni Size. La reinvención del término swing bien podría estar a cargo de estos cinco lunáticos de Cardiff que están a punto de convertirse en la gran cosa (no tan) nueva del Reino. A todo esto, Gruff Rhys, el cerebro del grupo, crece en su rol de irónico escriba pre-apocalíptico (“Y mientras nuestro pelo se pone blanco/ todas las estrellas resplandecen tan brillantes ahí arriba”, canta en “It’s not the End of the World?”). Ah, y hay un par de invitados: Paul McCartney masticó una zanahoria para el tema “Receptacle for the Respectable” (cita a la colaboración con los Beach Boys, cuando Sir Paul mascó apio para la grabación de “Vegetables”, lo que demuestra su perdurable salud dental) y John Cale tocó el piano en “Presidential Suite”, una mención a la mamada histórica de Lewinsky a Clinton y a la afición etílica del ruso Yeltsin. Dicen ellos: “Nos pareció divertido tener a un Beatle y a un Velvet Underground en el disco”. Claro. Muy divertido. Y ya dejen de creer que a los Super Furry Animals todo les importa un carajo. Escuchen a Bunf Bunford, el guitarrista: “La gente piensa que estamos todo el día corriendo en ronda como un puñado de masticadores de hongos alocados. Bueno, a veces lo hacemos, pero sólo cuando sabemos que no hay decisiones que tomar”.